-Vamos, espabila.
Se desperezó despacio, sin prisa. Iba a ser su último día y podían esperar. Al menos se libraría de tener que aguantar a aquel par de capullos que le habían vigilado durante los últimos cuatro años.
-Puedes elegir el desayuno, así como luego la comida del mediodía. ¿Qué quieres?
-No tengo hambre.
Se arrepintió de haberlo dicho. Lo interpretarían como una debilidad. De hecho, era la primera vez -que él pudiese recordar- que despertaba sin ganas de comer. Intentó devolver una sonrisa despectiva a sus carceleros pero no pudo. Fueron ellos los que sonrieron con sus feas caras como queriendo decir "quién ríe el último ríe mejor".
Intentó pensar algo divertido pero tampoco pudo. En pocas horas estaría muerto. Desde hacía cuatro años sabía que llegaría aquel día pero no le había importado realmente hasta entonces. Porque él siempre había tenido el control. Podían castigarle pero no someterle. Ya lo había intentado su padre muchas veces, cuando no era más que un crío, sin conseguir nada, y eso que era de los duros, de los que se soltaban el cinturón con facilidad y no volvían a abrochárselo hasta quedarse a gusto. Pero nunca consiguió arrancarle una mísera disculpa. Al final, pese a la espalda y las nalgas marcadas y doloridas, él seguía teniendo el control. ¡No pocas veces el viejo borracho había acabado azotándole con más fuerza! Pero el dolor pasaba pronto y supo esperar el día en que cambiaron las tornas y le devolvió lo suyo al viejo cabrón... ¿Pero por qué estaba pensando en su padre?
-¿Deseas una última voluntad?
-No.
-Entonces es el momento de las últimas visitas... Ah no, ahora recuerdo que no tienes ninguna.
¡Que os jodan!, pensó. Pero no le salió. Algo raro le estaba ocurriendo cuando dejaba que se burlaran de él. Poco hubiera debido importarle pero se sintió sólo, desamparado como jamás hasta entonces, ni siquiera en su primera detención por atraco a un comercio a mano armada. Había vivido años después el fatal juicio con sangre fría, escuchando con indiferencia su condena a muerte de labios del juez. Incluso se había sentido orgulloso cuando los medios, que tanta se habían recreado con los detalles morbosos de su crimen, destacaron su sangre fría y su falta absoluta de remordimientos. Nunca podrían con él.
Pero ahora no estaba de humor. Cuando llegó el momento de dar el último paseo descubrió con horror que se estaba viniendo abajo por primera... y última vez en su vida.
-¡Vaya, me parece que alguien está nervioso! -se burló uno de los policías, al notar que el asesino implacable... ¡se había meado encima! ¡Sudaba y temblaba como un cobarde! Cayó al suelo de rodillas.
-¡Por favor, no lo hagáis! ¡No quiero morir!
Cogidos completamente por sorpresa, sus guardianes tardaron un momento en agarrarle por los hombros y ponerle en pie. Los presos estaban encantados viendo al más chulito de la cárcel lloriqueando como una nenaza.
-¡Eh, polis, ponedle unos pañales si no queréis limpiar el suelo..!
-¡Haberlo pensado antes -le dijo el carcelero mientras tiraba de él-, hijo de puta, cuando mataste a esa niña!
No importaba que fuera demasiado tarde para pedir perdón. Él quería vivir, ¡vivir! ¿Entonces realmente existía el castigo? Quería vivir y no vio más que rostros hostiles mientras le sentaban en la silla.
-¿Quieres decir algo?
-¡Que quiero vivir! ¡Por favor, lo siento de veras...!
Tiró de las muñecas. Las correas habían sido bien ajustadas y sólo consiguió lastimarse y que, hartos de sus gimoteos, le amordazasen. El agua de la esponja se mezcló con el sudor. Todo él temblaba y su corazón estalló cuando el funcionario bajó la palanca...
-Vamos, espabila.
Se desperezó de golpe, con el corazón en un puño. Había sido una pesadilla horrible.
-Puedes elegir el desayuno, así como luego la comida del mediodía. ¿Qué quieres? ¿Qué te pasa? ¿A qué viene esa cara de pasmado?
-Es... es lo mismo que decías en el sueño. Todo esto ha ocurrido antes.
Los policías se miraron entre sí. No era el primero que desvariaba en esa situación.
-Quiero... quiero un café y unas tos-tostadas -respondió al fin, tartamudeando por la emoción.
Mientras desayunaba recordó los detalles del sueño. ¡Había sido tan increíblemente real! Desayunó y comió con apetito. Cuando dieron el último paseo y llegaron a la sala de la ejecución, el condenado tenía la misma expresión de sorpresa. ¡Era exactamente igual a como lo había soñado!
Asustado, aterrado y pasmado a un mismo tiempo, le ajustaron las correas y le colocaron la esponja. Todo era igual que antes. Temblaba. El corazón le estalló otra vez...
-Vamos, espabila.
Se desperezó de golpe. Había soñado algo realmente extraño. Había soñado que había soñado. No, eso no tenía ningún sentido y todo había sido tan real que pensó si no se estaría volviendo loco.
-Puedes elegir el desayuno, así como luego la comida del mediodía. ¿Qué quieres?
-Lo mismo que la otra vez. Un café con leche y unas tostadas. Pero esta vez quiero mucha mermelada de ciruela.
-¿Esta vez? ¡Ja, ésta sí que es buena! ¡Lo mismo te crees que vas a poder elegir el desayuno de mañana!
-Pues podría ser, tío, podría ser.
Los policías se miraron entre sí. No era el primero que desvariaba en esa situación. Le sirvieron las tostadas como quería, con mucha mermelada de ciruela, y el café con leche. Para comer, un buen bistec con patatas fritas. Hacía años que no comía tan bien y tuvo una última siesta muy agradable, su última voluntad.
Dio el último paseo con la misma tranquilidad con la que dejó que hiciesen los preparativos para su ejecución.
-¿Quiere decir unas últimas palabras?
-Pues no sé, no había pensado nada en especial. Bueno, sí, que espero que os jodan y que nos vemos pronto en el infierno, hermanos...
-Vamos, espabila.
Se desperezó con tranquilidad, estirando bien las extremidades. Ya se había acostumbrado al ritual hasta convertirlo en una rutina. Era inútil buscarle un sentido y la verdad es que le había cogido gusto a eso de morir todos los días.
-Puedes elegir el desayuno...
-Que sí, coño, que quiero lo mismo de siempre. Un café con leche y tostadas con mucha mermelada de ciruela. También un perrito caliente y una tableta de chocolate.
Un desayuno completo para empezar el día. Tampoco se privó a la hora de comer.
-No tiene mucho sentido privarse cuando no se puede engordar. Dicen que lo que no mata engorda, pero cuando me frían me van a importar una mierda las calorías...
Los policías le miraban sin saber qué decir, desacostumbrados a que el condenado se tomara con pachorra su inminente ejecución.
-¿Vosotros creéis en la reencarnación, tíos?
-Déjate de gilipolleces... A ver, tienes derecho a una última voluntad.
-Pues quiero una cerveza fría y una revista porno.
Pensó que por ver las caras que pusieron entonces los dos maderos bien había valido ser condenado a muerte.
-¡Joder, ya hay que tener huevos para pensar en eso! -dijo uno de los polis, tan irritado como, a su pesar, admirado de tanta sangre fría.
-Es su última voluntad. Déjale alguna de las que tenemos para no aburrirnos en las guardias...
Hasta en la celda más alejada del final del pasillo se enteraron cuando se corrió un par de veces con la manoseada revista. Sí, se le podía coger el gustillo a la pena capital. Durante el "último" paseo no se olvidó de saludar a todos los prisioneros.
-¡Hasta luego, tíos! Me van a freír como una alita de pollo pero tampoco es para tanto. Mola.
En la sala de ejecuciones le esperaban los policías y también el alcaide y la familia de la adolescente violada y asesinada. La rutina de siempre.
-¿Qué hay señora? ¿Siempre con el mismo vestido gris de mierda? La verdad es que pasé un rato estupendo con su hija y oiga, ¡de virgen no tenía nada la muy jodida!
-¡Hagan el favor de callarle! -suplicó una madre histérica y desgarrada.
Cuando le amordazaron empezó a agitar el cuerpo como si estuviera siendo ya electrocutado. ¡Se estaba partiendo el culo a carcajadas! Aquella gente podía estar llorando de rabia y tristeza pero era lo más gracioso que podría haber imaginado nunca. ¡Se murió de risa cuando le frieron por última vez...!
***
El gobernador no acababa de creerlo.
-¿Está realmente seguro de que funcionará? Comprenda lo que significa para mí. Ese mal nacido sin entrañas violó y asesinó a mi hija y debe pagarlo. ¡Tenía sólo trece años y ya no puedo recuperarla! ¡Sólo quiero que sufra aunque sea una milésima parte del daño que le hizo a mi niña!
-Señor, se ha probado con animales con completo éxito. Puede imaginarse el problema de experimentar con seres humanos pero pensamos que un condenado a muerte es el experimento ideal. La silla eléctrica es en realidad una máquina del tiempo y hará que viva mil veces el día su ejecución aunque sólo recordaremos la última, la única que existirá para nosotros.
El gobernador se regodeó por la venganza, amargamente satisfecho.
-Muchos pensarían que soy un cruel sádico si esto se filtrara, pero es lo único que merece esa mala bestia. ¡No puedo recuperar a mi hija pero juro que esa bestia repugnante sufrirá!
En verdad que una muerte no era suficiente, pensó. ¡Estaba deseando ver la cara de aquel mal nacido después de haber muerto mil veces!
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