Las crónicas de Conan 24: Amanecer de sangre
Arranca la saga del Devorador de Almas
En el anterior volumen de Las crónicas de Conan, daba comienzo una de las sagas más conseguidas de la colección de Conan el bárbaro: la del Pozo de Almas. Esta titánica serie se cierra (al menos en parte) con este volumen... pero para empalmar con una saga todavía más potente y conseguida: la del Devorador de Almas. Mismo reparto, mismo escenario, y una vuelta de tuerca a un concepto que ha funcionado muy bien.
James Owsley ha terminado de coger el pulso al personaje y su Era Hiboria, que todavía tiene elementos muy personales, va adquiriendo calado, fuerza y capacidad de estimular la imaginación. Así, el primer arco argumental, el de la Tetra devorada por el Pozo de Almas, concluye en mitad de batallas campales, conspiraciones de brujas, viejas profecías que se unen de modos circulares y hordas de demonios arrancados de otras dimensiones. Es un escenario excesivo para el cimerio canónico, si lo miramos con frialdad y cierta distancia, pero es precisamente esa osadía la que consigue que el guión sea un acierto tan grande.
La saga del Devorador de Almas es la consecuencia directa del cierre de esta. Las intrigas palaciegas no terminan de extinguirse porque la ambición humana, como su estupidez, no tiene límite y extienden sus garras ávidas sobre el cimerio, que se ha visto nombrado capitán de la guardia y acepta que su destino esté ligado al de la ciudad estado que ahora, en cierto modo, gobierna. Owsley sigue utilizando los mismos ingredientes, pero se le ve más suelto, más creativo, y los guiones se van haciendo más consistentes.
Así, Conan se ve rodeado de secundarios de excepción, como Simeón el Loco, Kalev y algunos viejos conocidos del anterior volumen, lo que permite al guionista complicar la trama y hacer que haya pérdidas reales, lo que añade cierto dramatismo. Los enemigos están a la altura, desde los círculos de hechiceros siniestros a los demonios majestuosos pasando por auténticas cofradías de asesinos. Todo va en raciones muy grandes, pero que encajan de un modo soberbio entre sí.
El trabajo gráfico de John Buscema y Ernie Chan es formidable, lo que termina de redondear una etapa que no es muy canónica, que no bebe en absoluto del material original de Robert E. Howard y que quizás sea algo siniestra, pero que, a mi parecer, está dentro de lo mejor que se ha hecho con el personaje en cuanto a cómic se refiere.
El volumen incluye dos historias más, La mujer del oculista, que es un anual que corre a cargo del equipo principal de la serie, y La hermandad carmesí, realizado por Don Kraar con ilustraciones de Mike Docherty. La primera es una historia muy impactante a nivel estético pero que resulta algo deslavazada quizás por su toque algo zumbón y algo macabro y que no es más que una mera curiosidad; la segunda, por el contrario, es más canónica en sus planteamientos y más sobria en el dibujo, lo que le brinda una elegancia muy destacable.
En conjunto, es una parte de la colección indispensable para quienes disfrutaron con la colección de Conan el bárbaro y una joya a descubrir que ha quedado tradicionalmente eclipsada por la etapa de Roy Thomas. No tiene nada que ver con esta, en efecto, y no tiene nada de ortodoxa, pero es memorable y muy disfrutable por los amantes de la espada y brujería.
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