La sombra sobre el cocotero
Un relatillo inspirado en King Kong y otros monstruos de andar por casa
Se acercaba. Las hojas del cocotero se agitaban sobre sus cabezas, como movidas por sus propios temblores. Estaban aterrados y no había por qué negarlo. Tambaleándose, como ebria de inconsciencia, la criatura se acercaba.
Medía más del doble que cualquiera de los presentes, y su peso superaba al del conjunto. En su abultado estómago podría ir alojándolos a uno tras otro y no era difícil imaginar que hubiera hecho cosas similares en el pasado. Muchos compañeros ya no disfrutaban de la sombra del cocotero. Habían sido tomados, elegidos por la criatura, tiempo atrás, y ya apenas eran un recuerdo en la memoria colectiva. De un modo mucho más vívido, las manos del ser habían dejado su impronta en las mentes de cada uno de ellos.
Sí, esas descomunales manos sudorosas, frecuentemente sucias de tierra o polvo, impregnadas sempiternamente del característico olor de la criatura, eran el íncubo que los visitaba cada noche. Y algunos días.
No lo soportaba más. Había visto desaparecer a muchos amigos, y no quería ver cómo más partían. Así que, cuando vio acercarse a la criatura aquella lluviosa mañana de febrero, apartó a Monsieur Totot y a la marioneta de trapo (que ya había perdido uno de sus ojos y parte de la razón), y se situó en lo más alto de la pila.
«¡Pancete, no!» exclamaron los animales del zoo, seguramente horrorizados por el destino del oso de peluche, pero ya era demasiado tarde. Côme tomó de una zarpita al animalillo de felpa y se alejó del cocotero con sus inciertos andares de bebé, arrastrando por el suelo a su víctima. Los compañeros del heroico osito rezaron para que su sacrificio no fuese en vano o para que, al menos, les consiguiera unas horas de paz.
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