La teniente O'Neil
O de cuando los nabos no te dejan ver el bosque
La teniente O'Neil es una película que me encanta. Tiene sobre mí un efecto hipnótico simple y llanamente porque me gustan las historias de superación, sobre todo las de entrenamientos. Está muy bien hilada, tiene un buen ritmo y las interpretaciones me parecen perfectas por parte de todo el reparto, y mira que Viggo Mortensen lo tenía complicado con esos pantaloncillos ochenteros. Demi Moore lleva muy bien también el peso de la historia, y no era sencillo, porque se pone en plena línea de fuego. La teniente O'Neil es, está claro, una excusa perfecta para desatar discusiones de bajo nivel sobre el sexismo.
Sí, de bajo nivel. No creo que sea premeditado, pero lo que podría haber sido una buena ocasión para abordar la problemática de las cuestiones de género, los papeles predeterminados en sociedad y las implicaciones del poder en todo esto se queda a mitad camino. Y, claro, cae en medio.
No es que falten pinceladas de interés a diestro y siniestro, como la selección de candidatos de cara a la prensa, ahí descartando descarnadamente a la “granjera soviética” o “teutona” o algo así que suelta alegremente la senadora, o el careo sobre las preferencias sexuales de la teniente. El problema es que la mayor parte de estas sendas se quedan en esbozos, e incluso toda la conspiración en plan El informe pelícano sobre la retirada de bases y demás se resuelve con cierta precipitación para centrarse en lo que de verdad importa: la parte de los tiros y el barro.
No, no se me han ido los dedos: esa es la parte que importa porque esta es una película de superación y de acción. Nadie pretende que O'Neil solucione el sexismo por sí sola; ella misma lo deja claro, en uno de los aciertos del filme, en cuanto empieza toda la movida. Lo que pasa es que esto sitúa el foco en un terreno especialmente abonado para los nabos. Y entonces, claro, estos se crecen. Y no dejan de ver el bosque.
Como explicarlo... Desde críos hemos crecido con culturistas que sujetan ametralladoras de posición y acribillan a base de testosterona a los malos (en La teniente O'Neil le toca a los moros, qué se le va a hacer, y por faltar no faltan ni las cabras). Entonces, como por arte de birbiriloque, parece que toda la cuestión de género se reduce a si es verosímil que Demi Moore sea capaz de sujetar los mismos modelos de ametralladora que Rambo.
Es particularmente curioso porque toda la película está tan bien armada que no cabe duda de que (dentro del convenio narrativo elegido) la ficción de La teniente O'Neil funciona. Vamos, que es tan verosímil que ella supere con éxito el entrenamiento de los SEALs (no se deja claro si a base de adrenalina o testarudez y la verdad es que NO IMPORTA) como que el tío Chuache se ventile con un arco casero al Depredador de la película homónima.
Pero el mal ya está hecho. El tiro ha quedado errado. Lo que se podría disfrutar como un entretenimiento que de fondo te hace plantearte algunos esquemas sociales se convierte en una excusa para que el entretenimiento sea dilucidar si es realista que Moore supere el entrenamiento SEAL (y no, por ejemplo, si lo es que los senadores americanos cambien cortinas de humo por cierres de bases).
Así que, aunque me encanta La teniente O'Neil, y me encanta volverla a ver de vez en cuando, no deja de perturbarme que haya tenido la magia de convertir el debate en torno al sexismo en un quién es más fuerte, ¿He-Man o Xena?
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