- ¡Sal, humano! -Rugió la voz del dragón-. Deja de esconderte en ese agujero y ven a luchar.
Yo, como era lógico, no tenía ninguna intención de salir de mi escondrijo y acercarme a ese enorme reptil alado. En lo único que pensaba era en idear una manera de poder escapar de allí.
¿Que cómo llegué a estar escondido en un estrecho pasadizo dentro de la guarida de un peligroso dragón? Pues muy fácil: la estupidez se encuentra entre mis mayores cualidades. Esto, sumado a unas cuantas jarras de cerveza y a un par de camareras bonitas a las que impresionar, dieron como resultado que un servidor y otros cuatro ingenuos nos plantáramos en la entrada de la cueva. Dos iban armados con unos cuchillos mal afilados y los otros dos recogieron unos palos que encontramos por el camino. Cerrando el grupo, entraba yo en la oscura cueva blandiendo mi mejor azadón.
Por suerte para mí, otra de mis grandes cualidades es que llegado el momento me suelo comportar como el mayor de los cobardes. Eso ha sido lo que me ha salvado la vida de momento, pues en cuanto he escuchado un tremendo rugido, en vez de quedarme mirando a la oscuridad como el resto de mis compañeros, he corrido aterrado en busca de un agujero donde ocultarme.
Y ahora estoy aquí, escondido en poco más que una raja en la pared de la caverna, y sin posibilidad de llegar mucho más lejos, pues mi pequeña cueva termina aquí. Hace poco tiempo que los ruidos han terminado: creo que no ha sobrevivido ninguno de mis amigos de la taberna.
-¿Sigues vivo? -Se mofó de mí el dragón- Di algo o tiro abajo esa grieta donde te escondes.
- Sí, estoy vivo -Mi voz sonó demasiado lastimera.
- Sal y ten la decencia de morir luchando -Me dijo el dragón-. Si has venido a matarme, por lo menos ten la vergüenza que han tenido tus compañeros de morir alzando un arma.
- No quiero -Dije bastante asustado.
- ¿Y qué vas a hacer, morirte ahí? - Inquirió el dragón. Parecía que se estaba divirtiendo con mi patética situación.
- Ya veré lo que hago -Dije en un intento de recuperar mi dignidad.
- Desde mi punto de vista sólo tienes dos opciones -Dijo el dragón-: salir y luchar como un verdadero héroe o morir de hambre ahí.
- Prefiero morir de hambre -Dije sin pensarlo-. Yo no soy ningún héroe.
- Si no eres ningún héroe, ¿qué eres?
- Soy granjero. Mi azadón debe estar tirado por alguna parte.
- Entonces, ¿por qué has subido a desafiarme?
- Es una larga historia.
- No tengo prisa -Dijo el dragón.
- Estábamos en la taberna y salió la conversación de que había un dragón cerca -Dije intentando explicarme-, luego alguien, no me acuerdo quién, afirmó que nosotros cinco nos bastábamos para derrotarte; después, una cosa llevó a la otra y terminamos como hemos terminado.
- ¿Así de fácil? -El tono del dragón estaba entre sorprendido e indignado- ¿No teníais miedo de mi ira ni de mi poder?
- Lo cierto es que pocos creían que hubiera un dragón aquí -Admití-. Subimos para hacernos los valientes delante de las camareras.
- Vaya, he estado demasiado tiempo sin hacer valer mi autoridad -Dijo el dragón pensativo-. Debería hacer algo para infundir temor entre las gentes del pueblo, ¿tú qué opinas?
- ¿Yo? -Pregunté sorprendido- Podrías dejarme marchar. Así podría contar a todos cuán grande es tu ira.
- Si te dejo marchar, todos pensarían que soy blando -Razonó el dragón-. No, lo siento, debes morir. Lo mejor será incendiar medio pueblo y exigir un gran botín si no quieren que arrase el otro medio.
- Eso es cruel -Dije- ¿Qué te han hecho para hacer eso?
- ¿Qué te he hecho yo? -Preguntó el dragón bastante malhumorado- ¡Has subido hasta mi casa con intención de matarme sólo porque querías trajinarte a una camarera! Si no dejo bien claro lo grande que es mi poder, tendré todos los días a veinte idiotas como tú anhelando cortarme la cabeza con las más estúpidas razones que uno pueda imaginar.
- Yo lo he hecho porque eres una amenaza para el pueblo -Dije.
- ¿Una amenaza? -Preguntó el dragón bastante irritado- ¿Cuántas veces he bajado en los últimos años? Posiblemente nadie en tu estúpido pueblo ha visto el fuego de mi aliento, y aún así me consideráis una amenaza. Pues si así pensáis, lo mejor es que me temáis, y cuanto más, mejor.
- Yo ya te temo, déjame ir y te aseguro que el resto del pueblo lo sabrá -Insistí.
- Ya te he dicho que eso es imposible -Dijo el dragón-, así que sal de una vez de ese agujero y lucha como un héroe.
- Prefiero quedarme aquí -Dije.
- Como prefieras -Dijo la voz del dragón.
Se hizo el silencio. Sólo escuchaba mi propia respiración. Pasó el tiempo y comencé a pensar en cómo lograr escapar. La verdad es que no se me ocurría ninguna idea, salvo correr con todas mis fuerzas, pero eso era un suicidio, me cogería antes de ganar la salida de la cueva.
Entonces escuché un ruido, era algo parecido a alguien serrando un tronco ¡Eran ronquidos! ¿El maldito dragón se había quedado dormido?
Reuniendo todo el valor que tenía (ciertamente, era escaso), me arrastré hasta la boca de mi estrecha guarida. El dragón estaba tumbado con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras; su enorme corpachón se movía rítmicamente a la vez que por su nariz salían volutas de humo.
Desde donde estaba se veía una luz al final de un túnel al otro lado de la gran caverna. Podría intentar cruzar hasta allí sin que se enterase el dragón; pero era muy peligroso, si se despertaba me devoraría en menos de lo que canta un gallo.
Sin embargo, no tenía muchas opciones más. Era eso o morir de hambre. Así que me armé de valor y puse un pie fuera de mi refugio. Nada sucedió. La respiración del dragón parecía normal. Intentando no hacer ningún ruido, fui paso a paso rodeando al enorme reptil. Tenía que ir con cuidado, pues el suelo estaba lleno de huesos, restos de ropa, escudos e incluso armas viejas de otros incautos que habían fracaso en su intento de matar al dragón.
Me quedé mirando una lanza que estaba a tan sólo un par de pasos de mí. Si la arrojase con fuerza, quizás podría matarle. Sería un héroe de leyenda.
- Coge el arma e intenta clavármela -Dijo la voz del dragón-. Sé que lo deseas en el fondo de tu alma.
Levante la cabeza y vi los brillantes ojos del dragón mirándome directamente. Me quedé paralizado ante la imperiosa voluntad de esa mirada de hierro.
- No quiero -Dije de forma lastimera y miré a ambos lados en busca de una escapatoria.
- Sabes que no te va a dar tiempo ni a volver a tu escondrijo ni a llegar a la salida -Dijo el enorme reptil-. Dale el gusto a este viejo dragón e intenta atacarme.
- Por favor, no quiero -supliqué cayendo de rodillas-. No me mates.
- ¡Coge esa lanza o te quemo el culo ahora mismo! -Me amenazó el dragón levantándose. Se quedó medio agazapado, listo para lanzarse sobre mí en cualquier momento.
Me arrastré hasta asir con las manos la lanza. Me apoyé en ella para levantarme del suelo. Después, la agarré con fuerza, la alcé sobre mi cabeza y la lancé con todas mis fuerzas.
Cayó a un par de pasos por delante del dragón.
- ¿Eres inútil o es que no tienes fuerza ni para levantarle la falda a esa estúpida camarera a la que te querías beneficiar? -Rugió el dragón con tanta fuerza que casi me caigo de culo- ¡Quiero que vengas hasta aquí y luches conmigo de poder a poder!
- ¡Pero yo no quiero hacerlo! -Imploré ya sin ningún entusiasmo.
- ¡Coge otra arma y atácame! -Bramó el dragón lleno de ira.
Como seguí sin reaccionar, lanzó una llamarada de fuego que pasó rozando sobre mi cabeza. Me agaché y me quedé aterrorizado hecho un ovillo. Pero no me volvió a atacar.
- Compréndeme, estúpido granjero -Dijo el dragón de forma calmada-, llevo aquí mucho tiempo, me aburro, necesito algo para entretenerme. Quiero una verdadera lucha como las de antes, con un poderoso héroe que ataque con audacia y muera con honor.
- ¡Yo no soy ningún héroe! -Chillé y luego sollocé-: Sólo soy un estúpido y cobarde granjero.
- Los tiempos están cambiando: ya no hay héroes como antes, sólo hay estúpidos granjeros cobardes. -Dijo el dragón con un tono evidentemente decepcionado-. Pero lo más triste es que ni siquiera los dragones somos los de antes. Me resulta patético terminar ahora con tu vida: no tiene nada glorioso en matar a alguien de rodillas, suplicando y sin ningún rastro de orgullo ¡Lárgate de aquí y vuelve cuando seas un verdadero héroe que no teme a la muerte!
Eché a correr con todas mis fuerzas sin mirar atrás. Tropezando y golpeándome contra todas las paredes, conseguí escapar y huir del dragón.
Tan pronto como corrió la noticia de mi proeza frente al dragón, mi fama voló por los cuatro rincones del mundo: un valiente granjero había desafiado a un poderoso dragón y había sobrevivido. Me hice célebre y pronto el dinero brotó a mi alrededor. Era un héroe.
Ya han pasado muchos años desde entonces, las canas cubren mi cabeza y mis manos tiemblan más de lo normal. La vida me ha tratado bien. Sé que me queda poco de vida, la enfermedad consume mi cuerpo rápidamente. Quizás mañana ya no tenga fuerzas para levantarme. Sobre una repisa he dejado un sobre con una carta donde están reflejados estos recuerdos, y también con mi testamento: se lo dejo todo a mi querida mujer, esa bonita camarera que, efectivamente, conseguí llevarme a la cama e incluso al altar gracias a mi gran proeza.
He desempolvado una vieja espada (que nunca he llegado a desenfundar) y me la he atado al cinto. De nuevo he subido la cuesta y me he plantado en la entrada de la caverna. Los años pesan y casi no lo consigo. Tras atravesar el pasadizo entro en la oscura caverna.
- ¡He regresado, dragón! -Grité con todas mis fuerzas- ¡Ya no tengo miedo a la muerte!
- Te estaba esperando, héroe -Rugió una poderosa voz- ¡Desenfunda y luchemos de una vez!
La espada pesa más de lo que recordaba. Usando las dos manos, la alzo sobre mi cabeza. Como el dragón no me ataque pronto, puede que no consiga aguantar de pie. Pero debo hacerlo, se lo debo desde hace muchos años.
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