Carcassonne

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Análisis de este formidable juego de mesa ambientado en la emblemática ciudad medieval francesa de Carcassonne, el cual ha arrasado allí donde se ha comercializado.

 

Hay gente a le gustan los juegos de mesa porque permiten una cierta competición amistosa. Devanarse los sesos sobre cómo batir a un rival en un reto inocente libera tensiones.

 

Hay otra gente que prefiere los puzzles porque es un reto contra uno mismo. Además, el ir colocando piezas, sea en un rompecabezas, en una maqueta o en una casita de muñecas, es una actividad que resulta satisfactoria. Construir, aunque sea algo tan banal como los cuadros del Tetris, nos llena de una curiosa paz.

 

Klaus-Jürgen Wrede debía tener todos estos conceptos en la cabeza cuando diseñó el Carcassonne, unificándolos con el típico pragmatismo alemán. A veces me pregunto si él mismo se da cuenta de la genialidad realizada: no sólo ha conseguido un juego de mesa increíblemente entretenido y que da ganas de repetir partida tras partida, sino que además ha reconciliado los dos enfoques irreconciliables sobre el ocio, el del competidor nato y el del enemigo de las competiciones.

 

Cuando terminas una partida de Carcassone es difícil sentirse insatisfecho. Hayas ganado o hayas perdido, el proceso resulta gratificante y relajante como hacer un puzzle. Y, además, no tienes por qué competir sólo contra ti mismo. Las ventajas se intuyen rápidamente.

Presentación

 

Carcassonne viene presentado en una compacta caja de cartón de buena calidad. Este material es, de hecho, uno de los primeros detalles que agradece el jugador: todas las piezas realizadas con el mismo no son solamente estéticas, sino prácticas y resistentes. En este aspecto, sin duda, los diseñadores se han ganado un sobresaliente.

 

El juego en sí está compuesto por setenta y dos piezas cuadradas del susodicho cartón que representan paisajes del entorno de la villa de Carcassonne, bien sean urbanos (ciudades y monasterios) o rurales (caminos y campos), así como por un tablero para contar los puntos.

 

Como fichas, o peones, se utilizan grupos de ocho hombrecillos de madera pintada en cinco colores diferentes, lo que da un total de cuarenta piezas.

 

Los cuadrados de cartón que representan el terreno, sin estar adornados con unas ilustraciones impresionantes, tienen la gracia de que, se coloquen como se coloquen, siempre muestran una vista aérea de la ciudad llena de armonía, lo cual es otro gran punto a favor de los diseñadores.

 

La ambientación de la ciudad de Carcassonne tampoco es fortuito: la ciudad francesa está clasificada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. ¿Qué mejor escenario para recrear cuando se trata de ciudades medievales?

Sistema de juego

 

Los jugadores, entre dos y cinco, se sientan en una mesa más bien amplia y eligen su color, es decir, su equipo de ocho hombrecillos. Uno de éstos se destinará exclusivamente como marcador de puntos en el tablero destinado a tal efecto.

 

Determinados los equipos y colocada sobre la mesa la pieza de cartón inicial, que viene determinada por un reverso más oscuro, el jugador más joven elegirá quién empezará la partida. El orden que se seguirá después será el de las agujas del reloj, jugando según la mecánica descrita a continuación hasta que no queden más piezas de cartón por colocar.

 

El jugador que comienza su turno cogerá una pieza de cartón al azar y la colocará con al menos uno de sus bordes pegado al de una de las piezas que ya esté sobre el tablero.

 

Cada uno de los cuatro lados de la pieza representa uno de los siguientes elementos: un camino, un trozo de ciudad o un trozo de campo. Obviamente, para colocar la pieza dicho borde deberá coincidir con el de las piezas adyacentes ya colocadas. Como en el puzzle que forman las piezas del Carcassonne no hay ranuras, la posibilidad de encajarlas o no depende de los dibujos, que son extremadamente claros. Con algunos jugadores, no obstante, conviene estar atento…

 

La pieza en sí, además de ser de un tipo en cada uno de sus cuatro bordes, representará un paisaje concreto de la ciudad de Carcassonne: un trozo o varios de campo, de ciudad o de camino, y, a veces, un monasterio. Para poder aprovechar los recursos que muestra, el jugador que acaba de colocar la pieza puede situar uno de sus peones sobre ésta si dicho recurso no está ya en poder de otro peón, sea o no de su propio color.

 

Así, un peón situado sobre un camino se considera un ladrón, uno situado en una ciudad, un caballero, los peones situados en los monasterios devienen monjes, y aquéllos que quedan en los campos se denominan granjeros.

 

Una vez colocada la pieza de cartón y, eventualmente, un peón sobre ella, se comprueba que la colocación de la pieza no implique que parte del escenario se haya completado: una ciudad cuyos muros están completos, un camino que nace y termina en algún sitio o un monasterio circundado por cuatro piezas se consideran “cerrados”.

 

Si una de las partes del escenario ha sido completada, se procede a contar su valor, que es, principalmente, una función de su extensión, y se otorgan los puntos al jugador correspondiente devolviéndole, al mismo tiempo, su peón.

 

La única excepción son los campos y los granjeros. Éstos permanecerán sobre el tablero de juego hasta el final de la partida, y los puntos otorgados por los campos no son función de su extensión, sino de las ciudades completas adyacentes en el momento de hacer el recuento.

 

La partida termina, como ya hemos comentado, cuando ya no quedan piezas de cartón por colocar: el puzzle ha sido terminado y es el momento de recontar los puntos provenientes de los campos, así como de los caminos, ciudades y monasterios incompletos.

 

El jugador con más puntos al final de este recuento es el ganador de la partida.

Conclusiones

 

Sin entrar en detalles de cuántos puntos comporta el conseguir una ciudad, un monasterio, un camino o un campo, salta a la vista la variedad de posibilidades y la importancia tanto del azar como de la buena colocación de los recursos obtenidos.

 

Es importante tener en cuenta que, aunque inicialmente no se puede colocar a peones en recursos ya utilizados, es posible que en el transcurso de la partida éstos se comuniquen, lo que da lugar a muchas estrategias de “robo” o aprovechamiento del trabajo ajeno.

 

Además, aunque el factor azar puede ser determinante, lo más normal es que una partida se decida en función de la estrategia y el uso cabal de las piezas obtenidas. La ambición puede perder fácilmente a un jugador demasiado osado, dejándole sin peones; por el contrario, los jugadores excesivamente conservadores pueden encontrarse con que sus logros seguros les hacen quedarse rezagados al final de la partida.

 

La lucha por conseguir que las ciudades y los campos se sitúen lo más provechosamente para cada cual puede desembocar en ocasiones en auténticas luchas ajedrecísticas de colocación de inocentes cuadrados. Aunque en un principio el puzzle pueda parecer sencillo, algo de desconfianza y mala suerte pueden complicarle la existencia a cualquiera.

 

Por otro lado, cabe destacar que todos estos aspectos tácticos, pues el Carcassonne es un juego eminentemente estratégico, resultan terriblemente volubles en función del número de jugadores. Planes que se revelan arrolladores en partidas con dos resultan totalmente ineficaces cuando los jugadores son cinco.

 

Sin duda ésta es una de las grandes ventajas del juego: su jugabilidad es impecable independientemente del número de jugadores. Aunque los estilos sean distintos, es igualmente apasionante una partida a dos, que a tres, que a cinco.

 

Los diferentes sistemas que existen para ganar puntos, y que se potencian con las ampliaciones que existen del juego, hacen que Carcassonne no tenga ese carácter repetitivo que condena a otros juegos de mesa después de media docena de partidas. Sin duda, es un juego para no cansarse.

 

La simplicidad de las reglas, y al mismo tiempo el gran abanico de posibilidades que presenta, lo convierten en un juego ideal para todas las edades. Además, aprender a jugar es muy sencillo, por lo que es la elección perfecta para atraer al lado lúdico de la vida a aquéllos que siempre reniegan del mismo.

 

La duración de las partidas, asimismo, convierte a Carcassonne en un juego muy versátil, adecuado para una tarde aburrida, sin exigirla por completo, o para una hora muerta entre clases.

 

En resumen, un juego cuyo único defecto es que necesita una mesa para ser jugado, y cuyas principales virtudes son la simplicidad de sus reglas, que evita disputas, la agilidad de las partidas, excepto si algún jugador tiene el síndrome del jugador de ajedrez, la adictiva sensación constructiva y las innumerables posibilidades de juego, que evitan el tedio de enfrentarse, una y otra vez, a los mismo desafíos.

 

Sin duda, un magnífico juego de mesa que engancha desde la primera partida.

 

Datos técnicos

 

Número de jugadores: de 2 a 5

Duración de la partida: 30 a 45 minutos

Jugabilidad: alta

Dificultad: muy baja (recomendado a partir de 8 años)

Autor: Klaus-Jürgen Wrede

Editor: Hans Im Glück

 

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