Hannah Arendt

Imagen de Jack Culebra

Crítica de la película de Margarethe von Trotta sobre la filósofa alemana

Cuando Adolf Eichmann fue secuestrado por el Mossad y conducido a Jerusalén para ser juzgado por crímenes cometidos durante el régimen nazi de Alemania, numerosos periodistas se desplazaron a la capital israelí para cubrir el proceso. Había muchas expectativas y mucha controversia —no en vano, hay cuestiones legales y de autoridad más que peliagudas en el caso, como, por ejemplo, si un país puede juzgar a alguien por un crimen cometido cuando el país todavía no existía—, además de una cobertura mediática de gran importancia. Y en mitad de la misma, Hannah Arendt, filósofa alemana judía exiliada en Estados Unidos desde que saliera de un campo de concentración en Francia durante la II Guerra Mundial, quien fue por cortesía del New Yorker a dar su visión del evento.

Hannah Arendt, la película, gira en torno a ese viaje a Jerusalén y al impacto generado por los artículos —recopilados posteriormente como un libro— escritos por la protagonista: el famoso, dentro de su círculo, Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal. Es la narración de una búsqueda que no da los resultados que todos esperaban, la versión narrada de la gestación de la teoría de la banalidad del mal, una reflexión espantosa sobre el ser humano hecha en unas circunstancias de lo más adverso.

Como se adivina, la película tiene calado no ya solo por los personajes y las circunstancias que trata, sino por el trasfondo filosófico que encierra. Sin embargo, no es una película que se antoje exigente. Bien al contrario, discurre con sencillez, como una conversación entre amigos, desde una óptica muy humana y nada maniquea. La Hannah Arendt interpretada por Barbara Sukowa de un modo magistral es sobre todo eso, humana. El modo de filmar de Margarethe von Trotta incide sobre ello: es intimista, cercano, cálido en su paleta de colores, envolvente en su banda sonora, de a pie en la elección de las perspectivas, en el montaje. Recuerda, en cierto modo, a películas como La vida de los otros. No es un filme que venga a dar respuestas, sino a plantear preguntas, y toda su tensión narrativa y su fuerza reside en eso, en que las personas que piensan no pueden permitirse simplificaciones ni dar cosas por hechas.

Sin duda, no es una película para todos los públicos. No hay escenas de acción propiamente dichas, aunque se palpe la tensión en el telón de fondo —muy bien realzada por la inclusión de metraje histórico durante el juicio—; la épica que encierra es propia de filmes contenidos, como El club de los poetas muertos, y la realización, en contra de los cánones de los tiempos modernos, huye de toda prisa.

Así, Hannah Arendt se revela una película muy indicada para quien quiera saber algo más sobre esta mujer o sobre el pensamiento del siglo XX, para quien quiera indagar en las consecuencias del nazismo sin simplezas. Un filme delicado en su apariencia y de una gran fuerza en su interior.

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