F - LA CANICA DE ACERO (I)

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reimundez
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LA CANICA DE ACERO (I)

Su nombre era Eliana, “la del molino de viento”, y fue mi amiga de la infancia. Luego, no volví nunca a saber más de ella. Yo me llamo Fidel.
Vivía con su madre Inés, una gentil alfarera, en aquel gigante de múltiples brazos, domador de brisas y huracanes, y nos veíamos todos los días porque mi casa estaba muy cerca de la suya. Me dijo que nunca había tenido padre.
Recuerdo que solíamos jugar en el silo, justo al lado de las mulas devoradoras de avena y cebada. En muchas ocasiones un hombre alto con uniforme de militar llegaba al molino, nos acariciaba la cabeza, se desprendía de su ropaje arrojándolo sobre un lecho de paja y, rodeando la cintura de Inés, ascendía con ella por la escalera de caracol hasta llegar a la camareta; cerraban la puerta y colgaban un cartel escrito a mano: “Prohibida la entrada”. Siempre pensé que los ojos glaucos de aquel hombre, su mirada, el gesto y la sonrisa, todo se lo había robado a Eliana… ¿O sería ella la ladrona? Mucho más tarde, abandonada ya mi adolescencia quieta, lo comprendí.
Y era en ese momento, cuando nos quedábamos solos sabiendo que duraría al menos una larga hora la situación, que Eliana sacaba de su pechera una canica de acero, la ponía en el último peldaño de la escalera de caracol y bajaba rauda a situarse a mi lado. La leve inclinación hacía que la canica descendiera con lentitud y, al producirse el primer salto, la casaca del militar se enredaba en mi cuerpo al tiempo que la camisa cubría el de Inés. En el segundo, ambas prendas parecían tomar vida propia y nos sentíamos invadiendo el interior de unos seres etéreos que abandonaban el molino de viento, se adentraban en el enjambre de nubes blanquecinas y trataban de libar el néctar azulado del cielo. Sabíamos que la canica estaba acometiendo la caída por el tercer peldaño cuando escuchábamos:
—Lleváis nuestro propio camino ¿Cuál es vuestra reivindicación? Nosotras no soportamos por más tiempo el papel adjudicado: yo busco a mi abuelo para evitar que mi abuela se meta en la cama con un lobo y cometa una locura; mi amiga dice que le duele la cabeza de aguantar todo el día los gritos de siete amiguitos muy pesados y, en especial, a una vieja bruja que le quiere volver vegetariana… manzanas, venga manzanas cuando a ella le gustan las chuletas; y aquella va descalza porque, como había perdido un zapato, tiró el otro a la basura y ha tenido que aguantar a un príncipe pelmazo que se empeñaba en ponerle sólo un zapato también ¿Y el otro qué?...
En las primeras ocasiones no nos atrevimos a manifestarnos, callábamos prudentemente y observábamos cuanto acaecía a nuestro alrededor, pero llegó el día en que decidimos participar.
—Nosotros venimos de paso, somos amigos y hemos tomado prestados estos disfraces que tenemos que devolver antes de que puedan echarlos en falta… Quizá algún día podamos quedarnos y reivindicar algo pero ahora…
Sin terminar la frase nos dimos cuenta que estábamos solos de nuevo, pero percibíamos el desliz casi imperceptible de la canica de acero y el despeñarse por el cuarto peldaño cuando de nuevo escuchamos una voz
—Sois los únicos que seguís bajo el influjo de mi flauta. He tenido que marcharme de mi pueblo porque esos mamíferos roedores que antes me aclamaban ahora me ignoran…
Iba a decir alguna frase amable para consolar a aquel joven de zapatillas en pico, mallas de bailarina y sombrero, cuando noté que Eliana fijaba la mirada y preparaba sus manos; conseguí pararla antes de que aplastase a aquel insecto que revoloteaba sobre el hombro de un apuesto y estilizado hombrecillo verde, que exclamó:
— ¡Cuidado! Entiendo que trates de librarme de ella pero… sabes… me he acostumbrado a su zumbido y… Todos tenemos algún insecto que nos aguijonea en la vida pero…
Eliana, sorprendida, pidió sus disculpas y agarró con fuerza mi mano solicitando protección. Sólo se me ocurrió sonreír pero fue suficiente para que pudiéramos seguir nuestro camino sin mayores contratiempos. Después, en medio de unos continuados murmullos, oímos con nitidez un soliloquio  acalorado.
—Un mago como yo no puede permitir que alguien haya arrancado la espada, y no vale decir que ha podido confundir la roca con un enjambre de abejas. ¡Ha dejado sin trabajo a todo un rey!
Nos sorprendió la indignación y el gesto airado, estábamos protegidos por una cuadrilla de cúmulos que casualmente pasaban por allí pero no por ello dejamos de sentir un miedo insondable. Huimos a toda prisa tratando de que el mago no se apercibiera de nuestra presencia, y acabamos en un recodo recuperando el aire que demandaban nuestros pulmones. Una vez calmados seguimos hacia adelante, sin dejar de observar a cada lado, pendientes de cualquier nueva presencia. Y así fue que nos sorprendió la conversación que escuchamos al otro lado de la nube.
—Tú eres un ogro con pedigrí, ese príncipe es de pequeña estatura y menguada inteligencia, no podría competir contigo; la princesa se convertirá en ogra, créeme, es a ti a quien quiere. Y te lo dice un verdadero burro…
Aquel burro hablaba con propiedad, sabía lo que se traía entre patas y no dudaba en potenciar la autoestima de su querido ogro. ¡Un verdadero amigo! Estaba allí cuando más se le necesitaba. Era un burro sabio que… ¿Hablaba?...
Después de aquellas palabras se hizo un silencio que nos envolvió durante unos instantes y, cuando decidimos continuar, comprobamos angustiados que no nos quedaba ni un milímetro de nube. Solo entonces nos dimos cuenta que la canica de acero había ido descendiendo uno a uno los peldaños restándole el último… Y aún resonaba el eco de su postrero deslizamiento  cuando nos vimos transportados hasta el silo del molino de viento de donde partimos. Recuperamos nuestra apariencia saliendo del invadido interior de aquellas prendas que, sin esperar a que nuestras manos contribuyeran, se situaron sobre el lecho de paja en la misma posición en que habían sido dejadas.
La puerta se abrió, el cartel desapareció de su piel y el hombre descendió con una amplia sonrisa mientras saludaba, con el brazo en alto y sin volver la cabeza, a Inés refugiada tras el dintel. Se puso nuestro disfraz y sin pronunciar palabra alguna, acariciándonos la cabeza, nos ofreció unos regalices de palo que aceptamos con un “gracias” a coro. Luego, se volvió, miró hacia arriba y envió un cariñoso beso a Inés, que se lo devolvió entusiasmada,  y avanzando con lentitud hasta la salida se marchó.
No puedo acordarme de en cuántas ocasiones visitamos el mundo de todos aquellos personajes conocidos, y cómo fueron evolucionando sin perder un ápice de su frescura. Sólo puedo decir que una parte de mí se quedó para siempre en el molino de viento, colgada de sus aspas y meciéndose en el aire que le rondaba.
Eliana y su madre, Inés, se fueron y no he vuelto a saber nada de ellas, a pesar de todos los intentos hechos para localizarlas. Sus rasgos se han difuminado en mi mente, no consigo captar su imagen porque los años han realizado una labor de demolición interna y la desalmada, esa que a veces me abandona y otras sobresalta, se niega a obedecer mis requerimientos. Sin embargo, recuerdo con nitidez cada rincón del molino de viento, y siento el suave contorno de la canica de acero que mis dedos acarician.

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Victor Mancha
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Bienvenido/a, reimundez

Participas en la categoría de FANTASÍA.

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¡Suerte!

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Patapalo
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Un relato lleno de ensoñación, que transporta muy hábilmente al mundo de los cuentos infantiles, y a la propia infancia. Muy conseguido cómo entrelazas los dos mundos, que aun cercanos son distantes, y muy divertidos los guiños a distintos cuentos, modernos y tradicionales. Bravo.

Un pequeño detalle que me ha resultado chocante:

"Aquel burro hablaba con propiedad, sabía lo que se traía entre patas"

Mejor entre las pezuñas, ¿no? Es que cuando has dicho entre las patas me ha venido a la mente otra cosa

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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reimundez
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Gran observador, Patapalo, es una "metida de pata" por mi parte hablar de patas cuando me refiero al burro. Tengo una perra, un bichón maltés que se llama Lía, y creo que estaba pensando en sus manos-patas delanteras y me despisté. Ya he rectificado el relato.

Te agradezco tus comentarios y te deseo toda la suerte del mundo.

Saludos y un fuerte abrazo.

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