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Antes de la Independencia: Indiferencia y aislamiento
El siglo XIX hizo su entrada y los yaquis siguieron sometidos por las buenas ante una minoría blanca que crecía muy lentamente en el estado de Sonora. Se le conoció con el nombre de Rebelión Yaqui o Guerra del Yaqui, sin embargo, en los principios del siglo XIX alcanzó el nivel de una sublevación de tintes nacionales en la que, junto con los yaquis, también se vieron involucradas las revueltas locales y el apoyo a la causa de las etnias mayo, pima, ópata, seri, eudate, pápago y apache.
En los últimos meses del siglo XVIII los apaches se habían convertido en un serio problema para los novohispanos de Nuevo México y el norte de Sonora y Chihuahua. Arrinconados y cazados en el sur de Estados Unidos, invadían la frontera frecuentemente en Taos, Nuevo México, y San Luis, Colorado en el noroeste, y en Chihuahua, Paso del Norte, Arizpe y Sonora, en el interior de la Nueva España, robando haciendas, diligencias, caravanas mercantes y ganado. La pacificación de los yaquis era, por lo tanto, una prioridad inmediata en Sonora para dedicar todos los esfuerzos a la reducción de los apaches.
La solución a corto plazo fue implementada por Alejo García Conde, gobernador del Estado de Occidente -nombre que tenía entonces la provincia que reunía a los estados de Sonora y Sinaloa -y real visitador, un militar español bastante capaz tanto en lo bélico como en lo diplomático. A este señor tocó la difícil tarea de negociar la rendición de los últimos yaquis partidarios de Juan Calixto que aún resistían en el Bacatete, regresar la jurisdicción a las misiones jesuitas y justificar el traslado de la capital del estado de San Miguel de Horcasitas a Los Álamos. Redujo los latifundios a los colonos ingleses, franceses y estadounidenses que cada vez se hacían más numerosos que los mismos españoles, reconoció la posesión de las tierras del Yaquimi a los yaquis pero les negó el libre paso fuera de dicha zona por medio de un permiso especial y mantuvo siempre una estrecha vigilancia en la zona fronteriza entre estas etnias y los territorios novohispanos.
Con la llegada del nuevo siglo y el derrocamiento de Fernando VII a manos de Napoleón Bonaparte, vino de nuevo la incertidumbre. En Sonora la declaración de Independencia fue recibida con bastante indiferencia; reacción lógica si tomamos en cuenta que más del 60% de la población sonorense era indígena y en nada estaba relacionada políticamente con los criollos imperantes en el centro del virreinato. Incluso se podría decir que Sonora fue contraria a la insurrección: de este estado salieron refuerzos bajo el mando del mismo García Conde para combatir a los insurgentes en Sinaloa, Cosalá y El Rosario. Además, los jesuitas jugaron un papel de moderadores entre las etnias cahitas y las fuerzas insurgentes, aconsejando siempre a los líderes yaquis y mayos a obrar con prudencia, sin decantarse del lado de los realistas de Félix María Calleja pero dándoles a entender que su fidelidad debía estar con Su Majestad Elegida por Dios.
Después de la Independencia: Sentimiento y orgullo nacionalista
La Independencia fue declarada y reconocida y las esperanzas que tenían los yaquis de corregir su situación por medio del nuevo gobierno liberal se desvanecían en el aire. El ahora denominado Gobierno Mexicano trajo medidas en el estado de Sonora aún más preocupantes que las medidas anteriores de los españoles: esta vez un gobierno ajeno a sus propios organismos decretaba el derecho de colonización sobre las tierras del Yaquimi y daba permiso a todo extranjero para levantar poblados dentro de los territorios yaquis; al mismo tiempo expulsaba a las órdenes jesuitas que tantas veces hicieron la función de contención ante el ímpetu yaqui y que se habían enemistado con los federales. Además, después del reconocimiento, México cortó relaciones migratorias con España, pero las abrió con Estados Unidos, y la ola de nuevos colonos comenzó a crecer rápidamente y con ellos, también se sucedían los arrebatos de tierras consentidos por el nuevo gobierno. Cada vez era más notorio el descontento de los indígenas en el Noroeste de México y sin jesuitas que los representaran ante un organismo oficial, sus intereses se veían seriamente amenazados, por lo que optaron por elegir a un representante general por caudillo ante la inminente guerra que se avecinaba de nuevo.
En 1822, recién concluida la Guerra de Independencia, los yaquis eligieron a Juan Ignacio Jusacamea, mejor conocido como Juan Bandera, como lider de todos los yaquis. Este hombre era de caracter algo temperamental, buen administrador y mejor organizador de tropa, y rápidamente comenzó a realizar acciones encaminadas a un conflicto abierto contra el gobierno mexicano: manifestó el deseo de los yaquis de formar una confederación que incluyera a todos los cahitas en un mismo estado consolidado para defenderse de los agravios de los mexicanos y declaró la necesidad de la eliminación sistemática de todos los yoris que habitaran sus tierras. Al mismo tiempo apremió a las diferentes tribus para colocar defensas en los pueblos, en las Guásimas y en el Bacatete, introdujo el uso del caballo y el fusil para toda la tropa, convirtiendo a las milicias indígenas en guerrilleros para todos los terrenos. Esta guerra fue declarada finalmente por ambos bandos en 1825, y los enfrentamientos comenzaron de nuevo en los alrededores del Bacatete, donde los yaquis se fortificaban para de ahí lanzar incursiones contra los diferentes poblados y las rutas utilizadas por los blancos.
Anteriormente, los españoles y los estadounidenses habían empleado una táctica que dió muchos frutos en las Guerras Apaches: utilizaron a exploradores pápagos (tohono o’odham) para rastrear y emboscar a sus irreconciliables enemigos apaches. Ahora, el gobierno mexicano adoptaba la misma medida, reclutando a indígenas acaxees y rarámuris (tarahumaras) para acorralar a los guerrilleros yaquis que hacían incursiones fuera del Bacatete. Esta medida tuvo repercusiones hostiles hacia los ayudantes del gobierno: las autoridades del Gobierno de Arizpe recibieron un día un costal lleno de manos cortadas con señas acaxees, manos que habían sido enviadas por los ópatas del Cerro del Tiburón, en la costa de Guaymas.
Mientras la influencia de Juan Bandera continuaba creciendo, la junta del gobierno sonorense se trasladó a Cosalá, en Sinaloa, y desde allí, el gobernador Elías Gonzáles comenzó a apoyar la causa del cacique José Madrid, quien tenía el apoyo de varias tribus yaquis y mayos, promoviendo el famosísimo divide et impera. Los enfrentamientos entre los mismos yaquis se fueron agravando, llegando a un enfrentamiento en el Río El Fuerte en que Juan Bandera pidió ayuda a los ópatas y mayos para derrotar a Madrid, mientras que éste contó con apoyo del gobierno federal.
A finales de 1827, Antonio Félix de Castro, padrino religioso de Juan Bandera, encabezó las negociaciones de paz después de dos años de alzamiento, y convenció a ambas partes para firmarla con el reconocimiento de Juan Bandera como principal dirigente de la Confederación Yaqui, y aunque el gobierno mexicano se negó a reconocerles como nación independiente, estos seguían ignorando a las autoridades impuestas por los federales y seguían realizando incursiones en las haciendas con el find e hostilizar a los colonos yoris y presionar al gobierno para que devolviera sus tierras.
Última etapa: ocaso de Juan Bandera y la enemistad del yori
La paz, ya de por sí muy frágil, fue rota de nuevo en 1829, cuando tropas federales expulsaron a pobladores de Cocorit y Potam para integrarlas en ejidos y entregarlas a colonos estadounidenses. Juan Bandera declaró el estado de guerra contra México y los colonos yoris, y presto a dar el ejemplo realizó una expedición contra Potam y Cocorit asesinando, quemando y robando ganado, y guió a un ejército de alrededor de 4.000 yaquis a través de los caminos federales, atacando los poblados de El Pinto, Nacozari y Copeche, cerca de Ures y Hermosillo. Los ataques a los poblados yoris eran brutales y la mayoría de las veces no se podía atrapar a los perpetradores porque desaparecían en el Bacatete antes de que llegaran las tropas federales. Esta situación fue vivida por la población blanca durante casi dos años, hasta que en 1831, fecha en que se separaron los estados de Sonora y Sinaloa en gobiernos diferentes, el Congreso de la Unión, presionado por la ciudadanía, ofreció el indulto a los yaquis sublevados y aseguró en el mando de estos a Juan Bandera, nombrándolo Jefe de los Yoemé (nombre con que se conocen a sí mismos los yaquis) y General de la Nación, convirtiendo en asalariados a él y a sus tropas y regularizándolos como Ejército Regular Yoemé en conformación de la Segunda Zona Militar.
Al año siguiente de la pacificación, el gobernador Escalante mandó llamar a conferencia a Juan Bandera a la Zona Militar de Hermosillo, pero al cruzar por El Ronco fue emboscado por hombres de José María Madrid. Bandera dió por asegurado que la trampa había sido tendida por las autoridades federales y como venganza apresó y colgó a los agentes de Madrid en Vicam y Cocorit. Al llegar a Rahum hizo saber a los yaquis sobre el intento de asesinato de que había sido víctima y alistó a las tropas. Avanzó hasta Guaymas, donde se le unieron las fuerzas ópatas de Virgen Gutierrez y en Navojoa los mayos de Jacinto Salvador. El plan era atacar el poblado de Los Álamos, donde se encontraba el 2° Regimiento y rendirlos antes de que el gobernador Leonardo Escalante acudiera en ayuda de los cercados desde Hermosillo.
El ataque a Los Álamos comenzó en septiembre de 1832, resultando en derrota para los rebeldes que se tuvieron que replegar a Huirivis y de ahí a Guaymas, viéndose acorralados por el 5° Regimiento procedente de Zacatecas y la Columna Angelina que mandaba Leonardo Escalante desde Hermosillo. En Guaymas, los mayos se separaron para internarse en las manglerías de la Bahía de Lobos y de ahí cruzar hasta El Tiburón, donde se refugiarían entre los seris hasta que pasara la tempestad. Pero Bandera no disolvió sus fuerzas, sino que pretendía rodear a las fuerzas federales y huir por la noche a Torim, donde se habían refugiado cientos de familias yaquis. La expedición fue descubierta cuando los yaquis se aproximaban a Soyopa y la persecución duró toda la noche, quedando cientos de rebeldes aislados en los cerros y siendo derrotados por pequeños grupos. Bandera consiguió huir con algunas tropas hasta Torim, donde fue sitiado el mes entrante y derrotado en una semana.
Juan Bandera fue enviado a Hermosillo para ser enjuiciado por la Corte Marcial al ser un General Mexicano, pero el caudillo se arrancó las insignias nada más entrar al edificio y pidió ser juzgado como un forajido, no como un traidor a su patria, sino como un enemigo de los mexicanos y que, en vez de ser colgado fuese fusilado. Dos meses después, Juan Bandera y los Hermanos Gutierrez, Virgen y Dolores, fueron enviados a Arizpe, donde serían ejecutados fuera de su pueblo y lejos de sus partidarios. Sin embargo, el espíritu revolucionario e indomable, y la personalidad arrolladora del yaqui Juan Bandera sembró semilla fuerte en la mentalidad del pueblo yaqui, que nunca cedió un ápice en su lucha por la pertenencia de sus tierras ancestrales. Con el tiempo otros caudillos imitarían a Juan Bandera, como Cajemé -de quien hablaré en otro artículo -y llevarían la lucha que parecía insípida y a todas luces ineficaz y sin sentido -muchos de los colonos blancos no se explicaban el por qué de la terquedad del yaqui, cuando de las decenas de tribus cahitas, ellos y los mayos eran los únicos que no se asimilaban a la Federación Mexicana -a un enfrentamiento idealista que vería su fin después de un siglo de la muerte de Juan Bandera.
Fuentes.
Vachiam Eecha, Cuaderno of Yoeme people.
Francisco del Paso Troncoso, Las guerras contra las tribus yaqui y mayo del estado de Sonora.
Eduardo Quezada, Quezada News Network.
Resido en México desde hace más de año y medio, y este artículo me ha parecido muy interesante, más después de haber conocido alguna de las tribus que mencionas, como los tarahumaras.
Enhorabuena!