El Día que Todo Cambió (CF)

 El día que todo cambió - CF
 

Nuevamente me toca ir bien temprano (y en hora pico) a mi trabajo, tengo que subir o mejor dicho “tratar” de hacerlo para no llegar tarde y no es una tarea sencilla (más bien una odisea) ya que como habrán supuesto viejo en tren, en un tren que siempre llega colapsado de pasajeros y al que yo sólo contribuyo a colapsar aun más y eso me da una bronca tremenda porque sé que yo y todos los demás pasajeros con quién tengo que convivir esos minutos interminables no tenemos la culpa pero si sabemos quién (quienes) la tienen (cada vez que veo por televisión un informe especial de los titulados “Viajar como ganado” en donde un periodista reconocido se anima a salir de su auto importado para probar “esto” para luego mostrárselo a nosotros mismos sin que eso logre absolutamente ninguna mínima mejora, porque una de las famosas frases de cualquier político siempre es “Yo no miro televisión.” dándonos a entender que son demasiados “cultos” para perder su tiempo frente a la “caja boba”, pienso en lo que sería una solución un poco más real, que hubiera una ley que obligara a viajar, por lo menos una vez por semana y en esta misma hora pico, a cada responsable y político involucrado en el tema sin guardaespaldas y junto a su familia, tal cual lo debemos hacer nosotros mismo).
Aún faltan muchos minutos para llegar (por fin) a mi destino pero ya no aguanto más, el sueño se apodera de mí y yo me entrego a él, igual que una momia dentro de su sarcófago pero “algo” me despierta repentinamente, primero siento un fuerte sacudón y luego una vibración que empieza a aumentar cada vez más pero hay algo más que empieza a crear en mí una sensación de horror que jamás había sentido, primero un extraño y aterrador ruido o sonido que al igual que las vibraciones también empieza a aumentar y luego, sobre el hombro de los demás pasajero logro apreciar a través de una ventanilla en pésimo estado (gracias a uno de esos mal llamados “pasajeros”) “algo” que se acerca como si fuera un tsunami, pero no de agua sino de metal, nadie tiene tiempo siquiera a gritar cuando todo se pone oscuro en un día completamente soleado. La mayor tragedia ferroviaria que se tenga conocimiento había ocurrido, una tragedia de tal magnitud que arrojó mayor cantidad de muertos que de heridos (miles y miles de ellos) un “simple” descarrilamiento provocó que el tren colapsara quedando como un gigantesco bandoneón atravesado justo dentro de la estación en donde debía de haberse detenido y habiendo provocado con ello que hasta la gente que aún siquiera habían subido al mismo también fueran de sus victimas. Juicios y juicios empezaron a llover sobre los responsables de siempre y a pesar de que “como siempre” intentaban evitar responsabilidades con excusas repetidas (“Fue sólo un accidente inevitable.”, “Fue un sabotaje”, etc., etc., etc.), la magnitud de semejante tragedia (que no fue ni un “sabotaje” ni un “accidente inevitable”, sino “bien evitable”) provocó que por primera vez se tomaran (y por fin) cartas en el asunto y justo en ese momento es cuando me despierto, sí, todo había sido una pesadilla (desde el principio) el mal servicio y el viaje como “ganado” ya habían quedado atrás desde hacia años y si bien aún había quien debía viajar parado, ya no lo hacia como antes (como en una lata de sardinas) pero yo ya no me tenía que preocupar por eso (por viajar parado) ya que nunca más lo hacia ni lo podía volver a hacer porque había perdido ambas piernas y debía permanecer en una silla de ruedas (los sicólogos me habían advertido que estos tipos de “recuerdos repentinos” me perseguirían por el resto de mi vida, los recuerdos “del día que todo cambió”).