O.V.N.I.

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La mágica tensión que colgaba del aire, próxima a la textura chispeante de un baile de hadas, le provocaba un escalofrío que encendía su piel curtida y oscura, recorriéndole en eléctricos latigazos toda la espalda desde el cuello hasta sus delgadas piernecillas.

Kookola miraba la hinchazón púrpura del cielo y sonreía ante el inminente encuentro de los dioses con la tierra. La atmósfera crepitaba a su alrededor, haciendo rechinar sus dientes de nube, empastados de electricidad estática con olor a tierra fermentada y lombrices. El suelo bajo sus pies se retorcía inquieto ante la llegada del agua, erizando su follaje en espléndidos caracolillos vegetales, suplicantes por beber del cielo y celebrar la exuberancia de su vida en la jungla. El sol aparecía grotescamente inflamado en su retirada del trono que hasta entonces había estado ocupando en la bóveda celestial, arrastrando consigo una bufanda de nubes negras que ocultaban el ocaso y otorgaban a su huida unos amenazantes pero hermosos matices aterciopelados y purpúreos. En apenas unos segundos, la lluvia comenzó a resbalar del cielo, convirtiendo el mundo que Kookola conocía en un profundo mar vertical surcado por relámpagos. Se llevó una mano a la cabeza mientras todo a su alrededor quedaba al antojo de los dioses del agua, deseosos por saciar la sed de tanta vida salvaje. Kookola sonrió mientras su enjuto cuerpito negro se estremecía al contacto con la fría lluvia. Se sentó sobre la tierra cada vez más mojada y cerró los ojos, deseoso de participar en aquel festival de naturaleza primitiva y ansia elemental por la supervivencia. Después comenzó a distraerse con un palo, removiendo oscuros montoncitos de tierra mientras el agua formaba charquitos en los vacíos que dejaba. Podía escuchar la vehemencia con que el agua componía las más bellas sinfonías en su musical contacto con las hojas de las palmeras, cómo los arbustos se agitaban con alegre furor y las enredaderas trepaban por los troncos, abriendo sus fauces ante la caída del néctar divino.

Se sentía vivo, se sentía feliz.

 

Entonces ocurrió algo extraño. Una bola de fuego atravesó el cielo a una velocidad infernal sobre su cabeza, estrellándose unos metros más allá, derribando unos pocos árboles centenarios y vomitando en su colisión una bocanada de tierra incandescente en mitad de un gran estruendo. La envidia del cielo acarreó al instante una contestación en forma de lacerante relámpago. El trueno que lo siguió acabó por entumecer el ánimo de Kookola, que se levantó del suelo y miró en lontananza mientras la lluvia caía sobre él y todos los sonidos del mundo quedaban amortiguados por su frenético tamborileo.

Kookola echó a andar hacia el lugar del impacto, salvando las raíces que emergían del suelo como los dedos de un cadáver mal enterrado, agachándose cada vez que la aglomeración de lianas entre los árboles era demasiado tupida, constatando a cada paso la intensificación de aquel tufo a chamusquina que trepaba por encima del olor a humedad y electricidad extendidos por el ambiente.

Cuando se lo cuente a mis amigos no me creerán

— pensaba el pequeño Kookola mientras avanzaba sobre el terreno encharcado, hundiendo sus flacas piernas en el fango que servía de abono a la selva. En ese instante, otro relámpago abrió en canal el atardecer, cayendo alarmantemente cerca de donde se encontraba Kookola, que se encogió al escuchar el trueno y la consiguiente estampida de animales huyendo despavoridos al caer un árbol a su espalda. Pronto anochecería por completo, y la escasa luz que aún se filtraba por entre las copas de los árboles no era suficiente para poder ver con claridad hacia dónde se dirigía. No obstante, en aquel momento, una densa columna de humo negro comenzó a ascender al encuentro de la lluvia, describiendo sucias volutas de hollín al entablar batalla con el agua. Kookola se encaramó con habilidad a la rama más baja de un árbol próximo y divisó a escasos cuarenta metros de su posición lo que parecía una enorme boca terriblemente desdentada, horadada en el estiércol selvático y de varios metros de profundidad. Era de sus fauces de donde brotaba el humo. Bajó de un salto y reanudó su húmeda y peligrosa carrera hacia el extraño cráter que se había formado allí. Mientras corría, pensó por primera vez en la posibilidad de que aquello que había caído tan cerca de su poblado pudiera ser peligroso.

¿Qué pasaría si fuera un monstruo al que hubieran desterrado del cielo?

Kookola desechó esa idea, o al menos consiguió disolverla dentro del torbellino de emociones y agitados pensamientos que le embargaban entonces.

Cuando llegó hasta el último árbol que quedaba en pie, inclinado sobre las profundidades del abismo que se abría justo debajo, Kookola se abrazó a su inmenso tronco y miró hacia el interior. A través de los muñones de las raíces carbonizadas que habían quedado al descubierto, Kookola divisó un extraño ente ovalado de color blanco. Con una mano fuertemente asida a la corteza chorreante y la otra tapando con precariedad sus asustados ojos, Kookola vio que la parte delantera de aquel huevo prehistórico aparecía achatada y rajada, desprendiendo un denso humo negro bajo el que se intuían las llamas de un fuego llegado desde otro mundo. En la parte trasera resaltaban dos tumores cilíndricos y de brillante color negro. Una suerte de alas de plata corrugada aparecían partidas, dobladas, astilladas y sin vida a ambos lados de aquel ser. Kookola estiró el cuello todo lo que pudo y divisó algo más a través del humo. Era una especie de silueta en forma de amplia sonrisa inscrita en su costado, en la que podía verse un colorido dibujo rectangular. Kookola quedó maravillado por ese dibujo y pensó que podría tratarse de la insignia o emblema que identificara el mundo de donde había caído aquel monstruo de cautivadores contornos y brillante textura. El blasón mostraba una serie de líneas horizontales rojas alternando con otras blancas, mientras en la zona superior izquierda relucían multitud de estrellas blancas sobre fondo azul. Justo debajo aparecían cuatro extraños símbolos que no fue capaz de reconocer, el segundo igual al cuarto. Kookola quedó boquiabierto e intentó imaginar cómo sería el mundo de aquel extrañísimo ser, allende los cielos. Por segunda vez en aquella tarde, mientras la tormenta perpetuaba su idílica unión con la tierra y el sol lanzaba sus últimos y agónicos rayos a un cielo sangrante, Kookola pensó en lo peligroso que sería permanecer más tiempo cerca de aquel animal malherido que se quemaba sin remedio en las profundidades cada vez más inundadas del cráter. En lo peligroso que sería que aquel níveo monstruo se percatara de su presencia.

Y entonces, justo cuando la luna mayor irrumpía en el rincón más oscuro del horizonte, la boca inscrita en el costado del huevo volador se abrió con lentitud mientras de su garganta comenzó a brotar una espesa neblina blancuzca. Kookola se ocultó por completo tras el tronco del árbol, sobresaltado, y comenzó a temblar de miedo, pero también de entusiasmo. No se atrevía a volver a mirar, pero al mismo tiempo, por su cabecita calva no pasaba otra cosa que no fuera volver a asomarse y contemplar qué era aquello que en ese momento se movía en el interior de la matriz siniestrada. Inspiró profundamente y, henchido de valor, asomó la cabeza por detrás de la noble madera del árbol.

La lluvia dispersaba con rapidez aquella brillante nube de color blanco que se había extendido al abrirse la boca en el culo de lo que finalmente resultaba ser un recipiente estelar. Por entre las hebras de algodón de su aceitosa textura comenzaron a aparecer unos apéndices tan blancos como la matriz que los había traído hasta aquí. Un ser grande, de movimientos lentos y torpes, se abría paso a este mundo. A la espalda acarreaba lo que parecía una pesada caja también blanca y rectangular. Su cabeza era una enorme y alba esfera con un único ojo circular y reflectante en el que Kookola podía divisar su propia silueta apenas oculta entre la maleza. Desde su posición elevada, pero cada vez menos segura, Kookola llegaba a vislumbrar su propia boca formando una expresiva O reflejada en el terrible ojo de la criatura. Tuvo el tiempo justo para comprobar que, pintados sobre el cuerpo desmañado y rechoncho del visitante, había por lo menos otros dos dibujos con el mismo emblema que adornaba la matriz en la que había llegado. Entonces, el monstruo bípedo giró con brusquedad su cabeza y sorprendió a Kookola espiándole. Los ojos de Kookola giraron en sus cuencas por el susto, haciendo florecer su espalda en un diestro movimiento que le permitió desplegar sus otras cuatro patitas de insecto. Con sus seis zancas brincó sobresaltado hacia atrás y perdió de vista a aquella cosa grotesca y deformada que había caído del cielo. Un profundo miedo se apoderó de él mientras echó a correr como poseído, envuelto en la tétrica luminosidad de los relámpagos, que continuaban cayendo orgullosos en la oscuridad de la selva.

Kookola se deslizaba por entre los árboles, las ramas caídas, las resbaladizas raíces y los arbustos, apoyando sus patitas en todos los salientes que encontraba, con los ojos vueltos y una feroz cresta de espinas adornando su cabecita sin pelo, señal de alarma para todo aquel que lo viera llegar hasta el poblado.

Mientras la luna menor tropezaba en el cielo con el satélite madre, formando un binomio astral que reflejaba la luz de los rayos, Kookola pensó que su mensaje nada más llegar a casa sería bien claro:

Un monstruo acababa de caer del cielo.

 

Ignacio Cid Hermoso (Léolo)

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Un entretenido relato sobre encuentros entre culturas. El giro final me lo esperaba, pero se compensa con la buena prosa y el buen ritmo de la historia. Una lectura muy agradable, compañero.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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La verdad es que tienes razón en cuanto a que el relato es previsible y no sorprende, pues para mí fue más un ejercicio lúdico de escritura que un relato con pretensiones de llegar lejos en el Monstruos. No obstante, le guardo cariño por ser mi primer cuento de ciencia-ficción.

Gracias por tus palabras, Patapalo

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Félix Royo
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El relato mola lo suyo aunque no sé si me he imaginado bien a ambos personajes. Cuando tengo que describir "gente rara" me gustaría tener una buena habilidad de dibujante para poder representarlos gráficamente, pero me temo que mi mente es mejor en eso que mi mano (una de las razones por las que voy buscando dibujantes desde los 14 años -y mucho que aprendí música desde los 16 por lo mismo-).

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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Realmente la historia no es novedosa y el final se ve venir (tanto que me ha sorprendido no ver alguna vuelta de tuerca), pero probablemente la belleza del mismo no esté en la historia, sino en la forma de narrarla, que por lo que veo es uno de tus fuertes.

Muy bien escrito, prosa bella y capacidad para transmitir emociones. Te veo lejos.

 

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Gracias por tus palabras Nachob.

Te doy toda la razón. No sé escribir ciencia-ficción, y en este caso me quedó más un ejercicio de escritura que un buen relato. Soy un enamorado de los giros finales, pero al parecer mi musa sólo me los reserva para los relatos de miedito...

Qué se le va a hacer.

Un saludo!

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Mauro Alexis
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   En todo el mes no he leído algo mejor escrito, una redacción tan perfacta como el estilo. Con respecto a la trama, te comento que no suelo leer literatura (de consagrados), casi no leo nada, así es que a mí sí me ha sorprendido. Es extraño también, porque hace un mes escribí un relato de asunto similar, que busca el elemento sorpresa en el mismo punto que tu relato.

   P.D.: Lo único que no me gustó es el título. No sé, a mí me creó falsas espectativas, creí que iba a leer algo que no me gustaría.

   Saludos.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Vaya, Mauro... me dejas sin palabras con que contestarte.

Como ya he explicado, este cuento lo escribí para la categoría de ciencia-ficción del certamen Monstruos de la Razón y lo hice desde la inexperiencia en este género, pero con la fé de realizar un buen ejercicio de escritura, basado en la atmósfera de un mundo y en las descripciones de sus elementos. Si al menos he conseguido eso, me quedo muy feliz.

Así que muchas gracias, compañero.

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