American Gangster
Desde París, y creo que adelantándome unos días al estreno en España, aquí va mi opinión sobre esta película basada en hecho reales que no tiene nada que ver con las famosas de Antena 3 de después de comer que ponían en tiempos
Cuando se toma una historia real, y una tan comprometida como la que nos ocupa, y se hace con ella una producción de Hollywood, se puede esperar lo mejor y lo peor. Teniendo en cuenta el equipo que estaba detrás del proyecto -Ridley Scott, Denzel Washington, Russell Crowe- cabía imaginar una cierta tendencia a lo primero, aunque nunca se sabe. Por fortuna, es el caso: American Gangster es uno de esos filmes que merece la pena ver, y mucho.
El tema que trata es peliagudo. No porque vaya de mafiosos -algo que atrae al público desde hace mucho tiempo-, ni porque haya droga, desnudos y violencia en cantidades industriales a lo largo de la película -ya que el tratamiento que se da a estos elementos es puramente narrativo, y no morboso- sino porque se trata de una historia que mete el dedo en la llaga del sistema americano al completo.
Frank Lucas encarna el sueño americano convertido en pesadilla -irónicamente y en muchos aspectos-. Es el hombre hecho a sí mismo, la persona que desde la base de la “cadena alimenticia” yanqui llega a lo más alto. De guardaespaldas de hampón llegado desde la América profunda rural, se convierte en el hombre más poderoso de Nueva York, y todo gracias a su uso de las posibilidades del libre mercado: él comercia con lo que le da la gana y en las condiciones que considera oportunas, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Capitalismo en estado puro.
El caso es que nadie pensaba en la época -estamos en los años 60, y las alusiones a Martin Luther King durante el filme no son accesorias- que un negro fuera a dar la vuelta a la tortilla. Al final, tanto las autoridades, incrédulas, como las propias mafias tradicionales, heridas en su orgullo de coto cerrado, acaban aceptando que Frank Lucas es una dolorosa realidad. No les queda otra.
Lo más sorprendente de todo es que estamos hablando de algo que ha ocurrido, una historia cuyos protagonistas todavía están vivos y coleando (tanto Frank Lucas como Richie Roberts), y no han tenido problemas en asesorar durante el rodaje del filme, entrevistándose con actores y equipo técnico. Quizá sea esto lo que le dé una dimensión a la película que impacta incluso más que el propio metraje. Y no es que éste deje indiferente.
American Gangster es una historia a quemarropa. En ella se plantea la sociedad de la época sin edulcorarla -lo que es todo un ejercicio de autocrítica-, un escenario en el que Vietman pasa de ser un país invadido a un cáncer que vuelve a los Estados Unidos en forma de síndrome de guerra y legiones de adictos a la marihuana y a los opiaceos. Con este plantel, la sociedad va a la deriva. La corrupción es francamente impresionante -dato real: el 75% del departamento antidroga fue procesado tras el arresto de Frank Lucas-, la fe anda escondida por algún sitio, y el neoliberalismo pega duro: los derechos de una parte de la población muy importante están en entredicho, no así su pobreza, y los polis buenos duran más bien poco en este río revuelto. Y esto es algo presente en todo el metraje. Pero no como en un documental, sino como en una película -por perogrullada que parezca- con toda la belleza que eso debería implicar por duro que sea el tema.
Este modo de tratar los hechos es lo que hace tan impresionante a American Gangster. Sí, estamos ante la vida de dos personajes extraordinarios pero que, por raro que parezca, no son entelequias, sino hombres de carne y hueso. Así, el triunfador Lucas, o el eterno boy scout Roberts no se quedan en el estereotipo porque no lo eran, y su dimensión humana sale a flote. Esto hace que, en el fondo, sea difícil terminar de aceptar la seducción del triunfo encarnada en el mafioso, o de creer que nosotros podríamos ponernos en el lugar del bueno de la película, cuya existencia resulta angustiante y, desde luego, no lo brillante que cabría esperar en un “caballero andante”.
El modo en el que se cuentan los hechos, sin escatimar en imágenes lo que había en la época (desde lo más pobre a lo más rico sin apartar la mirada), lo que era capaz de conseguir la heroína (riqueza y miseria como separadas en un proceso de destilación), es precisamente el necesario. Sí, hay belleza fílmica en lo que vemos porque, después de todo, esto es cine. Pero no hay maquillaje extra. Esto quizás se vea más nítidamente en las escenas de acción, donde la gente se muere con crudeza -lo que me hizo pensar en algún pasaje de Los infiltrados-, y donde las cosas no son limpias, acrobáticas y llamativas, sino una amalgama de sudor, caos, confusión y adrenalina.
El trabajo realizado con la banda sonora, la imagen y las actuaciones es impecable, y es el responsable de que esta magia dual se perpetúe durante las más de dos horas de película, las cuales, os lo aseguro, se hacen muy, muy cortas. De hecho, creo que el único problema que presenta la película es precisamente ése: la riqueza del escenario es tal, su interés como hechos reales y como termómetro de nuestra civilización es tan obvio, que uno querría que le hubieran dado más espacio a todo lo que vemos. Porque con unos hechos tan extraordinarios, da la impresión de que nos perdemos más de lo que vemos.
¿Qué pasaría por la cabeza de los hermanos campesinos de Frank Lucas cuando llegan a la Gran Manzana? ¿Cómo sería el día a día de esas unidades de narcóticos en pleno apogeo de la droga en Estados Unidos? ¿Cuáles las vicisitudes del otro escenario paralelo, ése de soldados americanos extraviados en la jungla y vietcongs batiéndose por su tierra y su realidad sin saber, tal vez, el alcance de su resistencia?
Sin duda daría para media docena de películas más, y es natural que en American Gangster nos centremos únicamente en dos de los protagonistas de un drama intenso. Después de todo, este deseo de saber más sólo prueba que, a fin de cuentas, se ha conseguido lo que se pretendía (creo yo) con la película: transmitirnos una realidad y conseguir que nos toque sin pasar por juicios maniqueos ni por conclusiones mascadas. A cada uno digerir este trozo de la historia como pueda.
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