Un imperio agoniza, y por entre sus ruinas asoma tal vez otro reino, no se sabe si de Dios o de los hombres, de los cielos o de los sótanos, de las simas últimas del último escalón de lo creado. Quién es el llamado a encabezarlo, cuál será la testa coronada, tampoco está muy claro. Hay demasiadas cabezas y demasiados cabecillas, y hay un cabezón que peligra. Como es en lo bajo, así será en lo alto. Porque todo lo pequeño quiere crecer, y todo lo grande termina por doblar la rodilla.