Creatividad desatada
Conoces ese impulso, ¿verdad? Sí, ése que nos empuja a meternos en el espacio mágico llamado “camisa de once varas”. Ése que nos anima a meternos en mil empresas de dudable utilidad y patente falta de pragmatismo. Sí, hablo de la creatividad desatada.
Los aficionados a los juegos de miniaturas, o simplemente a las miniaturas, aunamos dos grandes dones: el de la contemplación estética y el de la imaginación.
Nos encantan las cosas estéticamente bellas, tal vez con cánones no muy clásicos, pero sin duda hermosas. Sí, nos llama la contemplación de esa variada homogeneidad de los ejércitos de Warhammer 40.000, los despliegues de batalla de soldaditos de plomo de principios de siglo, las anacrónicas maquetas del Barón Rojo suspendidas en el techo de las habitaciones, la ingenuidad y al mismo tiempo la precisión de los escenarios creados.
Con el tiempo, vamos aprendiendo a valorar más lo que contemplamos, a estudiar cada perspectiva, cada pincelada de técnica resaltando un detalle, creando un nuevo efecto. Aprendemos palabras arcanas como diorama y aprendemos a hacer mezclas de alquimista.
Y es entonces cuando el segundo don, el de la imaginación, susurra como un monstruo debajo de la escalera. Y tiende sus tentáculos. Es el momento de meterse en la famosa camisa de once varas.
Hasta ese día hemos utilizado nuestra imaginación para dar vida a los escenarios y a los personajes creados por otros. Hemos mirado nuestras colecciones como si fueran nuestras, con aprecio y devoción, y seguramente inatención, a aquéllos que las diseñaron.
El aspecto puramente creativo de las cosas lo dejábamos para las partidas de rol, para escribir un buen trasfondo de un ejército, o simplemente aparcado en el desván de los proyectos que nunca se llevarán a cabo. Hasta ese día.
A mí me llegó, como no podía ser de otra manera, de mano del Blood Bowl. Creo que fue una conjunción de elementos.
La estética de mi primer Blood Bowl, ése del campo de astrogranito y de los equipos de dieciséis jugadores, era simplemente perfecta. Funcional, consistente en cuanto a uniformidad de equipo y al mismo tiempo variada y elegante. Pero ya tenía un problema: no todos los jugadores estaban representados por miniaturas.
Como fan de las Estrellas del Caos miraba una y otra vez la contracubierta del manual observando a aquel sugestivo elfo oscuro en la tumbona y a aquel hombre serpiente que en mis sueños era Viborita. Pero ni uno ni otro estaban disponibles en el mercado.
Cuando llegó la siguiente versión del Blood Bowl, este problema se acrecentó. Las reglas dieron un vuelco completo que mejoró hasta límites insospechados el juego, pero, por el contrario, la estética dio un bajón considerable. A mi parecer, nada justifica saltar al campo con unos yelmos tan horteras, ni siquiera la pertenencia a los Segadores de Reikland.
El caso es que, amante perdido del juego, no he podido contenerme a la hora de aumentar mi colección de equipos, y convengo en que algunos han sido un acierto total. Sin embargo, un resquemor me asaltaba continuamente, afincado en lo más profundo de mi mente. Era el mismo que me decía que no era de extrañar que hubieran creado el equipo de elfos profesionales para resarcirse de sus errores estéticos con los altos elfos. Era el monstruo bajo la escalera. Era… la creatividad desatada.
¿Por qué no creas tú esos jugadores con los que sueñas? No, no es posible, me decía. ¿Cómo hacerlo? Venga, si los puedes ver con tanta nitidez en tu cabeza, ¿qué problema hay en esculpirlos?
Como podréis imaginar, muchos. Pero el caso es que, a fuerza de susurrar, el monstruo me convenció, y debo decir que es una experiencia francamente divertida.
En otro artículo os comentaré cómo lanzarse a ello, así os evitáis mis fases de pensar en esculpir en barro y luego cocerlo -sí, soy un poco rústico a veces-, de valorar el uso de la pasta bicolor -cuyo precio se aproxima terriblemente al de las figuras ya terminadas-, de tener ideas brillantes -ya os hablaré de los moldes XD- y, finalmente, de toda esta aventura que nos asalta cuando la creatividad nos domina.
¿Por qué lo hace? Todos conocéis la respuesta. Demasiados sueños, demasiada afición, demasiada imaginación.
Esa complicidad la tenemos todos aquellos que compartimos este tipo de hobbies, y estoy seguro que también los de hobbies hermanados, como los constructores de maquetas de barcos; y es por ello que me he atrevido a mandaros unas fotos de mis creaciones.
Así sabéis a qué ateneros si leéis mi próximo artículo de modelismo…
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