King Kong en los Mitos de Cthulhu
Algunas reflexiones peregrinas sobre la versión del gran clásico de Peter Jackson
Quizás me ha costado ver tanto la conexión porque era en exceso evidente, pero la última vez que vi King Kong, la versión de Peter Jackson, no he podido abstraerme de la cantidad de puntos en los que eso que llamamos los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft parecen impregnar la cinta. Sí, los años '20 con esa pátina gris y siniestra que nos abren la puerta a misterios ominosos que van más allá del conocimiento (estándar) humano deberían haberme puesto sobre la pista, pero a veces los árboles no nos dejan ver el bosque.
Y es que King Kong, en principio, es una obra que enraíza con las viejas historias de aventuras, de tierras ignotas, de exploración de los rincones vírgenes del planeta. Esto ya debería haberme puesto alerta porque en los años '20 del siglo XX este tipo de lugares ya prácticamente no existía. Sí, una isla perdida en el Pacífico podría valer... hasta cierto punto, pero atención al modo de llegar a la misma: siguiendo la pista de un mapa arcano, tras las huellas de leyendas que resuenan en lo más ancestral del imaginario colectivo, a través de una niebla sobrenatural, al fin y al cabo, tan extraordinaria que se diría mágica.
Una vez pasado este umbral, nos encontramos al hombre primitivo y degenerado que tanto había fascinado e inquietado al maestro de Providence, un humano que casi no lo parece, volcado en el culto a deidades perversas, capaz de adonarse en el canibalismo y los sacrificios humanos. Frente a ellos se contraponen a los civilizados, obsesionados con ideales banales como la riqueza, la fama o el éxito, ofuscados por su tecnología y por su supuesto conocimiento de la realidad que no es tal. Tienen herramientas que les hace sentir superiores pero que, al final, no serán tan eficaces como deberían. Y, sobre todo, se encuentran atrapados en una inercia y una ignorancia que van más allá del no saber, porque en realidad es la incapacidad de cambiar los esquemas hasta el punto suficiente para poder adquirir el auténtico conocimiento, ese situado más allá de la cordura.
Es cierto que, en apariencia, la cinta continúa como una obra de aventuras al uso. Recuperamos los dinosaurios (vestigios de una Tierra anterior al Diluvio, pero reales al fin y al cabo) y las junglas densas e inextricables, hasta que de nuevo Peter Jackson va un paso más allá y despierta una vez más algunos de nuestros horrores más primitivos a través de los insectos y esa brecha geológica que parece conducir a otro mundo, a una existencia donde el universo no está pensado para los seres humanos. Al igual que ocurre con las criaturas de los Mitos de Cthulhu, la creación de los monstruos que moran en esas sombras pasa por la deformación de referentes reales contra los cuales nos previenen nuestros instintos.
Todos estos elementos se combinan con una elección estética que también nos remite a esa mitología de horror cósmico, aunque no se explicite. Los altos edificios de Nueva York, grises de progreso y abrazados por la bruma, nos acercan a la visión de los grandes monolitos o las ruinas sumergidas bajo el mar. El teatro en el que se expone la bestia tiene un extraño paralelismo con el ceremonial frustrado en la aldea de los salvajes que viven entre los vestigios de una civilización megalítica, colosal e indescifrable. La propia geografía de la Isla Calavera, que encuentra su contrapartida en la ominosa costa de Nueva Inglaterra cuando arriba el barco (fantasma) de retorno, presenta esos tintes sobrenaturales que denotan que no está hecha para el hombre.
Sí, esta versión de King Kong tiene, a mi parecer, muchos más elementos que la mera ambientación en los años '20 para retrotraernos a la atmósfera de los Mitos de Cthulhu. Y, a pesar de la hibridación bastarda que podría parecer a priori mezclar una narración de aventuras con una de horror cósmico, funciona a la perfección, quizás porque ambos géneros, a su manera, beben de esos ecos ancestrales que todavía podemos sentir palpitar en nuestra sangre, como un tambor que hubiera batido en el alba de los tiempos.
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