Elvián y el dragón: La cueva del dragón

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Cuarto capítulo de esta novela de Gandalf

 

Cuando Elvián despertó al día siguiente, sopesó las palabras que Sir Astral le había transmitido en sueños. Pensó profundamente en el consejo que le había dado con respecto al asunto del dragón, pero no logró comprender su significado. Suspiró con resignación y se levantó del cómodo catre donde había dormido. Se lavó un poco la cara, se vistió y, antes de bajar al bar, se armó con su valiosa espada mágica. Abajo ya estaba trabajando Docan, otra vez limpiando la barra. En cuanto lo vio aparecer, al señor Adwond se le iluminó la cara y le dijo al príncipe que se acercara.

—Buenos días, señor Elvián —dijo—, espero que haya dormido bien. Disculpe, antes no fui todo lo amable que debería. Espero sinceramente que me perdone.

—No tiene importancia —respondió el príncipe—. Después de todo, es normal que esté tenso con todo lo que ha vivido este pueblo últimamente.

—A pesar de todo, creo que debería disculparme —dijo Docan—. Además, usted está dispuesto a enfrentarse al dragón por todos nosotros, y en esta ocasión yo, más que nadie, le debo estar eternamente agradecido —sonrió al ver el rostro intrigado de Elvián—. Mi hija menor es la elegida para ser sacrificada al dragón para el próximo año. Sé que esto suena un poco egoísta por mi parte, pero es lo que siento. Por supuesto, me apiado de aquellos quienes han perdido ya a sus hijas, y de sus hijas.

—No tiene por qué sentirse avergonzado —replicó Elvián—, es algo totalmente natural. Es normal que usted se desasosiegue por el porvenir de sus seres queridos, ergo me parece lógico que se desvele por sus vástagos.

En ese preciso instante, la puerta de la taberna se abrió y entró Rufus, seguido de cerca por Rand. El chamán se plantó ante el príncipe, mostrando su cara más amable.

—Buenos días, queridos amigos —dijo dirigiéndose a él y a Docan Adwond, y luego centró su atención de nuevo en él—. ¿Has dormido bien? Lo necesitarás para la tarea que te has ofrecido a realizar, y por la que tienes todo nuestro agradecimiento más sincero. Cuando estés listo, podemos partir hacia la colina.

—Podemos ir ahora mismo, si así lo desea —dijo Elvián—. Había pensado en llevar conmigo a mi corcel, Trueno, pero no creo que el terreno sea adecuado para él.

—Entonces perfecto —dijo Rufus—. Yo y Rand te acompañaremos hasta la cima, aunque nosotros no entraremos en la cueva. Perdónanos, pero nos da demasiado miedo.

—Si no os importa, me gustaría ir a mí también —dijo Docan—. Me gustaría acompañar a nuestro salvador, aunque sólo sea hasta la cima. Puedo dejar a mi mujer o a una de mis hijas a cargo de la taberna.

Nadie estuvo en contra de que el posadero fuera con ellos, así que dejaron el local y emprendieron el viaje hacia el cerro. Al principio caminaban callados, sobre todo Elvián, que no paraba de pensar en el inminente enfrentamiento que tendría con el dragón. Docan se dio cuenta de la creciente inquietud que sobrecogía al príncipe, así que se acercó y empezó a charlar con él para animarle un poco. Después de todo, iba a arriesgar la vida por el bien de Mallowley. Pronto llegaron a la ladera de la colina, y en seguida se pusieron a ascender por ella. Rufus, Rand y el señor Adwond miraban el camino desolados. Habían subido ya demasiadas veces por esa falda maldita por el tema de los sacrificios. Debido a que en ese momento no transportaban la jaula de madera, la subida se hizo menos pesada y más rápida. Llegaron a lo alto del otero en unos quince minutos, y frente a ellos vieron la entrada a la cueva. Rufus se acercó un poco a ella, observando sus increíbles dimensiones, mientras los demás se quedaban rezagados. Tras unos segundos de silencio, el anciano hizo una señal al príncipe para que se acercara.

—Bueno, a partir de aquí es cosa tuya —dijo—. Yo y mis compañeros te deseamos toda la suerte del mundo. Confía en tu espada mágica, es más poderosa de lo que parece. Por imposible que parezca, te aseguro que con ella puedes derrotar a Golganth. Ten cuidado y no dejes que el dragón te queme —guiñó un ojo y soltó una carcajada, claramente tranquilizadora.

Elvián se despidió con la mano de sus acompañantes, mientras estos le deseaban suerte, y se internó en el interior de la caverna. Lo primero que le sorprendió fue la claridad de la gruta. Era capaz de ver cada uno de los detalles de las paredes. Además, el lugar estaba demasiado limpio para tratarse de la guarida de un dragón. En general, el ambiente no era ni muy fresco ni muy caluroso, así que en ese sentido no tuvo ningún problema. Tampoco había en la atmósfera ningún olor desagradable. Más extraño aún, sentía un aroma refrescante y agradable, como si alguien se dedicara a airear el interior de la caverna. Por un momento, se olvidó del asunto del dragón y aspiró profundas bocanadas de aquel aire tan fresco con cara de satisfacción. Después de un rato, recordó el lugar donde se encontraba y la tensión volvió a su corazón.

El eco de sus pasos al caminar no mejoraba su inquietud, y unos extraños sonidos procedentes de las paredes también le incomodaban. Cuando se acercó impaciente a uno de los diques para ver qué era ese ruido, de sus grietas surgieron cientos de murciélagos que se arrojaron sobre el muchacho. Se protegió la cara mientras los quirópteros aleteaban junto a ella. Cuando desaparecieron de su vista, aún oía el batir de alas en la distancia. Con el corazón latiendo deprisa, Elvián se enderezó y prosiguió la marcha.

Durante un tiempo que a él le parecieron horas, estuvo deambulando por el túnel, sin que todavía tuviera atisbos de llegar a la cámara donde moraba el dragón. Cuanto más se internaba en la espelunca, notaba que el calor iba en aumento. Hasta sus oídos llegaba un suave murmullo, que le recordó a un gruñido. A medida que andaba, oía más claramente el rumor, y cada vez se le parecía más a un fuerte ronquido. Alzó la vista para descubrir una luminosidad rojiza al fondo del pasillo, todavía lejos en la distancia. Apuró el paso para llegar cuanto antes, sin fijarse en una sombra que desde hacía algún rato había empezado a seguirle. Aceleró aún más su ritmo, convencido ya de que lo que sonaba adelante eran resonantes ronquidos. Sonrió un poco relajado al tener la esperanza de encontrar al dragón durmiendo. Así sería mucho más fácil acabar con él. Empezó a correr para no llegar cuando el monstruo despertase.

De pronto, algo saltó por encima de él y fue a aterrizar unos metros por delante. Fuera lo que fuese era grande y pesado, y al caer al suelo provocó un gran estruendo. Del suelo brotaron rocas que saltaron hacia el príncipe, por lo que se tuvo que arrojar al suelo para no ser alcanzado por estas. Cuando alzó la cabeza, se encontró cara a cara con un horrendo monstruo rocoso. Era alto y fornido, y tenía gruesos brazos grises, igual que sus piernas y su ancha cabeza. Se abalanzó con sorprendente velocidad sobre Elvián y, después de que este se alejase rodando, golpeó el suelo con gran fuerza. El muchacho se puso de pie de un salto y desenvainó la espada. A su vez, el monstruo agarró una cimitarra que portaba al cinto. Los aceros entrechocaron mientras sus dueños combatían. Mas, debido a una fuerza física superior del golem, las cosas se pusieron muy feas para el príncipe. La criatura de piedra hacía retroceder al joven mientras lanzaba mandobles a diestro y siniestro. Este, por su parte, detenía como podía los ataques con el filo de su espada. Pero el monstruo poseía una potencia tan fuerte que los brazos de su contrincante empezaban a resentirse. Optó por cambiar de estrategia y se dedicó a esquivar los golpes del golem en vez de a detenerlos con su arma. Después de unas cuantas piruetas, Elvián volvió a tener sensibilidad en los brazos, y esta vez fue él el que atacó. Para su sorpresa, en esta ocasión era el monstruo el que retrocedía, pese a que él no poseía su misma fuerza. El príncipe comprendió que su espada mágica añadía más fuerza a los ataques que lanzaba. Con impaciencia, la bestia rocosa lanzó una patada que alcanzó a su rival en medio del pecho. El muchacho salió despedido hacia atrás. Afortunadamente, consiguió dar una voltereta en el aire y cayó de pie, sin haber soltado la tizona. Se llevó una mano al dolorido pecho y miró con los dientes apretados al golem. Volvió a atacar con más fiereza. El monstruo intentó golpearle otra vez, esta vez con un brazo, pero ahora Elvián estaba preparado y lanzó un mandoble. El antebrazo del ser de piedra saltó por los aires al ser cercenado, y se rompió en pedazos cuando cayó al suelo. El monstruo rugió y atacó a su vez, pero Elvián lo esquivó sin dificultades y contraatacó. Esta vez, el príncipe dirigió el filo de su espada hacia la garganta de la bestia. La cabeza pegó un brinco y se estrelló contra el suelo, deshaciéndose en añicos. Unos momentos después, el cuerpo desprovisto de vida se precipitó contra el piso, con el mismo resultado. Sin perder un solo segundo, Elvián envainó la espada y continuó corriendo mientras mascullaba por la bajini e imitando la voz de Astral:

—Venga, Elvián, no te preocupes, marcha sin reparos por el interior de la caverna, que no pasa nada, no es peligroso.

Entonces, casi sin darse cuenta, llegó a la fuente de la luminosidad roja. Se encontró en una gigantesca estancia llena de tesoros, pero eso no fue lo que le dejó sin respiración. En medio de la cámara, durmiendo sobre un montón de monedas de oro y plata, un gigantesco dragón tenía el humeante hocico en su dirección.

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