Antología Z: volumen 2

Imagen de Patapalo

Reseña de esta antología realizada en colaboración con Nocte, la asociación española de escritores de terror, y publicada por Dolmen

No soy ningún experto en el género zombi. Hasta hace unos meses no había leído casi nada del tema y sigo sin conocer ni una sola película de la -al parecer- imprescindible filmografía. Es posible, por lo tanto, que en la reseña que voy a realizar a continuación pase por alto referencias y guiños, que denote mi desconocimiento de las claves del subgénero Z. Al mismo tiempo, he de decir que este libro me ha resultado muy entretenido, magistral en algunos momentos, y eso sin ser un fan de los "revenidos".

La reseña la voy a escribir de memoria, ya que mi ejemplar de Antología Z vol.2 Especial Nocte se quedó en Zaragoza. Por ello, no voy a seguir ningún orden particular al hablar de los relatos.

Sí recuerdo claramente que el libro empieza con Ajenjo, de Pedro Escudero Zumel. Un gran acierto porque se trata de uno de los relatos más potentes y canónicos de la antología. El autor introduce en esta historia un elemento, el de los "indetectables", que utiliza como pivote para darnos una panorámica de lo que sería una plaga zombi y, lo que es más interesante, analizar la mentalidad y la sociedad a la que daría lugar. Una historia muy bien escrita a la que le veo solo un problema y en un detalle: hay cierta incongruencia entre el tiempo de contagio y cuáles serían los focos de la plaga.

Otro gran acierto es el cierre: Víctimas y verdugos, de José Mª Tamparillas, un relato pausado y descarnado en el que el vívido retrato de los protagonistas resulta estremecedor y escalofriante. Además, la óptica de los que han tratado la plaga cuando ya todo ha terminado, en la que el componente humano gana fuerza, es tan original como demoledora. Un buen broche para terminar al que le pesa, a mi parecer, la compañía: está justo después de mi relato preferido de la antología, Tras una persiana veneciana, de Emilio Bueso.

Este relato, que está magistralmente conducido, condensa además muchas reflexiones en torno a lo que suponen los zombis como monstruo contemporáneo. La atmósfera claustrofóbica y apocalíptica se combina con una gran belleza en la prosa y crea un relato, a mi parecer, inolvidable. Como extra, enraíza a la perfección con lo que se supone que es la antología.

Otro relato de mis relatos preferidos que también nos trae una prosa magnífica es Psique, de Marc R. Soto. Aquí el enfoque es menos canónico y los zombis no responden a ninguno de los esquemas clásicos, sino que se inspiran solo en su esencia. Las imágenes que invoca el relato son apabullantes y toda una delicia para los amantes de lo macabro y el horror onírico. Resultan tan inspiradoras como inquietantes.

Igualmente formidable es Fuegos fatuos, de Miguel Puente Molins, aunque aquí los esquemas tópicos del género se siguen en mayor medida. Eso sí, el detallismo del autor les da una dimensión nueva que hace todo más creíble y mucho menos acartonado. En cierto modo, retoma la esencia del survival horror y nos lo acerca como si fuera la primera vez.

Otros relatos que me han parecido particularmente meritorios han sido Carne de tu carne, de Fermín Moreno, al que quizás le sobre la última vuelta de tuerca, pues ya solo con el planteamiento resulta estremecedor; Cenizas del Niflheim, de Sergio Mars, que aúna a la perfección épica, retrato histórico y terror; El pacto de la niebla, de Víctor Conde, que sigue la estela del anterior, aunque con un toque más fantástico; o Fabularia, de Santiago Eximeno, relato que, a pesar de mi aversión por las reformulaciones de los cuentos clásicos, consiguió ponerme en un puño y arrastrarme por su grotesco universo.

Mención merecen también S0KH9, de Magnus Dagon, por la combinación metaliteraria y la reflexión intrínseca que realiza sobre qué es el zombi y por qué nos cala tanto en la actualidad; Al otro lado de la pared, de David Jasso, un relato de premisa simple pero ejecutado con tanto acierto que uno no puede evitar ponerse en tensión al leerlo; Carne de cañón, de Claudio Cerdán, y Asquerosamente ricos, de Nuria C. Botey, dos relatos que nos recuerdan el auténtico horror contemporáneo con la excusa de contarnos sendas historias llenas de acción y casquería; y Mi amada Michelle, de J. E. Alamo, por el acertado ambiente que consigue de novela negra, aunque el cierre me haya resultado demasiado abierto.

Con el resto de relatos he conectado menos por unas cosas o por otras: con el tono humorístico de Todo lo que muere se levanta, de Juan de Dios Garduño, no he conseguido sintonizar; a los Microcuentos, de Julián Sánchez, les hubiera agradecido una vuelta de tuerca más; al polémico La primera resurrección, de Rubén Serrano, le he echado en falta algo más de desarrollo, ya que el tono lo he visto bien captado; con Mi primo Tom, de Pedro L. López, he tenido la impresión de oír una vieja historia de campamentos y me he quedado con ganas de un remate más sólido; y a Salida maldita, de Roque Pérez Prados, que quizás sea el relato que mejor encaja con el concepto de antología Z nacional, le he visto problemas de ritmo.

En cualquier caso, la impresión general que me ha dejado el libro ha sido muy positiva. Además, la variedad de enfoques hace que uno no se sature de zombis: el abanico de historias es lo bastante amplio como para que el libro guste a los lectores de terror en general. Finalmente, hay suficientes relatos de peso como para hacer de la antología un libro recomendable. Algunos, como ya digo, quedan en la memoria, me temo que para siempre.

Espacio patrocinado por

Nocte - Asociación Española de Escritores de Terror

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