Mensajes perdidos

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Reseña de esta antología de Libro Andrómeda que recoge a los mejores relatos del Premio de Ficción Especulativa de relato 2006, centrado en el lenguaje.

El libro que nos ocupa es una recopilación de relatos de ciencia ficción especulativa seleccionados a partir de uno de los certámenes anuales que organiza Libro Andrómeda. Como en todas las antologías, las obras encajarán más o menos con los gustos de los lectores, pero en este libro, al menos, todas tienen varios denominadores comunes, principalmente su enfoque de ciencia ficción y la temática compartida del lenguaje y la comunicación, que si bien ha sido abordada de modos muy particulares, es omnipresente en el volumen.

 

Con muy buen juicio, el libro se abre con un prólogo ensayístico titulado Ciencia ficción y comunicación, en el que Gabriel Trujillo Muñoz analiza las relaciones entre el lenguaje y, principalmente, la literatura de ciencia ficción y su vocación prospectiva. Además de ayudar a centrar el conjunto de Mensajes perdidos, hace un repaso muy interesante de algunas obras. Personalmente, me ha resultado muy ingeniosa la reflexión sobre el mito de la torre de Babel y el comentario sobre La isla del doctor Moreau.

 

Tras éste, pasamos al relato ganador del certamen: Unión, de José Sorribas Orth. En él, apoyándose en el recurrente tema de los universos paralelos, el autor aprovecha para hacer una reflexión sobre la comunicación entre seres humanos. El planteamiento de la historia es artificioso, pero Sorribas capea con maestría este escollo a priori y consigue explotar la absurda situación gracias al efectivo tratamiento de los personajes. Su lectura resulta muy entretenida, y engancha sin remedio. La estructura fragmentada ayuda sin duda a seguir con interés las tramas entrelazadas que se nos presentan.

 

Una llamada más, de Antonio J. Cebrián Berruga opta por una línea argumental más sencilla, aunque su tratamiento es muy original y representa muy vívidamente la sensación de estar en la cabeza de ese hombre enganchado a la línea telefónica. El claustrofóbico tratamiento de la situación y el ir adivinando que las cosas se tuercen irremediablemente arrastran al lector sin piedad hacia el apabullante desenlace. Un trabajo muy bien ejecutado, y sorprendente por lo cercano e ingenioso que resulta.

 

Reiskolem, de Miguel Ángel López Muñoz, prefiere abrir más su foco y en vez de centrarse en la idea de fondo, se toma su tiempo para retratarnos más bien el escenario que a partir de ésta surge: un mundo en el que los analfabetos y los ciegos son los únicos a salvo de los terribles efectos de leer según qué cosas. De este modo, al final tenemos un relato más de acción y suspense que propiamente especulativo, y que deja con ganas de más, de algo más de espacio para recrear ese curioso y sugerente mundo apocalíptico que nos sugiere el autor.

 

En un registro totalmente diferente a los precedentes nos llega Monocerotis, de Pablo Brito Altamira, una abracadabrante historia de extraterrestres y músicos que seduce por su prosa. Aunque el planteamiento da un poco de vértigo, y en algunos momentos resulta difícil asir todas las implicaciones que algo así tendría, la historia se disfruta por sus propias peripecias.

 

Qeqertarsuaq, de Antonio Moreno Álvarez, es otra historia que deja con ganas de más, aunque se entiende que no irá más allá. Sin duda, de los textos más ingeniosos en cuanto a planteamiento, puesto que hila muy bien lo que supone el problema lingüístico dentro de una investigación científica. De algún modo, el lado humano de ésta es el que acaba llevando las riendas de la historia. Tal vez le pese el ritmo, ya que se toma su tiempo para arrancar y termina de un modo algo abrupto.

 

Por el contrario, Aduya, de Sergio Parra Castillo, avanza a velocidad de crucero, con prosa firme y acertada, durante toda su exposición, y es ésta la que más interés tiene de la historia. Los distintos elementos en los que se apoya el autor para crear la trama son muy inteligentes y están muy bien hilados. Quizás por ello decepcione un poco el cierre, una especie de homenaje a los relatos de horror cósmico que no brinda el clímax que cabía esperar de una idea tan compleja y bien hilada. Al mismo tiempo, hay que reconocer que el elemento lenguaje tiene un gran peso en la narración en todos los niveles (desde la escritura al argumento), algo muy meritorio.

 

Monos con mirada humana, de Óscar Daniel Salomón, reposa por el contrario únicamente en el concepto, y sin duda su final lo realza bien. Hubiera cabido esperar, no obstante, un tratamiento algo más esmerado en la propia estructura y prosa del relato. En cualquier caso, resulta una lectura fresca.

 

Tras ella nos vemos con Cuando la esperanza se pierde, de David Mateo Escudero, un repunte insospechado de calidad y efectividad que deja conmocionado al lector. A destacar la emotividad, muy humana, que consigue retratar el autor en una historia simple pero ejecutada con mucho acierto y con una idea de fondo sencillamente escalofriante. Uno de los relatos más interesantes de la antología, a mi parecer, pero al mismo tiempo uno cuya carga de ciencia ficción es marginal.

 

Como un caballo que va sin nadie estampando su locura por los muros, de Pedro Félix Novoa Castillo, es otra obra en la que prima el concepto sobre la ejecución. La idea es sin duda interesante, así como muy encomiable la búsqueda de adaptar el lenguaje de los interlocutores a sus circunstancias. Estos elementos, sin embargo, desmerecen en algo al no estar mejor apuntalada la tramoya con una prosa más eficaz.

 

Ya llegando al final, Aster Navas Martínez, rompe el ritmo presentándonos el microrrelato A, B, C. El concepto es fresco y está muy bien ejecutado, y la idea resulta muy simpática. En la misma línea, aunque todavía más gamberro, Sergio Mars Aicart nos trae Interferencia mínima, otro micro en el que se hace una elegante reducción al absurdo de la problemática de la comunicación y su poder implícito.

 

Ya como cierre, el propio Claudio Landete Anaya nos brinda Eclipse de fe, una historia más compleja en la que la reflexión sobre la comunicación adquiere tintes metafísicos planteándonos un mundo en el que un descubrimiento científico, y su transmisión al mundo, ha desbancado a las religiones tradicionales. Un buen cierre para retomar todas las ideas previas y asentarlas con un telón de fondo de naves espaciales y colonizaciones extraterrestres.

 

 

En conjunto, queda una antología llena de ideas interesantes, ejecutadas con mayor o menor acierto, que sin duda resultan una lectura muy amena. El tronco común de la comunicación resulta muy acertado y demuestra que puede dar mucho de sí en las manos adecuadas.

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