El viejo marinero

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Un relato de LCS en homenaje a Coleridge

 

Water, water, everywhere

nor any drop to drink”

COLERIDGE

 

Todos los asiduos de la taberna nos fijamos en el marinero. Y no sólo porque fuera forastero, estuviera excesivamente delgado, llevara la ropa hecha jirones o tuviera el pelo largo, canoso y desgreñado (más de la mitad de los presentes también parecíamos pordioseros), sino porque después de sentarse a la mesa comenzó a golpearla insistentemente con su mano huesuda mientras a gritos pedía cerveza.

El muchacho le sirvió enseguida una jarra rebosante de espuma que el marinero se bebió casi tan rápidamente como se la habían servido.

Cerveza, cerveza, quiero más cerveza volvió a gritar y a golpear la mesa con la mano extendida.

El dueño de la taberna se acercó y le pidió que hiciera el favor de comportarse. Estaba dentro de una taberna de caballeros y no alrededor de un fuego de mendigos. El marinero sacó un bolsón de cuero del interior de su casaca y vació todo su contenido sobre la mesa.

¿Habrá suficiente?preguntó el marinero.

El tintineo de las monedas al caer sobre la mesa nos llamó a todos la atención. Había decenas de ellas. La mayoría eran de plata pero al menos cuatro o cinco de ellas eran de oro. Algunas no se veían en la Marca desde que terminaron las expediciones al Este.

El tabernero cogió una de ellas, quizá la más grande de todos, la mordió y dijo:

Es bueno.

Después ordenó con un gesto al muchacho que se acercara y sirviera al marinero toda la cerveza que le pidiera.

Acercaos, por favor nos dijo a todos el marinero—. Acercaos. Invitaré a quien se siente a mi lado a toda la cerveza que sea capaz de beber.

A pesar de que tenía la mirada inquieta de un alucinado, algunos de nosotros nos acercamos y nos sentamos a su mesa. De cerca el marinero despedía un hedor viejo, rancio, similar al de un saco de pescado podrido.

En ningún momento conseguimos beber al mismo ritmo. Por cada trago que dábamos cualquiera de nosotros, el marinero se bebía una jarra.

¿Por qué tenéis tanta sed? le pregunté.

Es una vieja historia.

Contadla, por favor dijo otro.

Y nos la contó.

Había dedicado toda su vida a navegar. Huérfano desde muy niño, comenzó, como casi todos los marineros que conocía, de grumete. Aunque confesó que no estaba del todo orgulloso de sus viajes (al parecer había navegado con algunos piratas como Morgan, Barbanegra o John Silver el Largo), cuando realizó su última travesía ya era capitán de una goleta de tres palos bautizada con el nombre de Balada, con la que se dedicó durante años al comercio ultramarino.

Después de semanas de viaje, cuando ya debían de estar cerca de su destino, una tormenta contumaz lo desvió de su ruta. Dicen que después de la tormenta siempre viene la calma, sin embargo después de aquella tormenta lo que vino fue la niebla. Una espesa niebla meona que casi se podía doblar en las manos. No se veía nada a tan sólo unos pocos metros de distancia y, por supuesto, tampoco podían utilizar el sextante para encontrar su situación. Además la brújula se movía a tanta velocidad que parecía haberse vuelto loca.

En lugar de navegar a ciegas, al marinero decidió que lo mejor era esperar a que se levantara la niebla. Ordenó que arriaran las velas y así, varados, en medio de la nada, estuvieron al menos un par de días. Hasta que apareció el albatros.

Al principio el albatros se limitó a volar en torno a la goleta y a graznar como si quisiera llamar la atención del barco.

Es una señal, una señal del Cielo dijeron algunos de los miembros de la tripulación.

¡Aramuz, Aramuz! gritaron otros.

Debemos seguirlo decidieron el resto.

El marinero nunca había creído en las supersticiones pero, temiendo que la tripulación se rebelara, pensó que no tenía nada que perder y decidió seguirlo.

Dicen los Maestres que existen dos infiernos: el primero de fuego y el segundo de hielo. Pues bien, el albatros parecía querer llevarlos al segundo de los infiernos.

Aparecieron los primeros icebergs, algunos tan grandes como catedrales. El marinero se colocó en el castillo de proa y desde allí, guiaba al timonel a gritos, sin hacer caso ya del albatros.

Cuando pensó que ya estaban a salvo, el marinero disparó una flecha al albatros, que hizo un fuerte ruido al caer sobre el barco.

Tiradlo al mar dijo el marinero.

Pero nadie de su tripulación le obedeció y escondieron el albatros en la bodega, convencidos de que, quizá así, conseguirían evitar el terrible castigo que les esperaba por haber matado a una criatura sagrada.

Está bien dijo el marinero—. Haced lo que queráis. Sólo sois unos cobardes que tenéis miedo de un pajarraco.

Hubo unos momentos de tensión entre el marinero y su tripulación, aunque al final no ocurrió nada porque la niebla empezó a levantarse y el cielo pareció abrirse de nuevo.

Pero la alegría no duró demasiado tiempo. Aunque tenían las velas completamente desplegadas, no soplaba ni una pizca de viento y la goleta no se movía del sitio.

Cuando el agua comenzó a escasear, la tripulación no lo soportó más y se rebeló. Amarraron al marinero al palo de mesana (ese fue el momento en el que en la taberna aprendimos que las goletas no tenían palo mayor) y le colgaron el albatros del cuello.

Después se arrodillaron en el suelo y comenzaron a rogar a los dioses para lloviera o, al menos, soplara de nuevo el suficiente viento como para llevarlos a tierra.

Desde donde lo tenían atado, el marinero veía a lo lejos algún bloque de hielo. Nos confesó entre carcajadas que quizá también vio algún barco a lo lejos aunque nunca lo dijo a nadie, pero, sobre todo, lo que vio fue agua, agua por todas las partes y ni una sola gota para beber a bordo.

La tripulación fue agonizando poco a poco delante de él, mientras le miraban, suponíamos todos que con esa misma cara de alucinado con la que nos contaba su historia en la taberna.

Y sin embargo, el marinero, a pesar de la sed le quemaba la garganta, sobrevivió.

Cuando el último de los miembros de la tripulación expiró, comenzó a llover. El marinero levantó la cabeza y abrió la boca para beber agua de lluvia. La cuerda que sujetaba el albatros a su cuello se rompió y el pájaro se golpeó contra el suelo. La lluvia fue haciéndose cada vez más fuerte. El albatros pareció despertar, se puso en pie y después de dar unos cuantos pasos echó a volar nuevo. Al marinero aquellas alas le parecieron espléndidas, de al menos tres metros de envergadura.

Al día siguiente, un barco encontró al marinero y lo rescató.

He intentado suicidarme decenas de veces. He pasado, incluso, varias semanas sin comer. Pero todo ha sido en vano. Lo único que me queda es recorrer las tabernas para ver si así consiguió apagar, de una maldita vez, esta sed que desde aquel último viaje me acompaña. Cerveza, cerveza. Más cerveza dijo.

Y golpeó de nuevo la mesa con su mano abierta.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Una historia de aparecidos muy sugerente. Deja con ganas de retomar alguno de los libros de Hodgson que tengo por ahí. Un placer leerte, compañero.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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LCS
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Como siempre, gracias por la publicación, Capitán.

Intentaré enviar alguno más a menudo.

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Maundevar
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Me parece un relato muy original y bien escrito. Creo suponer que lo escribiste y no lo releíste muchas veces, ya que hay algún pequeño error ortográfico y en alguna ocasión (creo que dos) se repiten palabras muy cercanas. Habría que buscar algún sinónimo, para que no chocara tanto (cuando habla de los infiernos, y cuando lo de la tormenta).

Pero son detalles que te comento, para no decirte solo que me gusta como escribes... ...que quedaría como un comentario un pelín sosainas...

Habrá que seguir leyéndote...

 

 

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Muchas gracias, Maudevar.

La verdad es que lo de las erratas me pasa a menudo. Siempre necesito imprimir los relatos para corregirlos, pero esta vez no lo he hecho. Este relato forma parte de un libro que todavía no he imprimido, porque aún no lo he dado por terminado.

Anoto tus sugerencias y, en un futuro, espero que no muy lejano, lo corregiré.

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
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Muy buen relato, LCS. No había leído nada tuyo y, desde luego, ahora me alegro de haberlo hecho.

Me ha parecido muy interesante, centrando la atención hasta el final, que me resulta casi poético: esa sed eterna que con nada se apaga. Enhorabuena!

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Darkus
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Poblador desde: 01/08/2009
Puntos: 759

Un relato muy, muy bueno.

Me gustan mucho las historias centradas en el mar, los barcos, y la navegación en general. Y si además tienen un toque siniestro, mejor que mejor.

Un relato bien escrito, con una longitud bastante adecuada, muy bien llevado y una historia que atrapa de principio a fin; una de esas historias clásicas de terror.

¿Algo malo? Que se acaba.

"Si no sangras, no hay gloria"

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