La frase que he utilizado para titular el post es de Juan Gil-Albert, poeta alicantino del que he oído hablar gracias a la revista Criaturas Saturnianas. La cita me parece muy curiosa y aborda un tema curioso de los autores: su vida más allá de la vida que generan con sus obras.
Con la excusa de la misma, se me ha ocurrido que podríamos hablar un poco de los autores, y así presentarlos a los demás foreros.
De Lord Byron habría que señalar que fue paradigma del poeta y escritor romántico. Mantuvo amistad con Mary Shelley, la autora de Frankenstein, y tuvo como médico personal a Polidori, el creador del vampiro. Valiéndose de su fortuna, llevó una vida aventurera, que le llevó, entre otras cosas, a combatir en la guerra de Grecia contra el Imperio Otomano.
Il Leopardi, como se refieren a él sus compatriotas, fue un poeta italiano contemporáneo a Byron, pero cuya vida discurrió de un modo más casero. Aunque vivió en varias ciudades italianas (Florencia y Pisa entre otras), rehusó ir más lejos, declinando una oferta para trabajar de profesor en Alemania, por ejemplo. Cuando lo descubrí, me lo presentaron como un personaje contrahecho, tímido, que vivía como un ratón de biblioteca. Sus textos son igualmente románticos y ardientes, llenos de melancólica pasión, pero, sin duda, es una figura que vivió de un modo contrapuesto al de Byron.
Bueno, pues ya que nadie se anima, saco yo a otro par bastante clásico...
Jack London, autor de Colmillo Blanco y de La llamada de lo salvaje, fue un claro ejemplo de escritor aventurero, o de vida azarosa: fue buscador de oro, marinero (creo que en un ballenero), tuvo contactos con el mundo del crimen, tuvo un rancho, y un largo etcétera. También estuvo muy implicado en temas sociales, como pone de manifiesto su novela El pueblo del abismo. Sin duda, una existencia romanesca tan interesante como sus propias obras.
H.P. Lovecraft, por el contrario, apenas salió de su pueblo (y de su casa, donde vivía con sus tías), para ir a vivir un tiempo a Nueva York, ciudad que tampoco le debió gustar mucho a juzgar por los pasajes que inspiraron en sus cartas. El vivir prácticamente como un ermitaño no le impidió crear prácticamente un género propio -el horror cósmico- con sus Mitos de Cthulhu.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.