Piratería no, copia privada

Imagen de Luc Hamill

Va siendo hora de distinguir quién graba para ganar dinero de quién graba para no perderlo.

 

El que vaya por ahí de “yo soy un artista”, que lo mismo se inventa su lista de ventas, y si no va de derrotista, quejica y pesetero, si lee este artículo desde luego creo que no se quitará el sombrero, pero me da igual: de esos “artistas” ni lo necesito ni lo quiero.

 

El que vaya por ahí de “yo soy un artista”, que nunca olvide de dónde el arte surgió, que es un crimen que el pueblo, su creador, no pueda acceder a él. En fin, la ley con la cultura, para lo que no tiene que serlo sí es dura. Está casi más castigado bajarse una partitura que, en un ataque de locura, cometer un asesinato.

 

El derecho de autor y el abuso de los artistas. El canon y el plagio. La industria. Puestos así, sólo pueden disfrutar de la música, del cine, de la literatura y demás los que tengan de sobra vil metal. No exagero, que el último disco de una latina de éstas que se multiplican en verano puede costar entre veinte y treinta lerus. Pero es que un CD virgen cuesta treinta céntimos. No hay color, siendo ambos el mismo soporte. Menos mal que la latina no es de mi estilo (musical). Y luego ves lo último de un cantautor de por ahí y está a unos nueve. ¿Cómo se come eso? Con estoicismo socrático, supongo.

 

Pero es que además del CD está el librito, las fotitos, el póster, la dedicatoria, la carátula. Todo muy bonito, y nos gusta. De hecho, es el único aliciente importante del original, porque lo que es escucharse, se escucha igual en uno precintado que en uno del top manta. Si la cuestión no es por extras, es por dinero. Que qué mala es la plata, y qué caras salen las mechas de la rubita. Ahora se escuchan otras cosas para justificar el poner ese, y también lo consideran muchos cantantes, excesivo precio. Que si la producción, el diseño, el haber grabado tal temita con tal colega o en tal estudio... Ya nos vamos olvidando de que importa el contenido, no el envase. O a lo mejor es por la firma discográfica, que puede ser que a los consumidores nos importe la firma un poco menos.

 

Entiendo que tengan que comer, pero también deberían entender ellos que con la moneda de la Unión Europea todo ha subido. Todo, menos los salarios. Es algo que pueden comprobar fácilmente: basta con que, entre rueda de prensa, vacaciones, gira y sesión de fotos, pisen la calle. Que es de poco comprensivos lanzar ataques preventivos como ese canon compensatorio. Antes se ponía en las cintas de audio y vídeo, pero ya se extendió a CDs y DVDs. También para impresoras, aunque su destino sea sacar gráficos de estadísticas en una oficina, da igual, los artistas dicen que eso les perjudica. Por el momento no, pero también quieren que lo haya en el ADSL, la conexión por cable o lo que sea que tengamos. ¿Y por qué no en una cuchara y un vaso? No se necesita mucho más para reproducir algo de percusión.

 

Pero que sigan así, poniendo trabas con el pretexto de que se van a morir de hambre. Qué sabrá el batería de moda de lo que es llegar a fin de mes. Son los que están bajo el escenario quienes se tiran toda su vida mirando los escaparates. Que sigan así que en breve podremos decir que el arte es otro negocio, como la guerra.

 

Pena me da. Algunos piensan que esto de la piratería puede suponer el fin de la industria musical o cinematográfica. En realidad, es el fin de la saturación de los nenes hiperhormonados y las nenas de silicona prefabricados para lucir una fachada artifical y consumista que poco tiene que ver con la hermosa dedicación y el bello objetivo que deberían ponerse. Ante los piratas, los verdaderos artistas aguantan. Ya lo creo que sí. Sólo hay que ver la historia, que pone a cada cual en su sitio.

 

No sé si alguien recuerda que una vez en lugar de industria se habló de arte, algo que hoy se está perdiendo. Apenas nos quedan los últimos coletazos del Renacimiento. Pensad por un momento cuántos artistas, cuántos de verdad hay en el panorama actual. Poquísimos, la mayoría en el cine. Hoy que están tan en auge los ordenadores, los chips y la nanotecnología, pudiera ser que pronto perdamos la capacidad artística del ser humano, la inventiva, el ingenio y el genio. Pudiera ser que pronto veamos en los periódicos la noticia de que el arte cayó vencido por las asociaciones. Y que en la radio escuchemos que lo han enterrado de lado y sin oraciones. En la plaza nos enteraríamos de que para las obras de Bergman y Tolstoi ya han preparado los sepelios. Junto a la Ars nova, en qué mala hora, todo se irá al cementerio.

 

Y lo último que se ve en las copisterías y tiendas de informática es que los encargados se laven las manos y no te fotocopien el libro de Medicina ni te salven el disco duro. Pero os voy a poner sobreaviso, para que no os la den. Existe un derecho basado en una idea alemana de los años sesenta: el derecho a la copia privada, un derecho que te permite realizar la copia de una obra para que la uses sin ánimo de lucro. Y ese derecho está vigente, porque los titulares de derechos ya reciben en compensación el canon de los ya mencionados aparatos y soportes. Así que ya me está usted haciendo mi copia privada que bastante desatendemos nuestros intereses como para mirar los de los otros. Y dígame cuánto es. Y a la hora que toque, cierre la tienda. Y no fastidie más, porfa.

 

Este derecho también vale para las descargas de archivos audiovisuales que, aunque estén protegidos por copyright, son legales. Y si alguno os pone trabas, que se lea Copia este libro, del abogado David Bravo, y que se entere de que el derecho a la copia privada se introdujo, entre otras cosas, para proteger el derecho al acceso a la cultura de toda la sociedad. Derecho recogido en la Constitución de 1978, por cierto, que ya que nos aferramos a la ley, la ley no se suelta.

 

Si para alguien usar las redes P2P es de fariseos, perdone ese alguien que le recuerde que no todo el mundo aprende solfeo. Para muchos, aquellos Napster, Winmx, iMesh o Audiogalaxy, o los recientes Kazaa, eMule o Lphant, supusieron la única vía de escape para, tras una dura jornada, disfrutar de su tiempo de ocio. Además, en P2P se encuentran cosas descatalogadas, inaccesibles en el mercado y, sobre todo, se comparte, que no se negocia. Los usuarios no mueven dinero de aquí para allá. Eso es bonito, hoy por ti, mañana por mí. Aún así, resulta que los colmillos del dinero u otros intereses son muy fuertes y se dan casos como cuando en 2003 la RIAA, algo así como la SGAE norteamericana, demandó a doscientos sesenta y un internautas, entre ellos una niña de doce años.

 

Pero como decía el arte es del y para el pueblo. Es un estandarte nuestro, ¿vale? Es algo de aquí. Así que por eso ahora no vale que el descargar y compartir a cambio de nada nos lo tachen de delito, que las asociaciones y ministerios llegan a pedir años de cárcel, multas de miles de euros y pagos de indemnizaciones. Claro que ya cada vez menos instituciones creen que pasar archivos de un disco a otro sea un crimen. Que aquí el único crimen es cometer plagio cuando uno hace suyo algo que no le pertenece.

 

Por todo eso, pasando un kilo de los fiscales, de esa ley y de quien la hizo, reclamamos los programas, videos y musicales como nuestro oro y nuestro paraíso. Pasando un kilo de los fiscales, y lo que digan nos lo pasamos por el mismísimo download, que por culpa de la vida ya estamos bastantes explotados en trabajos de chinos. Y que derrochen más valentía para perseguir los verdaderos delitos, que está cada día este patio más llenito de asesinos.

 

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