La hoguera

Imagen de Aldous Jander

Una nueva entrega de Relatos del rebaño

 

—¡No me digas que me calme! —explotó Gata arrojando a un lado la manta con que se cubría y levantándose en un único y enérgico movimiento, al parecer tan solo para andar en círculos alrededor de la hoguera—. ¿Cuánto tiempo hace que salieron? ¿Cuatro, cinco horas? Nunca pasamos tanto tiempo fuera.

—No lo sé Gata, no sé cuánto hace que se fueron, no sé dónde están ni cuándo van a volver —contestó Grulla haciendo lo posible por no alzar la voz—. ¿Quieres sentarte de una vez? Me estás poniendo de los nervios .

Halcón y Camel habían salido, probablemente a buscar cualquier tipo de pieza para su estúpida radio de juguete. Pero tras unas horas, su ausencia había empezado a ser preocupante, de modo que Oso había ido a por ellos. Y después, al no volver este tampoco, Lobo y Caimán habían montado en la camioneta con la intención de traer a todos de vuelta.

De modo que tan solo quedaban ellas dos en el garito: Gata, quien en aquellos momentos se veía reducida a un inestable manojo de nervios, y Grulla, a quien no se le ocurría qué más hacer para tranquilizarla. También estaba Serpiente, claro, pero el joven llevaba horas durmiendo en el interior, ajeno a la atmósfera de tensión que se había formado en torno al fuego.

—Escucha, entremos dentro, ¿Quieres? —propuso Grulla implorante, a pesar de saber de antemano que no sería escuchada—. Creo que hay algo de chocolate, prepararé dos tazas... —añadió levantándose para reforzar su proposición.

—¿Pero es que no ves lo que está pasando? —casi gritó Gata, alzando las manos como quien reclama justicia divina y fulminando a su amiga con la mirada—. ¡Todos están ahí fuera, y no sabemos lo que les ha podido ocurrir!

—Lo sé, Gata, lo sé.

—¿Entonces?

Una posible respuesta murió en los labios de Grulla antes de ser formulada. Desde luego, a su amiga no le faltaba razón. Pero había algo que la alterada Gata no parecía entender...

—Yo también tengo miedo —dijo Grulla por fin, escogiendo las palabras, hablando lentamente—. Mucho miedo, Gata, quizá más que tú. Tengo miedo de que no vuelvan, tengo miedo de que vuelvan heridos, tengo miedo... tengo miedo de lo que pueda pasar.

Gata guardaba silencio, sin que la ruda expresión de su rostro cambiase un ápice.

—Te comprendo, y por eso necesito que me entiendas tú a mí —continuó Grulla—. ¿No ves que yo siento lo mismo que tú? ¿No ves que hago lo posible por soportarlo, Gata, y no ves que enseguida perderé las fuerzas y no habrá nadie aquí que mantenga la calma?

Tenía que haber un motivo de peso para que todos se retrasasen tanto, sobre todo teniendo en cuenta lo estrictos que eran últimamente en lo referente a las salidas al exterior. ¿Les habrían atacado los lobos? Las calles estaban cada vez más pobladas por aquellas terribles fieras... O tal vez algún edificio se había derrumbado sobre ellos. O quizá habían caído en alguna sima de escombros, indistinguible en la oscuridad de la noche. Incluso podía ser que hubiesen topado con algún superviviente, ¿por qué no?

Claro que no había ningún motivo para pensar que dichos supervivientes tuviesen que ser amistosos... ¿Estarían sus amigos a salvo en caso contrario?

¿Estarían... estarían ellas mismas a salvo?

Por favor chicos, volved pronto... ¿Dónde estáis?

—Lo siento Grulla, no he querido gritarte —dijo por fin Gata. Ahora era ella quien trataba de hablar con suavidad—. Yo misma iré adentro, ¿vale? Voy a preparar yo el chocolate, pero no llores, por favor.

Grulla se llevó las manos al rostro para descubrirlo húmedo por unas lágrimas que no había sido consciente de verter.

—Olvídalo, es solo que... —sabía lo que quería decir, pero por algún motivo no conseguía encontrar las palabras adecuadas—. Es solo...

Pero se interrumpió ante el gesto de Gata, que alzaba una mano demandando silencio.

—¿Qué, qué ocurre? —preguntó al ver la expresión de alarma en el rostro de su amiga.

—¿No lo oyes? —dijo Gata con los ojos entrecerrados. En el garito imperaba el silencio, quebrado solo por el crepitar de las llamas.

—No, ¿oír qué?

—Shhh... Escucha.

Realmente había otro sonido, apenas audible por debajo del suave ulular del viento y el crujir de la madera ardiendo. Ambas se concentraron, agudizando el oído para tratar de localizar la fuente de aquél extraño zumbido.

—¡El fuego! —gritó Gata de improviso, sus ojos abiertos de par en par—. ¡Tapa el fuego! —y cubrieron la fogata con sus mantas, ahogando a las llamas; por suerte no era un gran fuego, por lo que no tardó demasiado en convertirse en un escasa bruma gris manando de entre las costuras de lana.

Ahora ambas podían oírlo claramente, un rumor grave y rítmico que provenía de las alturas. Alzaron su vista al cielo y vieron en la lejanía lo que parecían ser tres luces, que se acercaban lentamente a la ciudad por su extremo oeste.

Su primer instinto fue el de resguardarse bajo techo, de modo que sin necesidad de acuerdo previo emprendieron la carrera hacia la cercana puerta del edificio, cubriendo en todo momento su cabeza con ambos brazos.

Una vez dentro, permanecieron encogidas la una junto a la otra tras la puerta cerrada, conteniendo a duras penas el aliento durante aquellos eternos minutos. Pero finalmente aquél sonido se desvaneció en la distancia, junto con aquellas extrañas luces que por un momento tanto las habían asustado.

Respiraron de nuevo, una vez hubo pasado el peligro.

—¿Se puede saber qué pasa? —preguntó una quebrada y somnolienta voz desde la habitación contigua.

—Nada, duérmete otra vez —contestó Gata alzando la voz para que Serpiente le oyese a través del fino muro de cemento y la espesa bruma de alcohol que les separaban.

—¿Es que no se lo vamos a contar? —susurró Grulla.

—Ahora no —respondió Gata al tiempo que abría la puerta con cautela. Había liberado el cierre de la funda de su arma—. De todos modos, no creo que esté en condiciones...

Se detuvo bajo el marco de la puerta, contemplando el firmamento.

—¿Ves algo?

—Nada, todo limpio.

—Pues apártate, esas mantas están a punto de arder.

Gata centró su vista en la extinguida hoguera, que empezaba de nuevo a humear.

—¡Mierda!

Acortaron la escasa distancia en pocos segundos, de modo que llegaron a tiempo para apartar las mantas, pero no tuvieron más remedio que arrojarlas de nuevo al fuego. En el estado que estaban, valían más como combustible.

La última de las mantas empezaba a consumirse cuando un repentino escalofrío recorrió la nuca de Grulla, casi al mismo tiempo que un leve rumor sacudía las cañas y arbustos a pocos metros por detrás de ella. Se volvió por reflejo, dando un salto atrás al entrever dos pequeños ojos brillantes entre la vegetación.

—Tranquila, no seas miedica —repuso Gata con voz socarrona—. Es solo un zorro.

Pero antes de que terminase de pronunciar esas palabras, un penacho de plástico fosforescente pareció brotar en el acto de la tierra removida frente al animal, que huyó antes de que otra flecha deportiva silbase entre las hojas entre las que segundos antes se guarecía.

—Mierda, pensé que le daría —dijo alguien, desde el pórtico.

—Sí, tío, eres un manta, es el fin del mundo, bla bla bla... Supéralo. Por cierto, ¿alguien más ha visto esas luces?

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