Lobezno: Vida y muerte en Madripur

Imagen de Kaplan

Reseña del tomo publicado por Panini con historias de Chris Claremont y John Buscema

 

Hace unos años, Jeph Loeb decidió mandar a paseo la última parte del misterio que, desde su origen, había sido la quintaesencia de Lobezno. Antes de él, Paul Jenkins había narrado su origen en una miniserie tan correcta como innecesaria y Bendis había hecho que, tras Dinastía de M, Logan recobrara todos sus recuerdos. Si estos autores habían eliminado cualquier rastro de mística de la historia del mutante canadiense, Loeb añadió con calzador la trama de Rómulo, pomposa, en absoluto novedosa y merecedora del mayor de los olvidos. Su resolución corrió a cargo del temible Daniel Way, quien añadió un clavo más al ataúd de Lobezno al presentar en un alarde de genialidad a Daken, el cretino de su hijo.

Evolución es como se llamó el tomo que recopiló la saga de Jeph Loeb en la que se presentó a Rómulo y, en efecto, da la impresión de que desde Marvel se ha querido que Lobezno evolucionara. El problema es que, paradójicamente, al disipar todas las nieblas de su pasado y llenar todos sus vacíos misteriosos han obtenido un personaje tan ampuloso y legendario como hueco, una caricatura de lo que alguna vez fue. El último representante de una estirpe que se remonta al amanecer de los tiempos es un mutante casi indestructible, no fuma y tiene un hijo que le trae por la calle de la amargura; ahí es nada. Queda claro, pues, que la palabra evolución no implica siempre un cambio positivo. Ni muchísimo menos.

No hay más que asomarse a las primeras historias del personaje en solitario que Chris Claremont escribió en los ochenta. Un guionista en plena efervescencia creativa contando historias ambientadas en la oscura y exótica Madripur, protagonizadas por un Logan muy alejado de su papel en los X-Men, que actúa bajo el apodo de Parche y que, salvo en contadas ocasiones, mantiene escondidas sus garras. Claremont se las arregló en estos números para crear un personaje único y misterioso, vinculado casi de forma exclusiva a una zona virgen del Universo Marvel. Lobezno nació alejada de los estándares estéticos y temáticos de los grandes títulos de la editorial y fue una maravillosa precursora de la corriente grim and gritty, tan nefasta a la postre.

Poco conocíamos de Logan, pero tampoco lo necesitábamos; esa era la clave de su carisma. Lejos de las amenazas mundiales e incluso interplanetarias a las que se enfrentaba junto con Cíclope y compañía, en su colección, Lobezno tiene que vérselas con organizaciones mafiosas, ninjas y matones malencarados, todo mucho más mundano, más de andar por casa. Esto no implica que el interés sea menor, ni muchísimo menos, sobre todo porque Claremont contó con unos colaboradores de lujo para retratar estas historias. El dibujante encargado fue ni más ni menos que John Buscema, aquí en plena madurez, dotando a estas tramas de un tono sombrío que definió a Madripur y sus siniestros habitantes. Sus excelentes lápices fueron rematados en primer lugar por un todavía creciente Klaus Janson y después por una auténtica leyenda del cómic clásico como Al Williamson. Mientras que Janson aporta una mayor suciedad y vigor al dibujo de Buscema, Williamson perfecciona sus trazos con una elegancia pasmosa, haciendo de cada página una obra maestra. En cualquier caso, en la labor de ambos prevalece el estilo de Buscema, por lo que las dos tramas contenidas en este volumen mantienen una evidente continuidad estética.

La lucha de poder entre Tyger Tigre y Roche, el señor del hampa en Madripur (que se publicó en Marvel Comics Presents como antesala de la serie abierta), la búsqueda de la Espada Negra y el primer encontronazo de Lobezno con Camorra y Hemorragia son las historias que encontramos en este volumen de Marvel Héroes de Panini. Cada una de ellas vale más que todas las que hemos enumerado al comienzo de esta reseña. Porque, más allá de su talento innato, los autores estuvieron muy inspirados al realizarlas. Porque querían hacer algo distinto. Porque estaban construyendo un universo temático a partir de un personaje. Porque las historias discurrían con naturalidad, no por medio del golpe de efecto progresivamente más ridículo. Claremont y Buscema sabían lo que se hacían y eso, queridos Jenkins, Bendis, Loeb y Way, en aquellos tiempos eran palabras mayores.

 OcioZero · Condiciones de uso