Una reflexión sobre lo efímero
“De aquí nadie sale vivo” grita Jim Morrison desde mi equipo de música cuando hago la cama, observándola mientras pienso que ese mueble me sobrevivirá, si no hago nada por remediarlo. Y las palabras de aquel gran loco, genio, borracho y clarividente tienen tanto sentido como sencillez. Me encanta que me cuenten las cosas de una manera que pueda comprender desde lo limitado de mi inteligencia.
Somos efímeros, débiles y quebradizos, conscientes de ello, pero jugando a lo largo de toda nuestra existencia a hacer que no nos damos cuenta. “La existencia siempre va acompañada de un inevitable sonido de fondo, llamado angustia, que sólo soportamos a medias” sentenciaba Ángel en la magnífica Tierra, de Julio Medem. Es otro modo de decir lo mismo. ¿Qué pasaría si de repente la humanidad al completo decidiese asumir que no va a salir con vida de esta? El caos sería considerable. ¿No lo hacemos por mantener una estabilidad, o porque nos aferramos a la autoinducida creencia de que nos espera otra vida después de esta? Seguro que hasta el más convencido ateo alberga un atisbo de esperanza, en el fondo de su ser, una pequeña luz que le ayuda a soportar (a medias) el largo de su vida, sea cual sea esa extensión de la misma. A veces me consuela pensar que he llegado hasta los veintinueve años, y que otros no pueden decir lo mismo, pero enseguida me doy cuenta de que es absurdo pensar así. El que ya no está no echa de menos nada, y los que seguimos aquí ya hemos quemado esos años que no van a volver jamás. Miramos hacia el frente pensando en un futuro mejor, cuando sólo nos pertenece el presente, el aquí y ahora. Todo lo demás no existe, todo lo demás ha muerto. El niño que fui ha fallecido, el adolescente también, el joven se está marchando poco a poco y ni siquiera puedo tener la certeza de que el anciano llegue a existir algún día.
La opresión en el pecho es fuerte, pero abro la ventana de par en par en esta mañana lluviosa, mi mujer se acerca por detrás, me abraza y me besa en la nuca. Acaricio los brazos con los que me rodea y me vuelvo, buscando al nuevo ser que he arrojado a este mundo y que algún día se planteará todo esto y sufrirá las mismas angustias. Pero ahora duerme plácido, sintiéndose protegido por personas que a su vez se sienten quebradizas, obligándoles a ser fuertes por él, para él.
Sonrío y ya todo me da igual, pero en el fondo sé que sólo lo soporto a medias.
Para Xián.
Es curioso. A mí me embargó una sensación similar tras ser padre. Supongo que el apercibir el cambio generacional da un vierto vértigo. Mi padre hacía hace no mucho una reflexión en esta línea, pero de un nivel superior: comentaba que ya quedaban pocos por delante suyo por desfilar para el otro lado. Creo que ser abuelo también le ha impactado mucho.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.