Mi fiel amigo Jonson estaba muerto. La policía había encontrado su cadáver en su sala de estar. El caso estaba siendo investigado pero no había demasiadas pruebas y la policía estaba desconcertada. El cuerpo de Jonson presentaba una profunda herida en el cuello y zonas quemadas y magulladas por todo el cuerpo. Nadie había oído nada fuera de lo normal en el edificio, la puerta de la casa no había sido forzada y no se encontraron más indicios que una carta apilada en el escritorio de mi amigo. Estaba sin acabar y decía lo que sigue.
Querido amigo Jon,
Estos últimos meses me he estado dedicando al estudio de las artes ocultas. Se que te parecerá una tontería y de hecho comencé a leer sobre el tema con una intención puramente lúdica y sin creer en las historias que iba leyendo.
Sin embargo, he llegado demasiado lejos en mis experimentos y ahora que los rememoro me parecen una locura. Una infame curiosidad se adueñó de mi alma y me empujó llevándome cada vez un poco más allá. El mal ya esta hecho, querido amigo, y dudo de que mis actos puedan reestablecer el buen orden de las cosas antes de que él me atrape. Me he mudado a este tranquilo refugio para esconderme de sus diabólicos ojos, pero se que él me encontrará.
De aquella manera acababa la carta de mi amigo Jonson. Ninguna información adicional fue encontrada entre las hojas de mi amigo y tan solo pude encontrar un libro negro llamado el Necronomicón entre sus cosas. Además, en una de las habitaciones se encontró un ataúd vacío y velas negras que lo rodeaban. El ataúd era un peculiar artículo hecho de hierro y muy antiguo, a juzgar por el desgaste que en él había procurado el tiempo. Una pequeñas letras aún era legibles: NSDF, aunque la inscripción original parecía ser bastante más larga.
Desconcertado, decidí leer el libro que guardaba el difunto, pero todo lo que hallé en el Necronomicón eran leyendas sobre vudú, brujería y monstruos de otras dimensiones. Una cháchara inconexa que no me daba pista alguna sobre la muerte de mi amigo. Lejos de rendirme, decidí visitar a algún experto de lo oculto que me pudiera aclarar algo.
Al norte de la ciudad, en una bella mansión victoriana vivía un famoso estudioso de las artes negras. Un hombre extravagante y poco dado a las relaciones sociales que sin embargo se mostró dispuesto a verme.
Cenamos en su lujoso salón comedor y apurábamos el vino cuando comencé a narrarle la muerte de mi amigo. El comienzo de la historia no pareció afectarle demasiado pero cuando le hablé de las letras encontradas en el ataúd dio un respingo y derramó toda la copa de vino, haciéndola añicos contra el suelo del comedor.
- ¡Dios mío! ¿Es cierto eso que dices? – exclamó lívido.
- Así es- respondí conmovido por su reacción.
- Este asunto te supera, chico. Quizá sea demasiado también para mí, pero has acudido a la persona adecuada. Si el innombrable ha sido despertado, sólo la ayuda de Dios puede salvarnos. Mas vale que te alejes de esta historia, sino quieres que tus sueños sean mancillados para siempre y que un sudor frío perle tu mente todas las noches, cuando te rodee la oscuridad.
- ¿Quién ha sido despertado? – pregunté – ¿a que viene todo esto?
- Nuestro Señor el Demonio de Fuego… NSDF. Un diablo venido de los albores del tiempo. Una aberración de la naturaleza que jamás debió existir. Déjame solo, chico. Si es verdad lo que dices tendré que comenzar los preparativos cuanto antes.
- Me debes una explicación – reclamé ansioso.
- Mejor es que no sepas más. Adiós muchacho, te aclararé el asunto cuando todo esto termine.
Y así me despidió aquel hombre tan extravagante. Yo no di mucho crédito a sus palabras. Eran los desvaríos de un loco. Por lo que a mi respecta, mi amigo había sido asesinado, tal vez por alguna secta satánica que reclamaba al cadáver del ataúd. Pero, ¿por qué se llevaron el cuerpo y dejaron el ataúd? Quizá era demasiado pesado para llevarlo y por eso se contentaron con el cuerpo. Esa era la explicación más clara que veía yo en el asesinato.
Pasaron los días y yo me dediqué a leer por encima el Necronomicón, buscando alguna referencia a ese Demonio de Fuego del que había oído hablar. Al fin la encontré. La entrada decía lo siguiente.
<< Muertos y enterrados en ataúdes de hierro descansan los sacerdotes del Demonio de Fuego. Sus artes ocultas fueron terribles en vida. Innumerables víctimas murieron en sus altares de ébano como ofrenda a aquel que llamaban Nuestro Señor el Demonio de Fuego, invocado por la llave dorada >>
Ahí se acababa la referencia, y no encontré más en la escalofriante lectura. Cierto día, al abrir el correo, vi que había llegado un paquete desde la mansión del Sr. Stafell, el excéntrico experto de lo oculto de la mansión victoriana. El paquete contenía una llave dorada y una carta que decía lo que sigue.
Querido amigo,
Desde su visita he estado ocupado pensando en lo que he de hacer. Aquel que ha sido despertado es un sacerdote terrible que busca la llave. He intentado innumerables conjuros que sellen el poder de la llave, pero ha sido despertado y nada ni nadie puede devolverlo al sueño eterno mientras un sacerdote de su horrible culto siga con vida.
Te la mando a ti con la intención de que permanezca oculta, pues él me ha visto en sueños y pronto vendrá a por mí. Guárdala en lugar seguro y espero que puedas aguantar el tormento de las pesadillas que su carga conlleva. Si salgo vencedor de mí duelo, el mal será vencido y la paz volverá a nuestros sueños. Sino, guarda un arma bajo tu almohada y no le mires a los ojos.
Atentamente
Stafell
Al día siguiente las pesadillas comenzaron y yo no pude más que dar crédito a la historia. Unos ojos rojos como las llamas del infierno me perseguían todas las noches. Una voz de ultratumba me llamaba y un altar negro como la noche se recortaba en las sombras. Aquel altar estaba preparado para beber mi sangre y manchar por siempre a mi alma, presa del tormento y de las brumas de la peor de las muertes.
Unos días después el sudor frío me invadió al leer en el periódico la muerte del Sr. Stafell. Su cuerpo presentaba magulladuras y quemaduras y el cuello desgarrado.
Después de aquello me compre una pistola de 9 mm que guardaba todas las noches debajo de la almohada.
Cada día la pesadilla era más intensa y real. Las ojeras hinchaban mis ojos y la lividez gobernaba mi rostro. La agonía apresaba mi alma y yo estuve a punto de pegarme un tiro con la pistola. También pensé en coger la llave y hundirla en el mar, pero sabía que tarde o temprano él la encontraría.
Una noche húmeda de verano llegó la confrontación final. La puerta de mi habitación rechinó al ser abierta y una sombra de pesadilla precedió la llegada del sacerdote del Demonio de Fuego. Su aspecto era como el de cualquier hombre pero sus ojos brillaban en la oscuridad con una maldad desconocida por los hombres. En su mano izquierda portaba un látigo en llamas y en su mano derecha un cuchillo curvo que destellaba como la plata.
Durante decenas de noches había soñado con aquel momento. Me había jurado a mí mismo que no enfrentaría su mirada y que mi 9 mm le volaría a tapa de los sesos antes de que se acercara.
Y ahí estaba yo ahora, inmóvil como una estatua y con la mente obnubilada al borde de la locura. Maldije una y mil veces mi debilidad, pues yo iba a morir como mi querido amigo Jonson y como el extravagante Stafell.
Habría muerto sí, si aquel hombre de los abismos hubiera rebanado mi garganta con su puñal de plata. Sin embargo, su sadismo y sus ansias de tortura le pudieron y así fue que atacó con su látigo. El fuego toco mi pecho y profundas yagas destrozaron mi carne. Fue el dolor y la más horrible repugnancia las que me hicieron reaccionar y mi pistola restalló en la noche y la figura que tenía delante cambió su mirada diabólica por la de sorpresa, el disparó le había atravesado la frente y cayó plomizo al suelo y murió y su cuerpo tornó en cenizas. Yo respiré al fin y me alegré de que aquella pesadilla que mi amigo Jonson había despertado de la ultratumba volviera a la muerte.
Y a partir de ese día mis sueños volvieron a ser normales y dormí en paz.
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