La bestia negra de la literatura: los concursos

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Breve conjunto de reflexiones sobre los concursos literarios desde la óptica de un intento de escritor profesional que ha cosechado algunos éxitos y algunos fracasos escrita un 20 de noviembre del año 2005.

Lo primero, como es de rigor, es advertir al lector quién es el que escribe estas líneas. Todo el mundo sabe que los estudios tienen validez dependiendo de quién los realiza y de con qué acierto lo hace. Así cabe aclarar que he ganado algún concurso de relatos, el más importante el II Certamen de Relato Joven en la categoría Tácito, y he quedado finalista de un concurso de novelas, el Psycho-tau del 2002.

 

Estos éxitos no me otorgan ningún ascendiente a la hora de hablar de concursos, pero el haberme lanzado a la tarea de seleccionar y publicar algunos anuncios sobre este tema me obliga, moralmente, a exponer, al menos, mi punto de vista. Así, me he decidido a consignar los siguientes puntos que me parecen de relevancia a la hora de valorar si participamos o no de un concurso.

 

Todos tenemos la secreta esperanza de que ese premio -que en tiempos era de cuarenta millones de pesetas- nos lo van a dar a nosotros, en detrimento del ganador adjudicado previamente, cuando el jurado lea nuestra inaudita obra. Sin embargo, hasta que nos llegue a todos ese insólito momento, creo que es mejor considerar algunos puntos.

 

La lectura: Llegados a este punto algunos se creerán que me estoy yendo de tema, pero no es así. El recurso psicológico primario del escritor novel frente a un fallo del jurado suele ser decirse “a fulanito –meter aquí algún genio literario- le dejaron morir de hambre sus contemporáneos.” Y por ridículo que parezca, ésta es ya la primera derrota.

 

Me explico: si no hemos leído nunca los relatos, o novelas –caso menos probable-, ganadores de un concurso, nunca sabremos si nuestro nivel es adecuado o no. No nos olvidemos de que aunque “El vampiro” de Polidori sea una joya de la literatura de terror jamás ganaría un concurso de literatura actual. Y no porque sea mala, sino porque no cumple los requisitos de ritmo y tensión que se exigen en nuestros tiempos.

 

No es que leer clásicos sea perjudicial, ¡al contrario! Pero necesitamos saber lo que se cuece hoy en día si es éste el terreno que nos interesa.

 

El jurado: Lo incluyo aquí porque tiene relación con el punto precedente. ¿Por qué? Porque dependiendo de quién lo componga buscarán una cosa u otra. Si el concurso está convocado por un restaurante que quiere ofrecer textos entretenidos a sus comensales, lo lógico será que busquen historias entretenidas relacionadas con su gremio. Si el concurso está convocado por la Gran Antesala de Filólogos Hispánicos, primarán otros factores, como la técnica sobre la que se asienta y la osadía dentro de unas reglas que a muchos se nos escaparán.

 

Es un recurso fácil acusar al jurado de vendido, pero muchas veces la explicación es la más simple. No sólo el propio autor es el menos indicado para juzgar sus textos, sino que muchas veces el jurado se interesa o busca cosas distintas a las que se le ofrecen. Y la lectura es un placer, y todos convendréis en que a veces apetece un helado y otras una cerveza. Así, por muy profesionales que sean, siempre se verán influidos por sus propios pareceres respecto a cuál es el ganador que buscan.

 

La temática: Es el punto lógico a estas alturas del discurso. Lo primero, antes de pasar a dos puntos clave, es insistir en centrarnos en los asuntos que conocemos o que hemos documentado bien. De nada sirve participar en un concurso sobre cruzadas ambientándonos viendo “El reino de los cielos”.

 

Adecuación: es importante elegir bien el concurso en función de la temática. Si tenemos un relato magnífico de fantasía épica es más probable que guste al jurado de un concurso homenaje a Tolkien que no a uno general o sobre los derechos de la mujer; y no porque el relato no tenga la calidad o no se ajuste a lo solicitado, sino por el factor jurado discutido previamente.

 

Ámbito de la temática: si éste es restringido –p.e. “Relatos sobre numismática”- el número de participantes descenderá, aumentando así la probabilidad de éxito. No debemos olvidar, no obstante, que de nada sirve participar en un concurso de temática restringida si no conocemos bien dicha temática.

 

Participantes: Otro punto clave. Si sois jovencitos aprovechad los concursos que ponen techo de edad. La competencia será, obviamente, menor, puesto que en la escritura, como en cualquier otro oficio, se aprende con el tiempo, más o menos rápido. Si sois mujeres aprovechad los concursos específicos para mujeres, sin olvidar, no obstante, que dependiendo de la temática esta supuesta ventaja no existirá. En el caso de lenguas minoritarias, la ventaja apunta obvia también, aunque el dominio de la misma es indispensable.

 

Huid de los concursos con demasiados participantes potenciales, caracterizados por dirigirse a todos los hispano parlantes, por tener mucha publicidad y por dar grandes premios. Es mejor para la moral ganar el concurso de Relatos de Villarriba –nuestro pueblo natal- que perder en el premio del V centenario de la hermandad hispana.

 

Plazos: Lo único que se puede decir en este punto es que no merece la pena agobiarse. Hay más concursos que arena en las playas, y de todas las temáticas, y además son cíclicos. Así que no corráis para enviar vuestros textos arriesgándoos a hacerlo mal. Tampoco caigáis en la tentación de preparar eternamente el mismo concurso sin enviar jamás nada.

 

Envíos: Éste es un punto clave a la hora de no arruinarse. El registro de propiedad intelectual ya es bastante caro de por sí –aunque siempre podéis enviaros a vosotros mismos la obra y luego conservar el sobre cerrado-, por lo que no es conveniente gastarse un dineral en cada concurso entre fotocopias y envíos.

 

Elegid, a ser posible, concursos con envío de originales por correo electrónico. Si son de novela y os hacen hacer varias copias encuadernadas del manuscrito, aseguraos al menos de poder recuperarlas para enviarlas a otros concursos o regalarlas a vuestros amigos.

 

Premios: El quid de la cuestión, porque todo el mundo participa en los concursos para ganar un premio. Es necesario, por lo tanto, pensar unas cuantas cosas.

 

La primera es la cuantía del premio. Si es elevada y se puede declarar desierto no te lo van a dar a ti, a no ser que seas ya un escritor consagrado o te luzcas sorprendentemente. Resulta más interesante centrarse en concursos con premios más modestos y de vuestro ámbito regional –más baratos lo envíos para vosotros, más caros para la competencia-. Si se otorgan varios premios mejor que si se otorga sólo uno.

 

Es importante también fijarse si se estipula la posible publicación de los trabajos de los no premiados, ya que eso indica que el convocante está interesado, además de en el concurso, en encontrar textos interesantes y, posiblemente, nuevos escritores.

 

Un recurso sucio, para cerrar este apartado con una nota de humor, es fijarse si como premio está la lectura obligatoria del trabajo o la presencia en el acto. Los grandes escritores no estarán tan dispuestos como los noveles a desplazarse a Villabajo para recibir una estatuilla y doscientos euros.

 

Con esto creo que ya he comentado bastantes cosas, y como son perogrulladas voy a terminar con otra todavía más grande. Es indispensable revisar ortográfica y gramaticalmente los trabajos antes de enviarlos, más concienzudamente que cuando nos los enviáis a nosotros. Espero que si el artículo no os ha aportado nada nuevo, al menos os haya ayudado a ordenar las ideas.

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Patapalo
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Demonios, lo que ha llovido desde que escribí estos consejos... A estas alturas puedo decir que, en algo, dan resultado, y que son sistemáticamente ignorados por gran parte de los participantes de los concursos en los que he hecho de jurado, incluyendo lo más obvio, como la ortografía.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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weiss
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Ni que lo digas, capitán. Yo, que he tenido la suerte de formar parte de algún que otro jurado, doy fe de la poca diligencia que muestra un porcentaje importante de participantes en certámenes literarios. Ortografía, extensión, temática, plazos de envío... Es esencial -y no muy difícil- cumplir escrupulosamente con estos requisitos para al menos no ser directamente descalificado. Oye, una pregunta que me hago, a ver si no te importa compartir tu expriencia conmigo; estoy recabando datos para formular algo así como una ley de probabilidades, un patrón estadístico sobre la calidad del material que en general llega a los concursos literarios. Mi experiencia me dice que en torno al 10~15% de los trabajos son los que realmente merecen la pena y tienen por tanto posibilidades de ganar; serían ésos que mientras el jurado lee todas la obras, son apartados para una evaluación más detenida y definitiva. ¿Te parece razonable esa cifra, se aproxima a lo que tu experiencia te sugiere?

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Patapalo
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Pues con divergencias dependiendo del concurso (a veces se amplía, a veces se reduce) pero me parece razonable como cabeza de posibles ganadores. Hay ocasiones raras, si la convocatoria es muy específica y no muy anunciada, en que la cifra de obras válidas y candidatas a ganar aumenta, pero en líneas generales está bastante descompensado el asunto.

Una minoría de obras son, a mi parecer, carne de quema directa: algunas son imposibles de descifrar, otras son atentados contra la ortografía, otras no tienen nada que ver con la convocatoria -y en esto entran muchas variedades: que no tienen que ver con el tema, que no tienen que ver con el género, que no tienen que ver con el formato...-

Luego hay obras flojas, con claras deficiencias pero que participan dignamente.

Como núcleo central, obras que resultan entretenidas de leer que encierran buenas ideas pero no termina de cuajar el desarrollo o que están bien planteadas pero carecen de chispa para seducir.

Al final, las obras que cumplen en todos los aspectos son las que se baten por el premio, según mi experiencia, y ya la balanza se inclina según las debilidades del jurado. Pero bueno, que no he hecho de jurado tantas veces para sacar demasiadas conclusiones precisas...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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