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La sala de espera estaba vacía. Pero eso no era raro en un día como aquel, lo raro era que el doctor estuviera ocupado con otro paciente. En la habitación no había más que cuatro sofás viejos pero confortables y una mesa sobre la que descansaban media docena de revistas de cotilleos. Y ni un adorno navideño. Ni siquiera uno de esos belenes pequeñitos de tres piezas que no ocupan nada. En fin, otras navidades enfermo, hay que joderse, ya iban tres.
—¡Pase!
Al fin mi turno. Vaya, la viejecita de todos los años. Pobre, yo creo que viene aquí más que nada para no estar sola en un día como este. Lo peor es que siempre llega antes que yo. Un breve saludo cada año era todo el contacto que teníamos. Me daba pena, quizás al año que viene podría invitarla a la comida de Navidad con mi familia. Jeje… Al menos no he perdido el sentido del humor, con mi suegra y mi madre ya voy servido, gracias.
—¡Pase! —la voz esta vez era más insistente. Al parecer alguien quería irse a casa.
—Ya voy, ya.
La consulta era bastante más grande que la sala de espera y estaba repleta de libros médicos y de aparatos siniestros, en teoría para curar, que yo esperaba que nunca tuviera que usar mi amigo el médico conmigo. Siempre he tenido la teoría de que todos los médicos son unos sádicos pero este al menos era cuanto menos, simpático.
—¿Otra vez usted? Joder, que es Noche Buena. Todos los años lo mismo —bueno, quizás no tan simpático.
—Compréndalo doctor, yo creo que esta época del año me baja las defensas y me mata los glóbulos y las plaquetas y todas esas cosas —admito que mi conocimiento del cuerpo humano no es extenso, pero mi campo es la contabilidad.
—Déjese de glóbulos y plaquetas y dígame lo que le pasa, a ver si este año hay suerte.
—Pues verá, desde hace una semana más o menos, he empezado a sentirme mal. En el curro aun aguanto, pero es salir a la calle y me pongo malo. He empezado a ir y volver al trabajo en coche porque parece que dentro estoy algo mejor, pero al llegar a casa la cosa empeora: Empiezo a moquear y a toser cosa mala. A veces hasta me da fiebre. Y en la cama estoy peor. No puedo dormir a causa de las toses...
—¿Son toses con expectoración?
—¿Cómo?
—Que si echa flemas con las toses.
—Ah, a veces.
—Pero, vamos a ver. Cada año me cuenta una historia parecida y yo le hago mi análisis y siempre está sanísimo. Está usted hecho un toro y sin embargo me viene contando estas historias.
—Ya le he dicho que en la consulta me siento mejor.
—Vamos a ver si nos aclaramos —el médico suspiró antes de continuar.— Usted está muy enfermo.
—Mucho.
—Pero cuando está aquí, se cura milagrosamente.
—Exactamente, yo creo que deben de ser los antibióticos y esas cosas que están flotando en el ambiente.
—Venga, no me joda. Me voy a mi casa. Además, si venir aquí le cura, ya he hecho mi trabajo. Así que buenas noches —acto seguido empezó a recoger su ordenador portátil y a guardarse unos papeles.
—El problema es que en cuanto salgo de aquí me pongo malo. Mire, haremos una cosa ya que usted se va. Acompáñeme a la calle y allí se lo demuestro y de paso me ausculta o lo que determine adecuado.
—Está bien, está bien —dijo el médico resoplando—. A ver si así me libro de usted al año que viene.
En silencio, recogimos cada uno nuestras cosas y salimos a la calle. Era ya tarde, las nueve de la tarde más o menos. En esta época del año se hacía de noche pronto pero las luces navideñas hacían que todo estuviera más iluminado que en otras épocas del año. Aunque la temperatura era baja, se aguantaba bien. De pronto, allí estaba, el maldito picor de ojos… El médico pareció no darse cuenta de que la enfermedad estaba arreciando, pero pronto tendría que admitir que no era un simple hipocondríaco con ganas de molestar. Pasamos junto a una tienda en la que había un tipo vestido de Papá Nöel repartiendo panfletos de no sé qué oferta que poco tenía que ver con regalar nada. Tras ojearlo un poco empecé a toser fuertemente. El maldito matasanos empezaba a darse cuenta de que no mentía.
—¿Está usted bien?
—Ya le dije arriba en la consulta que no.
—Vale, parece que tiene razón. Pero me parece muy raro que le entre tos sin ninguna razón aparente —sólo le faltó añadir ¡farsante!
En ese momento cruzamos una esquina con tan mala suerte que choqué contra un árbol de navidad. Al parecer unos tipos lo estaban robando con adornos y todo porque me arrollaron y siguieron corriendo calle abajo sin mediar palabra. Y allí me quedé, en el suelo, moqueando, tosiendo, estornudando, llorando… y hasta creo que me entró fiebre de repente.
Me desperté en la sala de espera de la consulta de mi médico, el simpático. Al parecer me subió otra vez arriba y me tumbó en uno de los sofás. Jamás hubiera pensado que los sofás de las consultas de los médicos fueran sofás-camas. Prefiero no saber el porqué. Supongo que cuando un hombre casi muere ahogado con el contenido de su propia nariz crece en credibilidad porque el médico parecía mucho más motivado a la hora de tratarme.
—Este paseo ha sido sin duda revelador. Al parecer los síntomas de los que me ha hablado son ciertos…
—Ya le dije que estaba enfermo.
—…sin embargo no está enfermo.
—¿Cómo que no?
—Lo que usted tiene es alergia. Los síntomas son claros así que le he administrado unos antihistamínicos pero han tardado lo suyo en reaccionar. También le he hecho las pruebas de la alergia y no he podido determinar el origen de su causa. Además es una época rara para tener alergia.
—¿Y qué podemos hacer?
—Bueno, he bajado a la tienda de abajo y he comprado un muñeco navideño.
—Ya veo que se preocupa por mí.
—Verá, tengo una teoría… y voy a demostrarla.
Acto seguido, me puso el muñeco en la cara y noté como la fiebre volvía a la carga, acompañada de su séquito de mocos, toses y estornudos.
—Tal y como pensaba.
—¿Tal y como pensaba qué? —articulé tratando de no ahogarme.
—Por estúpido que pueda parecerle, la cosa está clara, es usted alérgico a la navidad.
—Pero eso es imposible. Es más, es estúpido como bien ha dicho. No tiene ninguna base científica.
—Tal vez, pero tiene una base práctica ya lo ha visto. Seguro que las galas de televisión hacen que se le salten los lagrimones, los polvorones hacen que se le inflame la tráquea y los regalos le producen picores en las manos al abrirlos.
—Sí, pero nunca se me hubiera ocurrido pensar…
—A nadie, pero es lo que hay. Verá, su alergia es además de inusitadamente rara, inusitadamente fuerte. No se puede controlar así como así. Yo le recomiendo que pase esta época alejado de todo lo navideño.
Y por eso paso mis vacaciones de navidad solo, en esta habitación de hotel barato de Riad, capital de Arabia Saudí. Y ahora, si me disculpas, me ha entrado dolor de cabeza al hablar del asunto. Creo que me empieza a subir la fiebre otra vez…
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