-¡Papá! ¡Papá!. Pablo, con sus recién cumplidos ocho años, me miraba desde los pies de la cama, después de haber interrumpido mi merecida siesta de domingo.
-¿Qué pasa, por qué me despiertas?, pregunté, molesto.
Asustado, moviendo los pies como cuando espera una reprimenda después de alguna travesura , balbuceó
-Hay un hombre en el comedor. Dice que viene por la ocupación. Es muy raro.
-¿Cómo has dejado entrar a un desconocido? ¿tu mamá no ha vuelto?, dije mientras me ponía apurado los pantalones.
Salí de prisa hacia el comedor y hacia el visitante “raro”, reprochándome haber dejado mi celular en el mismo comedor, abortando toda posibilidad de llamar a la policía.
-Mami está con él, contestó, caminando detrás de mí.
Efectivamente, sentado a la mesa del comedor, dándome la espalda, estaba el hombre en cuestión.
Sus hombros excesivamente flacos, ceñidos por una camiseta muy ajustada y de color indefinido entre el violeta y el azul, se coronaban en una cabeza completamente calva, pálida, de nuca estrecha y combada.
Rodeé la mesa para enfrentarlo, y pude ver delante de él perfectamente ordenados, una pila de papeles y una especie de calculadora de bolsillo. La cara alargada, enjuta, las mejillas surcadas por profundas arrugas y dos ojos pequeños, de mirada aguda resueltamente fijos en mí.
-Era hora, su voz aflautada tenía un tono de fastidio. -Siéntese, ordenó indicando la silla frente a él.
-¿Quién diablos…? Empecé a preguntar, pero fui silenciado con un brusco ademán de su huesuda mano.
-Mire, 90 210... Usted está usurpando este lugar y ya es hora de que se vaya, nuevamente fastidiado.
-¿Qué dice?. ¡ésta es mi casa! ¡está loco! Y ¿cómo me llamó?, dije, encrespado.
-90 210, esta es zona de paso…, cargó contra mi enojo, conciliador.
-Repito, está loco. Me llamo José López y ese ni siquiera es mi número de documento.
Pienso que estoy soñando, en realidad teniendo una pesadilla sin pie ni cabeza.
-¡Así que se llama a sí mismo!, retrucó, chistoso. Eso no es un nombre…, José López. ¡no sea ridículo, por favor!. Rezumaba sorna por todos los poros. - La gente tiene nombres como,,, 17 850, 45 912, no José López.
-¡Vuelvo a decirle, está loco señor que no sé como se llame ni me importa!, ya ahora realmente furioso. -¡Salga de mi casa ya mismo o llamo a la policía!.
-¡La policía!, exclamó. - Está provocando mi hilaridad, y eso puede ser peligroso. Y con un suspiro, agregó algo que por un segundo me dejó atónito. -Yo soy la única policía de las zonas de paso. Soy quien decide si vive o muere, si se queda o se va. Aquí, dijo señalando a Cecilia, 91 210 comprendió que para que todo salga bien, van a tener que buscar otro lugar para permanecer. 98 210 ya ha vivido lo suficiente como para decidir que quiere hacer con su futuro. Así que…
No lo dejé terminar con su perorata. Me abalancé sobre la mesa , con las manos agarrotadas directamente a su cuello.
-¡90!, el grito de Cecilia me sacudió, no por el grito en sí, sino por lo que había gritado. Lo siguiente que sentí fue un terrible dolor en la nuca. Cecilia me había estrellado un florero en la cabeza.
Desperté de la siesta con el cuello y la nuca adoloridos a causa de la inflamación de mis cervicales. Recordé el sueño tonto que había tenido y no pude más que reírme. 90 210... ¡Claro, es el título de la serie que habíamos visto mientras almorzábamos!
-¡Papá…! Pablo se asomó a la puerta del dormitorio, con la mirada inquieta.
-¿Qué pasa, hijo?, pregunté, todavía sonriente a causa de mi sueño.
-Hay un hombre muy raro. Está en el comedor. Dice que viene por la ocupación…
Y los pantalones se me cayeron de las manos.
Fin
Un texto simpatico. Aunque creo que si la charla se hubiera prolongado un poco y el extraterrreste hubiera dado una explicación más larga o hubiera habido cierto debate habría resultado algo más atractivo.
Resulta algo corto en terminos generales, y queda como poco más que una anecdota.
Nos leemos ;)
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