Los días venideros (F)

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JJT
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Poblador desde: 08/05/2009
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Pedro llegó a la oficina, como todos los días a las nueve de la mañana. A esas horas el calor ya era sofocante. Agosto en la ciudad. Mientras la mayoría de sus habitantes habían huido a las playas o al monte, Pedro prefería trabajar ese mes y coger sus vacaciones en octubre. Hasta en eso era peculiar. El raro, le llamaban a sus espaldas y a veces directamente en su cara. Cada día detestaba más a la gente, especialmente a los compañeros del departamento de contabilidad de la gran empresa donde trabajaba. En ese mes, pocos se quedaban en la oficina y así Pedro estaba algo más tranquilo. Cuando llegó a su mesa se sentó delante del ordenador y comprobó que el calor seguía siendo asfixiante.

 

-Desde luego hace un bochorno horrible, ya de buena mañana-dijo una mujer cuarentona.

 

-Según comentaban en la radio, hoy nos pondremos en 36 a la sombra-contestó Narváez,  el obeso  jefe de contabilidad, intentando secarse el sudor como podía.

 

-Encima el aire acondicionado no funciona. Pedro que tiene la sangre de horchata no necesitará el ventilador, podía prestárnoslo-comentó la mujer.

 

-A mi no me hace falta Luisa, tómalo si quieres-respondió Pedro con calma imperturbable.

 

Pedro intentó las horas siguientes concentrarse en su trabajo, pero no podía dejar de dar vueltas en su mente a lo que había oído. “Sangre de horchata, sangre de horchata“ sonaba continuamente en su cabeza, como un martillo golpeando el yunque sin tregua. Cuando llegó a su casa intentó relajarse, pero notó que no podía. Encendió la televisión y la apagó al momento, la misma basura de siempre. Cogió un libro y pronto lo dejó en la estantería, cuando se dio cuenta que pasaba las páginas sin saber lo que leía. Notaba como la rabia le consumía y le iba dominando. Esperó con ansia la llegada de la noche para poder dormir y soñar. Sólo en sus ensoñaciones conocía algo de felicidad. En sus sueños transitaba por bosques de verdor infinito, con el suave aroma de las flores inundando de paz su alma, sintiéndose acompañado por el trino de los pájaros  y el ruido del arroyo de aguas puras que discurría en medio de los árboles. Todas las noches cuando dormía se internaba en ese bosque que lo acogía en su seno, hablando directamente a su alma, diciéndoles que en realidad era un príncipe, y que allí estaba en su reino, donde era querido y respetado. Pedro recorría el bosque y la suave campiña que lo rodeaba, disfrutando de la paz que inundaba su espíritu en el sueño. Pero había ocasiones en que el sueño no era tan plácido, momentos en que su paraíso privado era amenazado. En algunos rincones del bosque intuía un cambio sutil en los árboles, en la hierba, en la misma tierra. Como si la misma sustancia de la realidad fuera violentada, perturbada por una presencia innombrable, que con su sola existencia corrompía cuanto le rodeaba. En esas ocasiones intentaba huir de ese lugar profanado por la esencia de la impureza. Cuando veía que la amenaza iba aproximándose deseaba escapar, pero a la vez sentía un impulso irresistible de ver que había al otro lado, de conocer a aquel que estaba más allá de las barreras.  Y cada vez, cuando se despertaba empapado en sudor en las noches asfixiantes de verano, sentía que el secreto que se encontraba al otro lado del sueño le sería relevado y conocería quien era en realidad él, y cual era su destino.

 

Al día siguiente, fue al trabajo especialmente irritado. El calor pegajoso, el tráfico, las estupideces de la radio y aguantar el saludo hipócrita del portero del edificio de oficinas estaba poniendo al límite su paciencia. Sentía como la ira iba fluyendo por su interior  como un beso amargo. Cuando Narvaez comenzó a pedirle explicaciones por el balance del último mes ni siquiera supo a que se refería. Notaba que la cabeza le daba vueltas y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para mantenerse en pie. Comentó con un gruñido, que ni reconoció de su propia voz, que necesitaba sentarse, que se había mareado. El jefe y los compañeros debieron verle tan mala cara que lo dejaron tranquilo, mientras en una pequeña sala de descanso de la oficina echaba una cabezada. Enseguida comenzó a soñar. Por fin volvía al único sitio donde era feliz y se sentía en paz consigo mismo. El bosque de sus sueños, su paraíso privado. El tiempo fluyó con la lentitud propia del sueño cuando no se sabe si los minutos son horas y las horas minutos. Cuando intuyó que en su deambular por el bosque llegaba a un estanque profundo de aguas calmadas, volvió a sentir la presencia. Esta vez decidió que no huiría. Se asomó al estanque y vio reflejada su imagen en el agua. Al mirar esa cara que era la suya, comprendió cuales eran sus verdaderos miedos cuando se internaba en el bosque onírico, y la realidad mostraba su verdadero rostro, la auténtica esencia del horror, y no los intersticios donde la humanidad mora, para preservar su cordura. En ese instante sintió como el conocimiento de su auténtica identidad florecía como el loto negro cantado por los  poetas locos.

 

-¿Puedes soportar más la carga? -preguntó su propia imagen al otro lado del estanque.

 

-No.

 

-¿Conoces las palabras, los signos y las herramientas de la tarea?-volvió a preguntar.

 

-Las conozco.

 

-¿Consumaras el sacrificio para después rasgar los velos del secreto y que vuelvan los del otro lugar?

 

-Lo haré-respondió Pedro al estanque, mientras su imagen reflejada sonreía.

 

Cuando regresó a su escritorio le preguntaron por su estado y les dijo que se encontraba perfectamente. En las horas que siguieron contó anécdotas y chistes con un éxito tal que se convirtió en el centro de todas las miradas y simpatías.

 

-Chico, siempre tan serio y ahora eres un encanto, no pareces el mismo, vaya cambio-dijo Luisa.

 

-Lo que pasa es que por fin ha encontrado un buen ligue, seguro-replicó Narváez a carcajadas.

 

-Es un secreto, pero pronto todos os enterareis-contestó Pedro con una irónica sonrisa.

 

Cuando llegó a su casa, la máquina ya estaba preparada. Ellos se habían encargado de todo, tal como había imaginado que harían. El artefacto estaba formado por ruedas dentadas, tubos y toda clase de válvulas. Pero él sabía que la forma no era lo importante. El secreto de la máquina estaba en la aceptación del poder al que pertenecía y al que había invocado. Miró el termómetro que marcaba la temperatura exterior. Treinta y seis grados. Se acercó a la manecilla de la máquina y la movió hasta treinta y cinco. Satisfecho con los resultados, esperó a que se hiciera de noche y se fue a dormir. Al día siguiente cuando se levantó la puso a treinta y cuatro. El siguiente a treinta y tres. El siguiente treinta y dos. Cuando circulaba camino a la oficina vio uno de los relojes luminosos de la calle que marcaba la temperatura ambiente. En el ascensor de la oficina un administrativo le comentó que parecía que había bajado un poco el bochorno de días atrás. Pedro podía haberle contestado que dentro de poco añoraría ese bochorno, que en unos pocos meses sólo algunos supervivientes escondidos en subterráneos presenciarían el retorno en majestad de ellos, los que conocen el horror que se oculta al otro lado del espejo, los verdaderos amos.

 

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PedroEscudero
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Puntos: 2661

Bienvenido/a JJT.

Participas en la categoría de FANTASÍA.

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Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de dudas, preguntas e inquietudes, y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

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Siltriz
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Poblador desde: 10/05/2009
Puntos: 17

me gustó, pero no llega a cerrarme del todo.

Saludos

Silvia Beatriz

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Un relato entretenido, sin duda, pero creo que algo descompensado. La transformación / revelación del personaje es demasiado rápida como para justificar el tiempo que pasas describiendo su oficina y a sus compañeros de trabajo; éstos, en realidad, tampoco tienen demasiado peso en la historia: como lector no he tenido la impresión de que fueran el detonante de nada, así que ¿por qué centrarse en ellos?

Por otro lado, la tensión funciona -uno se pregunta qué ocurrirá al final- pero tampoco termina de culminar en nada suficientemente impactante. Es como si nos hubieras guiado por una senda y luego cerraras por otra.

En cualquier caso, una lectura entretenida.

 

ps.- hay algunas erratas por el texto, por si lo revisas para otra ocasión.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Miguel Puente
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Poblador desde: 16/06/2009
Puntos: 491

Hola JJ,

tu cuento no está mal, pero me dio la sensación de que te precipitabas un poco en algunos párrafos, o que ni siquiera tú tenías muy claro a donde ir cuando escribías el relato.

Por otro lado, es tan críptico el desenlace que, como lector, no le vi mucho sentido al sueño dentro del contexto de la narración.

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jspawn
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2859

No me termina de encajar globalmente el relato. Además, tienes bastantes faltas de ortografía, revisa tu texto, porque también repites demasiadas veces "bochorno". En cuanto a la idea, el principio funciona, pero se va desvaneciendo conforme vas insertando el elemento de los sueños. Me esperaba un suspense más cercano y más sangriento, queda todo muy en el aire.

"Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo a mí" (Ortega y Gasset)

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