Una acompañante en Nueva York

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Reseña de la novela de Laura Moriarty publicada por Ediciones Maeva

 

Los feliUna acompañante en Nueva Yorkces años 20 representan una de las décadas más convulsas de la historia contemporánea estadounidense. La expansión económica de la época posibilitó la democratización del consumo a través de factores como la producción en serie, el pago aplazado o el crédito, posibilitando el acceso a productos y servicios que, previamente, estaban limitados a las clases altas. Además, y con objeto de satisfacer la creciente demanda, se introdujeron nuevas formas de ocio orientadas a las masas (cine, teatro, cabarets, etc.) que impulsó la industria de Hollywood. Una época dorada personificada por sus artistas gracias al Star System que basaba la producción de las películas en referencia a la popularidad de actores y actrices como Charles Chaplin, Buster Keaton, Gloria Swanson, John Gilbert, Rodolfo Valentino o Louise Brooks.

Precisamente, aquella joven de peinado bob representaba un auténtico paradigma de modernidad con su peculiar estilo, así como una personalidad atípica para la época. Es posible que la mayoría de mujeres de aquella década se sintieran liberales exhibiendo las rodillas, negándose a vestir con corsé o luciendo maquillaje a plena luz del día. Sin embargo, Louise Brooks destacaba entre sus congéneres por su carácter indómito que rechazaba la hipocresía social respecto a tabúes como el sexo. De hecho, abandonó Hollywood para trasladarse a Europa, donde protagonizó varias películas del director expresionista alemán Georg Wilhelm Pabst, quien la seleccionó para interpretar a Lulú en La caja de Pandora, todavía considerada una de las obras maestras del cine mudo y, además, una de las primeras cintas que mostraba una relación entre lesbianas.

No obstante, toda leyenda tiene un origen. A pesar de que Louise Brooks demostró desde una temprana edad una gran ambición y talento, necesitaba una oportunidad que le permitiese darse a conocer en el competitivo gremio de los artistas. La compañía de danza moderna de Ted Shaw se la proporcionaría invitándola a participar en un curso intensivo de verano para cumplir su sueño de ser bailarina. Sin embargo, Louise solo tenía quince años cuando se trasladó desde Wichika (Kansas) hasta Nueva York. Por esta razón, sus padres decidieron que la acompañase durante su viaje y estancia una vecina de la ciudad, Cora Carlisle, quien nos narra el cambio que supuso para ambas mujeres aquel verano.

Al igual que Nick Carraway (El Gran Gatbsy, F. Scott Fitzgerald), nos describe la decadencia del «sueño americano» en los años 20 ante el fausto despliegue de Nueva York. Laura Moriarty nos obsequia con un personaje de sólidas convicciones morales que viaja hasta la gran metrópoli buscando respuestas sobre su pasado. De hecho, ella es la auténtica protagonista de la novela y no exclusivamente la voz narrativa, mientras que Louise Brooks proporciona a la autora una base real sobre la que fundamentar su prosa a fin de transmitir importantes reflexiones sobre la necesidad del cambio y las repercusiones en nuestras vidas.

Una acompañante en Nueva York es una novela histórica que reconstruye con asombrosa exactitud el contexto en el que se desarrolla la historia. Paradójicamente, la decisión de la autora de narrárnosla a través de Cora Carlisle y no de Louise Brooks demuestra ser muy acertada, porque Laura Moriarty no busca un complemento a la biografía Lulú en Hollywood escrita por la propia actriz, sino una novela por completo independiente que nos permitiese comprender mejor los conflictos de aquellos años, en especial para las mujeres. La obtención de derechos fundamentales en décadas anteriores, como el voto femenino, se convirtieron en importantes avances hacia la igualdad, pero también se convirtieron en un retroceso significativo en lo que respecta a los valores por los que se regirían las futuras generaciones.

—Te lo digo en serio, Cora. A esta nueva generación le pasa algo. No les interesa ninguna de las cosas importantes. Cuando nosotras éramos jóvenes, deseábamos votar. Queríamos la reforma social. Hoy en día las chicas solo quieren… pasearse por ahí prácticamente desnudas para que las contemplen. Es como si no tuvieran ninguna otra vocación.

El contraste entre ambas mujeres se convierte en uno de los detalles más atractivos de la novela, pues nos permite ver la dualidad de 1920. Por ejemplo, la prosperidad económica conllevó un incremento de la inmigración y, a pesar de que Estados Unidos se promovía como un país de riqueza y oportunidades, los extranjeros no disfrutaron de los mismos privilegios que el resto de ciudadanos. De igual modo, la prohibición de vender alcohol comportó el auge de la mafia, el aumento de la violencia en las calles, la inseguridad ciudadana, la corrupción política o de los problemas de salud derivados del consumo de bebidas procedentes de destilerías ilegales. Con todo, Laura Moriarty se centra especialmente en la progresiva individualidad de las mujeres que rechazaban las constricciones del pasado.

No obstante, pronto comprendemos que aquella supuesta libertad es, en realidad, una frágil apariencia basada en insignificancias.

Sin embargo, mirando alrededor en ese momento, vio que muchas de las mujeres presentes, si no la mayoría, se habían aplicado sin miramientos sombra y delineador en los ojos, y carmín y brillo en los labios. Más de una llevaba la falda justo por encima de las rodillas. (…) Nada de eso habría sido concebible cuando Cora tenía la edad de Lousie. Tal vez Lousie estuviera en lo cierto. Quizás las viejas pautas empezaban a cambiar. (…) Quizás se estaba quedando desfasada, tan provinciana y anticuada en su pensamiento como su indumentaria. Acaso era como las viejas que reprochaban a las mujeres de su generación un comportamiento anormal por molestar a los legisladores y pedir a desconocidos en la calle que firmaran peticiones para intentar conseguir el voto. Pero Cora no se podía creer que todos los valores fueran realmente tan efímeros. ¿Y hasta dónde podían llegar esas nuevas modas? ¿Dónde terminarían? ¿Se esperaría que las mujeres, al cabo de pocos años, se pasearan con los muslos y la cintura al aire, y serían tildadas de puritanas si no lo hacían? (...)

Por esta razón Cora Carlisle debe aceptar el progreso, pero sin renunciar a su identidad para convertirse en aquellos que los demás esperan de ella, tal y como le ocurrió a Lousie Brooks. De esta forma, la autora nos transmite una reflexión fundamental. Es cierto que nuestro pasado nos determina y, aunque no podemos ignorarlo, resulta necesario discernir que dominio le permitimos ejercer sobre nuestro presente.

Una acompañante en Nueva York proporciona una importante lección al lector sobre la búsqueda de la identidad y, en especial, de la felicidad a través de dos personajes (uno ficticio y otro real) venciendo los prejuicios vigentes de varias generaciones que, en realidad, comparten más semejanzas que diferencias.

(…) Esos pueden ser los efectos del trato con jóvenes, es la gran recompensa a tanto dolor. Los jóvenes pueden exasperar, claro está, y asustar, y mostrarse condescendientes, e insultar y cortarte con sus aristas todavía sin pulir. Pero también pueden arrastrarte, mientras protestas y regañas e intentas apartarte, hasta la mismísima ventaba del futuro, e incluso empujarte por ella.

Si bien, aunque la autora consigue mantener un ritmo adecuado durante la mayor parte de la novela, observamos una modificación durante los últimos capítulos que afecta a la narración. Previamente, el relato se centraba en un período concreto en el tiempo (un mes), Laura Moriarty concluye la historia abarcando décadas completas de la vida de Cora, lo que le impide profundizar en los acontecimientos descritos. Al principio el cambio apenas es apreciable, pero, poco a poco, comprobamos que los párrafos son cada vez más breves, mientras que los sucesos mencionados poseen una gran trascendencia durante la última etapa de la protagonista. En consecuencia, el tono también varía para adaptarse al nuevo ritmo, volviéndose más dulcificado, los conflictos se resuelven con gran facilidad gracias a la tolerancia adquirida por la protagonista a través de sus experiencias en Nueva York. No obstante, el cambio en la personalidad respecto a algunas cuestiones resulta desconcertante, e incluso demasiado avanzado a su época. Es cierto que Louise Brooks representó un paradigma de la modernidad, pero debemos considerar sus circunstancias personales, así como su juventud para comprender su espíritu impetuoso. No obstante, resulta incoherente en el personaje de Cora precisamente por los detalles mencionados.

A pesar de ello, Una acompañante en Nueva York es una novela histórica que rinde un auténtico tributo a la época jazz de la historia contemporánea estadounidense a través de una magnífica reconstrucción del estilo de vida de aquella convulsa época. Laura Moriarty utiliza el pasado como fuente de inspiración, pero también como instrumento para transmitir un importante mensaje a los lectores a través de dos mujeres diametrales que, en realidad, buscaban lo mismo en su viaje a Nueva York: descubrir quiénes eran en un mundo de constantes cambios. Es posible que Louise Brooks hubiese agradecido en su vida real una acompañante como Cora Carlisle, porque nos encontramos ante una notable excepción en la que la ficción supera la realidad. Si bien, siempre nos quedaran sus películas y, por supuesto, esta novela.

 

Título: Una acompañante en Nueva York; 386 págs.

Autora: Laura Moriarty

Editorial: Ediciones Maeva, 2014

ISNB: 9788415532729

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