Utopía Violeta (F)

Utopía violeta

Era un día 32, de un mes desterrado del calendario, de un año fantasmagórico. Yo cargaba con una maleta repleta de palabras muertas y un puño de desengaños vivos envueltos en un pañuelo.

El camino se desparramaba por mis pies haciéndose interminable. Estaba tan cansada de andar que me senté a cavar una fosa, moviendo mis dedos sincronizadamente, como si estuviera tocando un piano de arena negra.  

Cuando el agujero hubo alcanzado la profundidad adecuada arrojé el pañuelo, abrí la maleta y di un beso de despedida a mis amados cadáveres. Una brisa helada se acurrucó en mis huesos de fuego.

Siete pasos bulliciosos asesinaron al silencio, fue entonces cuando  te vi aparecer apartando la neblina a manotazos. Una bandada de pájaros rojos volaba pegada a tu espalda. Nos miramos fugazmente, con los ojos entreabiertos y entonces decidimos unirnos a una causa sin causa, seguir el trayecto juntos, sin planos, planes, ni destino. 

Los pájaros se quedaron  formando un círculo alrededor de la fosa.

Nosotros seguimos.

A ratos corríamos y luego nos quedábamos inmóviles dejándonos llevar por el viento. El camino seguía desparramándose con furia y sin fin. De pronto, descubrimos que a lo lejos, sobre la superficie plana y monótona, discordaba una estructura puntiaguda que se elevaba hacia  el centro de una nube solitaria.

Los pasos se convirtieron en zancadas y llegamos allí.  

Un gato nos miraba desde lo alto; sus ojos eran tan grandes que podíamos distinguir con claridad  nuestro reflejo dentro.

Sin pensarlo comenzamos a escalar.

Al llegar a la cima el gato había desaparecido, se había fugado, dejando una hilera de maullidos histéricos. Lo buscamos con locura  pero no logramos encontrarlo.

Desde arriba todo se veía diferente. La superficie no era tan plana como creíamos, estaba compuesta por diminutas figuras de colores, ligeramente abultadas. Parecían haber sido lanzadas torpemente desde la cumbre.

Fue inevitable quedarnos admirando el paisaje con una sonrisa tonta estrellada en la cara. Más tarde, contamos nuestras huellas, mordimos un trozo de la nube solitaria, construimos una casa de palabras y remaches de aire denso.

También, desde arriba todo se sentía diferente. Fue inevitable echarme a llorar, entonces nacieron a mis pies lirios verdes cubiertos de sal. Cuando por fin paré de llorar los lirios se marchitaron, se desvanecieron  antes de que pudiera  enseñártelos. Tú, estabas eufórico trazando figuras en el aire que se convertían en materia  y caían al vacío.  

Volvimos a morder un trozo de nube solitaria y repentinamente una lluvia furiosa pintó nuestros cuerpos de violeta.

Al llegar la noche inhalamos las paredes de nuestra casa y nos preparamos para bajar.

Yo me puse llorar de nuevo, para que renacieran los lirios; esta vez sí pudiste verlos y dibujaste, para ellos, una maceta con una forma un tanto graciosa.

Dimos dos vueltas en círculo, lentamente, para que se incrustaran en nuestros ojos todas esas imágenes tan insoportablemente bellas…

…Tan insoportablemente etéreas.

Debíamos bajar.

A la cuenta de tres…

Uno…

Dos…

¡Tres!

Pasamos la noche entera suspendidos en el aire.

Nuestro cabello se trenzaba con hilos de humo. Fuimos invisibles, invencibles, infinitos; también visibles, vencibles y finitos.

Jugamos con arañas transparentes.

Dibujamos mapas indescifrables de ese mundo extraño que nos hacía delirar.

Domesticamos leones de papel.

Sembramos carcajadas en el aire.

Lloramos con histeria

Una vez abajo notamos bajo los pies el ligero relieve de las diminutas figuras de colores.

Echamos un último vistazo hacia arriba, y allí estaba el gato, comiéndose los lirios y mirándonos fijamente. Sus ojos eran aún más grandes, pero, ya no estaba nuestro reflejo dentro.  

Nos despedimos en silencio con los ojos entreabiertos, y seguimos caminando a la par.