Observaron a su tío mientras se metían en la cama y su madre los arropaba con cuidado. No le solían ver mucho por casa porque hacía algún tiempo se había enfadado con su padre cuando éste se había casado. Según habían oído porque “no creía como ellos creían”
—¿Tenemos que rezar nuestras oraciones ahora que el tío está aquí? —preguntó uno de los niños con voz lastimera.
—Claro —contestó tajante su madre—, precisamente tenemos que hacerle ver al hermano de vuestro padre que aquí somos una familia temerosa de Dios y creyente. Él tiene su forma de ver las cosas pero mientras esté debajo de nuestro techo tendrá que respetar nuestras creencias.
Su tío pareció un poco incómodo. Recordaron que las otras ocasiones en que había venido, estaba en la casa un par de días como mucho. Luego se marchaba y el único contacto que mantenían era por teléfono.
—Si os portáis bien y hacéis caso a vuestra madre os contaré un cuento para que os durmáis —les propuso a los niños.
—¿Será sobre el diablo? —preguntó su hermano menor—. Mamá siempre dice que eres el mismísimo diablo…
Su tío se rió mientras su madre se ponía bastante roja.
—No, será sobre Dios y el antiguo Egipto —dijo con una sonrisa traviesa.
—Sí, claro —dijo su madre—. Si me prometes que en media hora les has apagado la luz, te dejo con ellos. Yo tengo mucho que recoger.
—No te preocupes —contestó él en plan conciliador aunque se notaba que ella estaba haciendo un esfuerzo intentando confiar en él.
Se sentó en una silla cercana mientras su madre dejaba la habitación. No tenían sueño y se preguntaban qué clase de historia les podría contar. ¿Sería en realidad sobre Dios? Esperaba que no porque estaban cansados de aquellas historias en clase de religión y en las clases de preparación a misa.
—Érase una vez —comenzó a relatar con voz tranquila— el antiguo Egipto donde el pueblo elegido de Dios estaba esclavizado…
—Ya nos sabemos esa historia —le interrumpió su hermano menor— es la de Moisés. Lo de las plagas, y el mar y estas cosas.
—Pero os voy a contar sólo una pequeña parte de esa historia. Será rápido porque ocurrió todo en una noche. Había una familia egipcia que tenía dos hijos, Akhom y Anum que no sabían nada de profecías y vivían como vosotros podéis vivir ahora, protegidos y queridos por sus padres. Esta familia era bastante normal. Quiero decir que no tenían contactos con los faraones ni con los que mandaban entonces. Vivían a base de sacrificio y de trabajo día tras día. Una noche, sin embargo, Akhom se despertó tras haber oído un grito y se fue corriendo a la cama de Anum como hacía siempre que tenía miedo.
—No será nada, un mal sueño —le dijo Anum medio adormilado ya que no era la primera vez que su hermano pequeño les despertaba con alguna tontería de esas —vete a dormir.
En aquel momento les pareció oír unos ruidos que provenían de las casas cercanas y más gritos.
—Anum, tengo miedo… —le dijo su hermano pequeño. Un grito sonó más cercano.
—Vamos a buscar a padre y a madre —propuso Anum intentando no sonar demasiado asustado.
Ni su padre ni su madre estaban en su habitación. Cogidos de la mano fueron mirando por el resto de la casa pero estaba vacía. En un patio exterior donde tenían algunos animales les pareció ver la sombra grande de su padre que miraba hacia algún sitio cercano en una posición de alerta, como si escuchara.
—Padre, ¿qué ocurre? —preguntó Anum desde el quicio de la puerta intentando sonar adulto para que su padre no pensara que tenía miedo como el pequeñajo de su hermano.
Su padre se giró y a la escasa luz de la luna pudieron verle una cara pálida e inexpresiva y unos ojos sin vida que les miraba fijamente. Sonrió mientras cogía descuidadamente un cuchillo que usaban para matar animales. Anum sintió un escalofrío porque era la primera vez que veía aquella sonrisa fría y rígida.
Akhom salió corriendo hacia su padre y escondió su cara en su pierna.
—Tengo miedo, padre —le dijo casi poniéndose a llorar con voz ahogada— ¿Qué son esos gritos?
Pero su padre no le contestó, ni lo abrazó, ni lo acunó como otras tantas veces. Todo lo contrario. Lo agarró con una mano y lo lanzó lejos como el que se quita de en medio algo sin importancia. Anum pudo oír el ruido de los pequeños huesos de su hermano al estrellarse contra una pared cercana. Entonces fue cuando sintió miedo realmente y comenzó a correr de vuelta hacia la oscuridad de su casa.
Sin saber muy bien qué hacer, se metió en su habitación y se acurrucó debajo de su cama. Oía los jadeos de su padre detrás y pensó demasiado tarde que dónde se encontraba no era nada seguro pero ya no podía salir porque su padre había entrado en su cuarto. Casi sin atreverse a respirar veía como las piernas de su padre caminaban de un lado a otro del pequeño cuarto una y otra vez, como los felinos que esperan a sus presas. Escuchaba su respiración profunda y entre cortada y un susurro constante.
—“… desde el primogénito del faraón, hasta el primogénito de la sierva…” —repetía y luego de repente, silencio.
Anum contó hasta veinte y finalmente se asomó despacio de debajo de la cama.
El cuarto estaba vacío.
Intentó calmarse poco a poco preguntándose qué podía haber hecho para que su padre le quisiera castigar. Pensó en su hermano pequeño posiblemente herido tras el golpe. Se preguntó dónde podía estar su madre y si su padre también la habría hecho daño.
Salió de la habitación y en ese momento su padre lo cogió por el cuello. Anum se retorcía pero no conseguía librarse.
—Padre, no, no —gritaba mientras veía el gran cuchillo en la mano. — ¿Por qué? ¿Qué hice mal?
Vio como el brazo de su padre temblaba. Su rostro bañado en sudor parecía resistirse con todas sus fuerzas. Anum rezó a sus dioses para que su padre que era fuerte y sabio consiguiera triunfar en la lucha interior que se estaba entablando en su cuerpo.
—Corre —susurró su padre con voz casi irreconocible mientras el cuchillo se iba aproximando cada vez más.
Anum se desembarazó de su padre y corrió hacia la puerta de su casa. Allí había otra sombra esperándole.
—Madre, madre —gritó Anum mientras se aproximaba a la sombra—padre se ha vuelto loco.
Su madre se agachó y abrió los brazos protectores para recibirlo. Abrazado a su madre, Anum se sintió seguro finalmente. Sin duda, su madre le protegería de padre, que parecía haber perdido la razón.
El cuchillo que le clavaba su madre en la espalda le hizo doblarse. Antes que su corazón se detuviese para siempre vio la cara inexpresiva de su madre que lo miraba sin sentir nada.
A la mañana siguiente, Akhom se despertó dolorido en brazos de su padre que le acunaba mientras lloraba desconsolado. Su madre, muy pálida, estaba como muerta a su lado. Tenía las manos cubiertas de la sangre de su hermano mayor. En el resto de las casas de los vecinos se oían más llantos desconsolados. Más tarde dijeron que el dios de uno de los pueblos esclavos había matado a todos los primeros nacidos de las familias egipcias. Akhom nunca lo entendió.
—Y ahora, apagamos las luces y os vais a dormir —les dijo su tío con voz normal mientras les besaba en la frente a cada uno.
No se durmieron. Al principio pensaron en llamar a sus padres pero no se atrevieron. A pesar de lo que siempre les había dicho su madre, no quisieron rezar tampoco.
Hola,
Lei tu relato, aquí mis (no solicitados) comentarios.
Como anécdota, cuasi ucronía (aunque no tan descabellada), sería interesante. Es decir, me parece que la parte del comienzo, con los dos niños que oyen el relato, es completamente innecesaria. Además, la voz del narrador y la del tío son iguales, no hay diferencia alguna. Eso nos hace pensar que, el tío es el autor del relato?. No se deja en claro cuales son sus intenciones, buenas o malas, y si es que las tiene.
De lectura llevadera.
Saludos.
2002NT7