EL CÍRCULO
Norma Bates
1
La madre le enseña un holograma antiguo a su hija. En él, una niña de unos ocho años juega con una pelota en una playa desierta. La niña sonríe al objetivo durante unos segundos, después se da la vuelta y se aleja corriendo hacia la orilla del mar durante un par de minutos, hasta que la imagen se desvanece por completo.
––Esta era yo antes de la operación ––le dice la mujer a la niña––.
––Eras igual que yo.
––Sí, igual.
––Entonces, tú también eras una ilota.
––Te equivocas. Yo no era una ilota y tú tampoco. Tan sólo era una niña, una niña normal.
––Mi Señor dice que soy una ilota pero que, si me opero, podré dejar de serlo.
––No me gusta esa palabra. Te lo repito. Tú no eres una ilota.
––Soy una niña normal.
––Sí, normal y corriente. Como tendrían que ser todas los niñas si no fuera por la operación.
––Por eso no quieres que me lleven al centro de reprogramación.
––Sí, por eso.
––Y por esto nos tenemos que marchar.
––Sí, antes de que vengan a buscarte. ¿Lo entiendes?
––Lo entiendo.
––No va a ser fácil, pero no quiero que hagan contigo lo que hicieron conmigo.
––Eso es malo.
––Sí, muy malo.
––¿Por qué?
––Porque entonces te convertirás en alguien distinto. Dejarás de ser tú.
––No lo entiendo, Mizzi.
––Llámame mamá.
––No lo entiendo, mamá.
––Con el tiempo lo entenderás.
––Yo quiero ser como tú. Quiero que me operen.
––No digas eso, cariño. La operación es el fin. No hay marcha atrás.
––La operación es mala.
––Sí, muy mala.
––¿Y qué haremos ahora, mamá?
––Nos iremos muy lejos.
––¿Dónde?
––Haremos un largo viaje. No va a ser fácil, pero tú eres fuerte.
––¿Estás segura?
––Sí, claro que sí. Eres una chica fuerte y lo continuarás siendo. Aunque te vaya la vida en ello.
2
Todavía recuerdo el día en el que mi madre le llevó al centro de reprogramación. Tenía la misma edad que tiene ahora esta niña. "Te van a poner guapa, tan guapa como a tu hermana", me dijo. Cuando me desperté de la anestesia, todo había cambiado, aunque todavía no sabía hasta qué punto. Sí, había dejado de ser lo que ellos consideran una ilota, pero me costó mucho acostumbrarme a mi nuevo aspecto. Mi piel, mis ojos, mi extraño cabello, ese cuerpo flexible que parecía de goma... Era extraño, pero lo más importante era la pequeña placa que me implantaron en la nuca y que revelaba mi nueva condición, mi condición de reprogramada. A partir de entonces, nada fue igual. O quizá sí. Quizá ese era el problema, que todo siguió igual, sin cambio alguno. Me condenaron a una vida eterna, inmutable. Sí, soy inmortal, la operación me dio ese gran regalo, pero no por ello soy más feliz. A cambio, me convirtieron en una esclava. Mi vida se limita a visitar a los Reyes y a los Nobles y satisfacerlos. He conocido a varios, todos ellos de la misma familia. Los Reyes y las Reinas no son eternos. No lo necesitan. Se reproducen entre ellos. Al padre le sucede el hijo, al hijo el nieto y así sucesivamente. Las mujeres reprogramadas no nos reproducimos, no podemos. Tan sólo proporcionamos placer. Nuestra belleza y nuestro cuerpo elástico, capaz de adoptar la postura sexual más extraña, son muy apreciados por ellos. Recibimos formación de manera continua sobre las preferencias de nuestros señores y actuamos en consecuencia. Esa es mi vida. Mi triste vida.
No sé que edad tengo, he perdido la cuenta. Ya hace muchos años que debería estar muerta, pero aquí estoy, penando, porque soy inmortal.
Me miro y me entran náuseas. Soy hermosa, me dicen todos, muy hermosa, pero yo cada vez estoy más asqueada de mi aspecto. Mi piel, blanca y pulida, es fría y artificial, al igual que mi implante capilar y el iris falso de mis ojos. Ya no queda nada de mi apariencia humana y eso cada vez me repugna más. Si pudiera, me extraería esta piel brillante y perfecta que envuelve mi cuerpo. Me gustaría ver lo que hay debajo, aunque no es difícil de imaginar: el cuerpo amortajado de un cadáver. De hecho eso es lo que soy, un cadáver andante envuelto en una funda de plástico.
¿Cómo podría morir? Esta pregunta me la hecho muchas veces a lo largo de mi larga vida. La operación no sólo nos hace inmortales, también nos hace indestructibles. Lo tenemos todo para ser felices, pero no lo somos. Ninguna de nosotras lo es, aunque no queramos reconocerlo.
Miro a esta niña, esta pequeña ilota que secuestraron en el exterior cuando tan sólo era un bebé y me parece estar ante un ser de otro mundo. Su piel fresca, suave como la pulpa de un fruto, la viveza de sus ojos, su aliento dulce... Mi corazón reseco que parecía que ya no podía conmoverse con nada, se conmueve con ella, sólo por ella. Por eso he tomado la decisión de salvarla.
Estoy cansada de llevar a pequeñas ilotas al centro de programación. Los capturan del mundo exterior, les asignan una “madre” reprogramada y, cuando cumplen los ocho años, las operan. Esta niña no me fue asignada en primera opción. Su primera madre enloqueció y, cuando vinieron a buscarla, me la dejaron a mi cuidado. Muchos de nosotros enloquecen. Ellos los detectan enseguida. Vienen a buscarlas, se las llevan de nuevo al centro de reprogramación y nunca más las volvemos a ver. Les ajustan las tuercas. Les hacen olvidar su existencia anterior y los preparan para que inicien una nueva vida en otro lugar y con otros amos. Supongo que es algo parecido a la muerte. La única muerte a la que podemos optar. Pero yo no quiero desaparecer o, al menos, no así. Yo quiero una muerte natural. Notar como mi vida me abandona con el último suspiro. Desaparecer por ese pozo seco que es la muerte, convertirme en polvo y volar con el primer golpe de viento. Ese es mi sueño. Morir. Pero no puedo, pero la niña sí. Esta niña sí.
3
––Mamá...
––¿Tendremos que abandonar El Círculo?
––Sí, no hay otro remedio.
––¿Y no será peligroso? En el centro de adiestramiento dicen que si sales de El Círculo te vuelves loco.
––Nadie sabe lo que pasa cuando sales de El Círculo.
––¿Tú tampoco, mamá?
––No, yo tampoco.
Sin maleta, sin equipaje. Una madre que parece una joven de 15 años lleva de la mano a una pequeña ilota capturada en el mundo exterior. Una niña que todavía es mortal. Las dos avanzan con paso firme, aunque en dirección contraria. La madre lleva meses planeándolo. No llevará a la niña al centro de programación. Saldrán de casa el día asignado, pero para irse muy lejos. Para irse y no volver. Abandonarán El Círculo al encuentro de lo desconocido.
4
El desierto. La arena es una lengua cálida que lame nuestros pies desnudos. La niña duerme y se acurruca contra mi cuerpo buscando calor, pero mi cuerpo está frío, frío como una losa. Hemos atravesado El Círculo y, de momento no ha pasado nada. Para salir, no hemos tenido que sortear ningún control, ninguna frontera. No hay vigilancia, porque nadie se escapa de El Círculo, de la misma manera que nadie renuncia a la inmortalidad. Salir de la esfera protectora es de locos.
Fuera de El Círculo, sin embargo, no hay nada. Estamos en un gran desierto y sin víveres, esta niña morirá. ¿Y yo? yo vagaré eternamente por esta tierra yerma. Si esa es la única posibilidad, me acojo a ella. Lo único que quiero es que la niña muera cuando llegue su hora y, si tiene que será ahora, así será.
––Mamá.
––¿Sí?
––¿Dónde estás mamá?
––Estoy aquí, cariño mío, a tu lado.
––¡Mamá! ¡mamá! ¿Dónde estás?
La niña se echa a llorar. Es muy extraño. Estoy junto a ella, le cojo de la mano, pero ella ni me ve ni me oye. ¿Es esta una de las alucinaciones que dicen que se sufren las personas cuanto salen de El Círculo? Me preocupo por ella .¿Y si se trastorna? Eso sería peor que la muerte. No había contado con ello. Quizá ha sido demasiado temerario abandonar nuestro hogar, El Círculo protector. La niña está desesperada, se cree que está sola. Si sigue así, se volverá loca.
La niña está cada vez más débil, si no encontramos agua, creo que pronto morirá. No podemos dar ni un paso más. Nos apoyamos sobre unas rocas porosas y me siento a esperar su muerte. No tiene sentido hacer nada más. La niña sigue sin verme ni oírme.
Una especie de tormenta de arena se acerca desde el horizonte. Oigo el galope de unos caballos. Levanto la vista y allí están. Son dos humanos sin reprogramar, dos ilotas adultos, montados sobre unos extraños animales.
––Por favor ––les digo–– esta niña necesita agua. Todavía no ha sido reprogramada.
Los ilotas, que tienen la piel muy oscura y arrugada y van vestidos con pieles de animales, no parecen escucharme.
––Mira esa niña ––le dice uno al otro–– ¿qué hace sola en medio del desierto?
––Hemos atravesado El Círculo ––insisto––. ¿Tienen agua, por favor? La niña se muere.
Los ilotas adultos siguen sin escucharme, ni siquiera me miran. El más joven, desciende de su montura y se acerca a la niña.
––¿Qué te pasa, pequeña?
––Tengo mucha sed––, les dice la niña.
El más viejo le tira una especie de ubre que el joven recoge. En la ubre hay agua. La pequeña bebe con avidez.
––¿Han visto a mi madre? Desde que atravesamos El Círculo no he vuelto a verla.
––¿Tu madre? ¿dónde está tu madre?
––No lo sé. Desapareció. Se fue y me dejó sola.
––Perdonen, me llamo Mizzi Gabor ––intervengo––, y soy la madre de la niña. La pobre ha perdido el sentido. Les estamos muy agradecidas....
––Pobre criatura ––le dice uno de los hombres al otro, interrumpiéndome––. Su madre debió morir en el camino y se ha quedado sola. Móntala a tu grupa, hijo, nos la llevaremos al poblado. ¿Te vienes con nosotros, pequeña? Necesitas un buen baño.
––¿Y mi madre? ¿Irán a buscar a mi madre?
––Sí, claro, hija. Después iremos a buscarla ––le dice el hombre más viejo, mientras mira con pena al otro––, cuando te pongamos a salvo. Es muy peligroso estar aquí sola, en el desierto.
––No se preocupen por mí, la niña es lo importante ––empiezo a decirles––.
Pero los hombres montan en sus caballos, antes de que pueda acabar mi frase, y se marchan a la carrera, llevándose a la niña con ellos.
No me han visto. Al igual que la niña, los hombres no me han visto ni me han oído. No me explico qué ha podido ocurrir. Sola en medio del desierto, me pregunto qué puedo hacer.
5
En el desierto, el holograma humano Mizzi Gabor se pregunta por su verdadera condición. A los ocho años le despojaron de su existencia humana para convertirla en un espejismo. Ella no sabe que tan sólo en El Círculo se dan las condiciones necesarias para que pueda percibirse su presencia, un potente sistema de proyectores que no sólo recrean su imagen y el sonido de sus palabras, sino también el tacto de su piel, y su capacidad para dar y recibir placer. Fuera de allí, Mizzi no es nada. Al contrario de lo que siempre había pensado, la reprogramación no es sinónimo de vida eterna, sino de muerte en vida. Al operarle, al insertarle la placa en la nuca, la mataron y la convirtieron en un dócil holograma humano, un lujo sexual para los más poderosos de El Círculo.
Y, una vez cumplida la misión de salvar a esa niña de la esclavitud, el espectro de Mizzi vagará por siempre jamás por las arenas del desierto del mundo exterior sin saber que no existe, que tan sólo es una ilusión.
Bienvenida, Norma Bates.
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