Arqueología comiquera
A veces uno se encuentra cómics -o arte secuencial, como dicen lo expertos- donde menos se lo espera
El tema de los orígenes del cómic es uno de los más manidos del género, y todos hemos oído alguna vez aquello de que ya los hombres prehistóricos hacían una suerte de representaciones de cazas en sus cavernas que bien pudieran asemejarse a “historietas”. Que los capiteles románicos son más bien narrativos -mucho más, en cualquier caso, que descriptivos- tampoco es ningún secreto, y, por extensión, no hay que ser un genio para darse cuenta de que los tapices debían compartir este enfoque, ya que pertenecen al mismo periodo, grosso modo, cultural. A pesar de todo ello, cuando uno gira la puerta y se encuentra con la evidencia palpable justo delante de sus ojos, como le ocurriera a Indiana Jones con aquello de la equis en la biblioteca veneciana, es imposible no dedicarle, al menos, un pensamiento.
Y ahí estábamos, disfrutando del puente por la región del Loira, bien conocida por sus castillos, cuando decidimos hacer escala en el de Angers. Cuando entramos, el guarda nos indicó que había una exposición titulada “Los tapices del Apocalipsis” que podíamos visitar si nos apetecía. En un primer momento dudé, pues no soy especialmente amigo de tapices -no es una pieza arqueológica que me suscite una especial fascinación-, pero tampoco me gusta quedarme a mitad en las incursiones. Así que entramos en la sala. Y los vimos.
Para poner en situación a los que no hayan tenido ese privilegio, comentaré que los famosos tapices del Apocalipsis fueron tejidos entre 1375 y 1382 siguiendo los dibujos de Hennequin de Bruges, y a pesar de la degradación habitual en sus colores, se puede decir que están en un estado de conservación formidable; al menos, aquéllos que están, que unos cuantos se han perdido: una treintena de los cien largos que componían el conjunto original. No obstante, la cantidad de los restantes, y sus dimensiones, permiten hacerse una idea del apoteósico conjunto: los tapices tienen una altura de 19 pies (unos seis metros) y una longitud total de 551 pies (unos ciento sesenta y cinco metros). Sin embargo, más allá de la titánica envergadura del proyecto, lo que más me impresionó fue, precisamente, la claridad con la que aquello se ajustaba al concepto de arte secuencial. Vamos, que bien hubiera podido ser un cómic.
Sin duda, el formato “tapiz” se asemeja en gran medida a una viñeta. Por un lado, tenemos que la dimensión del dibujo viene limitada por unos marcos en “blanco” -en el caso del tapiz, con adornos-, y por otro que éste se encuadra dentro de unas dimensiones armoniosas similares a las de una ventana. Rara es la viñeta -o el tapiz- que funciona con un diseño excesivamente rompedor. La sucesión de tapices concatenados y de similar talla reforzaba la imagen de cómic, de secuencia, así como el que el “dibujo”, o bordado, viniera realizado por un mismo artista -y su cuadrilla de hiladores, cabe imaginar-. Éste es un punto que rara vez se encuentra, por ejemplo, en los capiteles de los que hablábamos antes.
No obstante, la sensación absoluta de encontrarse delante de un “cómic” venía de su aspecto más obvio: la narración. Asumido que las representaciones artísticas de la época tenían una labor didáctica y transmisora de conceptos, aceptamos que, en este caso concreto, se nos presenten imágenes que remiten a las Sagradas Escrituras y, concretamente, al Apocalipsis: el fin del mundo, la derrota del diablo y la ascensión de los justos al Cielo. De acuerdo. Sin embargo, esto no es lo chocante, sino el modo en el que estos tapices – viñeta interaccionan entre sí presentándonos una sucesión lógica, cuasi cinética en algunos momentos, que da una continuidad de acción tan rara como chocante y que consigue que a día de hoy se sigan entendiendo a pesar de nuestras lagunas, como ciudadanos de a pie, en materias apocalípticas.
No es ya que haya una serie de personajes que reencontramos a lo largo del centenar de tapices (bueno, de los setenta que quedan), sino que éstos interaccionan entre sí como personajes de un cómic. Por supuesto, esto se pone de manifiesto más claramente en unos que otros, pues, como es habitual en la Edad Media, el simbolismo tiene un peso importante en gran parte de la narración. Sin embargo, la sensación general es clara, y fascinante.
Sin duda, el cómic (o arte secuencial) es uno de los medios de expresión más efectivos y ricos, y estos tapices lo siguen poniendo de manifiesto setecientos años después de su concepción. La prueba es el interés con el que los visitantes íbamos siguiendo la terrible epopeya del Apocalipsis, y cómo el relato terminó por cautivarnos sin remedio.
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