Catedral (CF)

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iulius
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Catedral

I

La decena de turistas japoneses que visitaban ese jueves a primera hora las instalaciones de la NASA colapsaron las tarjetas de memoria de sus cámaras digitales según entraron en la primera sala y maldijeron la imprevisión de no haber traído repuestos. En medio de un jaleo inenarrable, media docena de eminencias de la física en cuclillas y entreabrazados perpetraban, vociferantes, una danza cosaca. Al menos ellos seis, aunque ostensiblemente ebrios, conservaban sus batas. Tres cosmólogas talluditas y un anciano por lo demás venerable se contorsionaban en ropa interior aferrados a sendas columnas, remedando posturas de estríper. Sus entusiastas espectadores lucían su blanca indumentaria habitual, es cierto, si bien varios de entre los varones tocaban su cabeza con calzoncillos, presumiblemente propios, y/o bragas de encaje, presumiblemente ajenas. Otros tantos aspirantes a premio Nobel yacían comatosos en aleatorio desparrame entre la siembra de botellas de licor vacías, derrotados en el transcurso de lo que a todas luces había sido una noche de ininterrumpida bacanal.




Koji, el único japonés que, animoso, había decidido cargar con la cámara de vídeo esa mañana apostó luego con sus compañeros, de vuelta al hotel, a que su grabación se mantendría líder de visitas en Youtube al menos durante quince días. La apuesta le costó sus buenos yenes. En la convulsión informativa de las semanas siguientes nadie parecía tener demasiado interés en ver vídeos amateur en Internet.

Las señales se habían recogido la tarde anterior como parte de las observaciones de rutina del telescopio espacial Hubble. Un patrón de intermitencias lumínicas procedente de una pequeña nebulosa a unos 600 años luz del planeta Tierra cuya rítmica recurrencia no obedecía a la física o al azar. Era un patrón. Intencional. Era un mensaje.

En tan solo una semana se logró congregar a los mayores expertos mundiales en lingüística comparada, astrofísica, psicología, criptografía... Se les reservaron tres plantas en un hotel a treinta kilómetros de Washington D.C. con un moderno centro de convenciones adyacente a su entera disposición. Se estimaba que, con toda probabilidad, transcurrirían meses antes de vislumbrar algún resultado. Cincuenta minutos después del inicio de la primera sesión de trabajo el comité de sabios en pleno abandonaba el hotel sin hacer declaraciones. Visiblemente indignado, un portavoz electo leyó ante los miles de corresponsales destacados para cubrir el acontecimiento un escueto comunicado en el que los científicos anunciaban su intención de interponer una demanda contra el autor de aquella broma por una cuantía de 6,0221367 x 1023 centavos. Habían tardado más tiempo en redactar el comunicado que en descifrar el supuesto mensaje extraterreste que rezaba, en correcto italiano, «Mi piace molto. Ne sto costruendo una uguale qui accanto» o, lo que viene a ser lo mismo:

«Me encanta. Estoy levantando una igual aquí al lado».

 

II

«No hay broma alguna. Los datos son fidedignos» fue el dictamen del comité que revisó los registros. Por delirante que pudiera parecer, no quedaba lugar para la duda. Unos seis siglos atrás, una inteligencia alienígena, a millones de kilómetros de nuestro planeta, nos había remitido un mensaje en italiano. Un telegrama sideral.

Se imponía antes que nada la necesidad de darle respuesta, y no resultó sencillo alcanzar un consenso. El texto debía representar a todo el género humano. La humanidad entera había sido la destinataria —hubo que vencer, es verdad, ciertas reticencias por parte de Italia a este respecto— y la humanidad toda debía ser, en consecuencia, quien contestara.

Predominaba en aquella época la hilarante concepción de la raza humana como conjunto de naciones, por lo que la redacción del mensaje se encomendó a la ONU —hubo que vencer, es verdad, ciertas reticencias por parte de Estados Unidos e Israel a este respecto—. Pero ¿qué decir? La opinión mayoritaria se inclinaba por algo que evidenciara la altura alcanzada por el conocimiento humano. Se llegó a postular la posibilidad de emitir la traducción al italiano de la Teoría General de la Relatividad de Einstein.

El hecho, empero, era que el mensaje, fuere el que fuere, tardaría unas seis centurias en llegar a su destino. Lo más probable era que cualquier declaración científica que se pudiera remitir a nuestro espectador galáctico —pronto se concluyó que la inteligencia emisora debía estar, de algún modo, observándonos— avergonzara a los tataranietos de los remitentes al cabo de seiscientos años. «¿No nos mesaríamos los cabellos hoy si nuestros interlocutores cósmicos dedujeran del mensaje de nuestros ancestros que pensamos que la Tierra es un objeto plano en cuyo derredor orbitan el sol y el resto de las esferas celestes?», expresó con elocuencia la profesora Parisio.
La otra dificultad, de índole práctica, radicaba en la ingente cantidad de energía que requeriría producir las señales lumínicas, aun para un texto de un centenar de caracteres de extensión. Fue esta consideración la que condenó la mayor parte de las propuestas, incluida la iniciativa italiana de transmitir "La divina comedia" prologada por Berlusconi.

La solución que se adoptó finalmente satisfizo a todo el orbe sin dejar contento a nadie. Europa entera se quedó a oscuras durante toda una jornada para que, al anochecer, un Milán —Italia parecía ser el foco de atención de nuestro vigilante— incandescente, verdadero neón planetario, pudiera comunicar nuestra respuesta: «Aspettateci. Arriveremo il più presto possibile».

«Esperadnos. Llegaremos lo antes posible».

 

III

«Todos venís conmigo», sentenció Anton Romariek justo antes de clausurar la escotilla para los próximos mil quinientos años, con la cosmonave a punto de despegar.

Los hombres que en su día dieron respuesta al vigilante calcularon que habría que esperar al menos ocho siglos para que la ciencia y la tecnología fueran capaces de enviar una misión tripulada a esa distancia. Se había tardado tan solo cinco.

Esos cinco siglos de espera, que podríamos considerar un mero interludio en el que no merece la pena detenerse, habían sido, en realidad, el periodo más feliz que hubiera conocido la raza humana. Por vez primera el homo sapiens perseguía un fin común, una misma misión, un único telos. Todos los hombres el mismo hombre. Su destino, las estrellas; un encuentro interestelar a seiscientos años luz de su planeta natal.

La guerra, la desigualdad social, la injusticia, el hambre... hasta el crimen fue erradicado sin gran dificultad. Cinco siglos de bienestar, de utopía casi. Las peores lacras humanas se resolvieron de manera sorprendentemente sencilla ahora que su desaparición había dejado de ser un fin para convertirse en un medio. Todo en un par de generaciones, incluso la espontánea adopción del italiano como lingua franca universal.

Ni siquiera el hecho de no haber vuelto a detectar ningún otro mensaje cósmico había socavado la fe —en el ínterin, varios telescopios espaciales no habían dejado de apuntar al origen del Mepiace en vano—.

A Anton Romariek, el cosmonauta polaco seleccionado para la misión, le cumplía ahora convertir toda esa potencia, esa voluntad única, genérica, en glorioso acto. Era el hombre entre los hombres, poco menos que un nuevo mesías.

La nave partió el 28 de enero de 2500 d.C. En tres semanas, una vez rebasada la órbita de Urano, Anton ocuparía la cápsula de hibernación para despertar milenio y medio después.

Es posible que el lector, el amable lector, ande un tanto despistado en cuanto a la secuencia temporal que va abarcando este relato. Recapitulando, el Mepiace, como se dio en llamar al mensaje extraterreste, se había recibido en el año 2009. Su secuencia luminosa había recorrido una distancia aproximada de 600 años luz o, lo que es lo mismo, había tardado seis siglos en alcanzarnos: quien fuere el remitente, lo había transmitido, pues, ca.1400 d. C. El Aspettateci, nuestra respuesta, se envió en 2010. Previsiblemente, nuestros observadores alienígenas lo captarían en algún momento del siglo XXVII. Unos cien años antes, en 2500 como hemos comentado, despegaba la Argos tripulada por Romariek. Si todo discurría según el programa, arribaría a su destino, el que fuere —¿un planeta o planetoide?, ¿una estación espacial?— no antes del 4000. La información luminosa que Romariek nos lanzara desde allí viajaría otras seis centurias para hacérsenos visible no antes del 4600. El regreso a la Tierra del cosmonauta lo celebrarían los hombres que la habitaran en torno al año 5500 d.C.

 

IV

Anton Romariek desciende la escalerilla de la Argos. Cada pequeño movimiento representa un lento triunfo; el planetoide, de un centenar de kilómetros de diámetro, apenas genera gravedad. El reloj atómico de la cosmonave marca las 18:17 del 26 de agosto de 3963. Hace sólo unas horas que el sistema de control vital detuvo el proceso de hibernación y Romariek despertó de su letargo milenario. No se sueña en estado de hibernación, Romariek lo sabe bien, de lo contrario sin duda apostaría a que aún no ha despertado y no es sino un sueño lo que contempla. Durante unos minutos abraza la hipótesis de una alucinación, algún tipo de sugestión mental o quizá una alteración de la vista, hasta que asume que las lecturas del encefalómetro y el espectrógrafo de retina no dejan resquicio a la interpretación. Lo que está viendo, a veinte metros de sí, es real. Al menos en la medida en que puede serlo una impresión de los sentidos. No sabe que es el último hombre al que ha sido dado contemplar lo que tiene ante sus ojos, que de la propia Florencia nada queda, desintegrada literalmente en las guerras post-Menevado.

El Menevado llegó al planeta Tierra en el siglo XXXII. Echando cuentas, pronto se dedujo que debió transmitirse en respuesta inmediata al Aspettateci. Habían transcurrido setecientos años desde la partida de Anton, y aún restaban ochocientos para que la Argos alcanzara la fuente del Mepiace. No es fácil hacerse una idea del desolador efecto del Menevado a partir de las sencilla palabras que contenía, «Me ne vado. Mi annoio. Gli insettivori di Orion sono più divertenti. Molto casinisti. Addio»:

«Me marcho. Me aburro. Los insectoides de Orión son más divertidos. Muy bulliciosos. Adiós».

Romariek ignora todo esto, desde luego. Lleva sus buenas tres horas inmóvil, absorto en la visión de una belleza absurda y convulsa. Se pregunta por qué, a cada minuto que pasa, mengua su voluntad de regresar a la Tierra, siquiera de enviar un mensaje de despedida. La cápsula de hibernación puede mantenerle en suspensión vital unos treinta mil años y el combustible de fisión que alimenta la Argos es virtualmente inagotable. Y hay tantas estrellas a su alcance. Aunque ahora mismo no siente ninguna prisa por partir; es tan indeciblemente hermosa, alzándose en extravagante majestad sobre el hielo violeta que cubre el asteroide, circundada por un cielo de profundo escarlata, iluminada por dos débiles soles gemelos, esta réplica exacta a nivel molecular de la catedral de Santa Maria del Fiori, el Duomo de Florencia.

Anton calcula cuántos días le llevará subir al Campanile.

 

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iulius
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mmm... ¿cómo puedo colocar un número en superíndice, por ejemplo, diez elevado a veintitrés?

Gracias :O)

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
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Creo que ya he conseguido ponerlo. Mira a ver si no te ha bailado algún trozo del texto; si fuera el caso, avísame e intento arreglarlo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Victor Mancha
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Bienvenido/a, iulius.

Participas en la categoría de Ciencia Ficción.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

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Mil gracias Patapalo, está perfecto :O)

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Léolo
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Poblador desde: 09/05/2009
Puntos: 2054

Interesantísimo, entretenido y filosófico experimento de ciencia ficción en el que nos acabamos topando con la esencia de nuestra humanidad: la auténtica belleza, que es aquello que nos hace trascender.

Muy bueno.

Suerte!

 

 

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iulius
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Poblador desde: 13/05/2009
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Muchas gracias, Léolo, eres sumamente amable con mi relato y has captado estupendamente su intención. Gracias :O)

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dark-eyed lady
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Poblador desde: 23/07/2009
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Fantástico, lleno de belleza, de verdad y de humor (un humor de ponerte los pelos de punta pero humor al fin y al cabo). Muy bueno!!!!!!

Me enorgullece que te guste mi fantasía lingüística.

Mil gracias

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Nachob
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2197

Me ha gustado mucho la historia, me ha parecido original y divertida, con un fino sentido del humor. Me he liado un poco con las explicaciones, no me ha acabado de convencer esa forma de narrar tan expositiva.

El final, genial.

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iulius
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Poblador desde: 13/05/2009
Puntos: 651

dark-eyed lady, nachob, mil gracias por tomaros el trabajo de leer el relato y regalarme vuestra opinión :O)

Un abrazo digital,

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Ajimalayo
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Poblador desde: 03/08/2009
Puntos: 41

Muy original, en verdad. Felicidades.

Claudio Guillermo del Castillo Pérez

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iulius
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Poblador desde: 13/05/2009
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Milgracias, ajimalayo :O)

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iulius
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Poblador desde: 13/05/2009
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Mil gracias por leer el relato y aportar tu comentario, Guybrush. Lo que dices es completamente cierto, la narración es fundamentalmente expositiva :O)

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solharis
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 21906

Al principio he pensado en cierta novela de Lem. Luego me he partido de risa desde el momento de saber cuál era el mensaje extraterrestre... El final me ha costado un poco comprenderlo pero me ha parecido muy divertido ,digno de estar en la antología.

Un saludo.

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iulius
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Solharis, muchas gracias por leer el relato y por tu amable comentario :O)

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