El joven se dirigía con paso apresurado hacia la casa del anciano. Le había citado a las cinco y supo, por su reloj, que ya era casi la hora. Tras doblar una pequeña avenida, giró por una de las callejuelas hacia la izquierda, tal y como le habían indicado. Se encontró de frente con un destartalado edificio, una pequeña mansión de estilo ya anticuado. Atravesó el jardín y llamó con decisión. Nadie le contestó, así que tras una espera que se le hizo interminable, volvió a insistir. Al rato la puerta se abrió con un chirrido, dejando entrever en la penumbra el rostro del anciano, cuyos ojos le escrutaban con severidad. Con voz áspera y seca le invitó a entrar.
El anciano le condujo hacia una salita sobre cuya mesa se hallaba servido el café. Le pidió que se sentase y, durante unos instantes, el joven tuvo tiempo de observar la extraña decoración que cubría los muros. El anciano rompió el silencio:
—Sé que ha venido usted desde muy lejos, con el único objeto de examinar uno de los volúmenes de mi biblioteca.
—Sí —repuso el joven—; como ya le informé en mi carta tengo intención de estudiar el contenido del libro blasfemo escrito por Ech-Pi-Él y cuyo único ejemplar del que se tiene noticia es el que usted posee.
—Ech-Pi-Él —dijo el anciano entrecerrando los ojos—, sumo sacerdote de una religión desconocida, oficiante de un culto secreto que los hombres han olvidado ya. La lectura de su libro conduce a la locura o a la muerte y posee el poder de convocar a entidades desconocidas que habitan otros universos, otras dimensiones distintas del tiempo y del espacio.
El joven no se arredró. Si bien las largas noches de estudio y las privaciones habían hecho de él una persona taciturna de aspecto macilento, no carecía del valor y la osadía que confieren la soberbia intelectual, del afán y sed de conocimiento que distinguen a los estudiosos de los saberes ocultos.
Con determinación, pidió al anciano que le condujese hasta la biblioteca. Ésta se encontraba en la parte más oculta y alejada de la casa y para llegar a ella hubieron de atravesar una intrincada serie de pasillos y galerías, de arremolinadas escaleras que el anciano subía con dificultad. Una vez allí lo dejó solo, con la intención, dijo, de no molestarle. Sobre una de las mesas se encontraba el volumen de tapas negras, cerrado, ocultando sus secretos. Al fin podía desvelar los arcanos que se escondían en el libro blasfemo. Con recogimiento, como quien oficia un ritual, lo abrió por la primera página y comenzó a leer: "El joven se dirigía con paso apresurado hacia la casa del anciano. Le había citado a las cinco y supo, por su reloj, que ya era casi la hora..." En ese instante comprendió, con pavor, que eran los ojos de unas entidades desconocidas, las miradas de los que vigilan desde el tiempo, los que desde una dimensión desconocida —en otro espacio, en otra realidad—, descifraban los signos abominables que componían la última frase.
Bienvenido, Álvaro Altozano.
Participas en la categoría de TERROR.
Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).
En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.
Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.
¡Suerte!
http://huellasenladistancia.blogsome.com/