Envenenado en Cardington Crescent
Reseña de la novela de Anne Perry publicada por DeBolsillo
Para la octava novela del inspector Pitt, Anne Perry decide dar un paso adelante y, al mismo tiempo, volver a los orígenes. Recordemos que la receta de Los crímenes de Cater Street pasaba por dos elementos clave: el retrato de una familia victoriana de clase alta y la irrupción del horror en su vida cotidiana. Si en el resto de las novelas de la serie había existido un distanciamiento normal si tenemos en cuenta la narrativa (sería extraño que la misma familia se viera envuelta en un crimen por novela), en Envenenado en Cardington Crescent hay un regreso al drama a quemarropa porque, a fin de cuentas, la víctima va a ser un miembro de la familia protagonista, un personaje, de hecho, querido dentro de la serie.
Este primer acierto, el aumentar la tensión dramática con un crimen digamos personal, viene apuntalado por el modo en el que se desarrolla la trama. Anne Perry consigue un buen retrato de los personajes (no en vano los ha ido desarrollando durante siete novelas) y de sus reacciones, apoyándose en secundarios para mantener otro de los elementos clave de la serie: el juicio social cuando las convenciones son violadas y los escándalos asoman la patita. Así, la novela resulta intensa en su desarrollo, sobre todo para los aficionados a la colección, ya que añade esa carga de emotividad que se apoya en la familiaridad del reparto.
Cabe mencionar también que la autora busca una narrativa en doble vertiente. Así, comenzamos la lectura con el descubrimiento de un misterioso y macabro cadáver, que constituirá el arranque del caso a resolver por Thomas Pitt, para después volcarnos sobre el drama de Cardington Crescent. Este es, de hecho, el elemento que más aristas parece plantear, porque durante buena parte del desarrollo de la trama da la impresión de que Perry ha olvidado ese arranque efectista, o quizás que lo ha desechado sin más. Al final, no obstante, habrá suficientes cruces entre ambas tramas para justificar su presentación, que además permite poner bajo el foco otra práctica de la época: las “granjas” de bebés.
En cuanto al cierre, he de reconocer que no entra dentro de mis favoritos a pesar de que, desde un punto de vista estructural, está mucho más conseguido dentro de los cánones del género policíaco que el de algunas novelas precedentes. Durante la trama se nos presentan suficientes posibilidades, sospechosos y móviles como para que el lector se implique en una búsqueda activa del asesino. Sin embargo, aunque la resolución es plausible y lógica, reconozco que no era mi preferida ni, desde mi punto de vista, evidentemente, la más probable. En este sentido, no hay elementos unívocos que pudieran llevarnos a la buena resolución, lo que permite mantener el suspense y, al mismo tiempo, impide que el lector pueda estar seguro de sus hipótesis.
Con todos estos elementos, Envenenado en Cardington Crescent es una buena entrega dentro de la colección, quizás más impactante para un lector que haya seguido la colección desde el principio que para uno que la descubra con este volumen. No obstante, se puede disfrutar de un modo independiente sin ningún problema. Después de todo, los asesinatos sórdidos en las clases altas de la época victoriana, sobre todo con un contexto bien desarrollado, siempre tienen su atractivo.
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