ESTÁ FURIOSA
Habían quedado en la playa al atardecer. Lucrecia esperó sentada en una barandilla dos horas más, y cuando se marchó seguía haciendo mucho sol. No era la primera vez que la rechazaban por su aspecto, entonces, ¿por qué se había obstinado en esperar más de la cuenta?
Al abandonar la playa, su rostro ardía, sus pensamientos bullían. Y le dolía la mandíbula de tanto apretar los dientes.
¿Qué hacer para que se acercasen a ella? Seguir buscando en Internet no era la solución. ¿Entonces? Los psicólogos recitaban a menudo que debía hacer algo para cambiar su situación. Pero... ¿qué?
Pasó delante del salón de belleza del barrio y se encontró con la peluquera, que estaba fumando en la puerta con parsimonia. Era amiga de su madre, y Lucrecia se solía cruzar con ella cuando bajaba a la panadería. La peluquera siempre se empeñaba en señalarle la solución a su problema. Hoy, a Lucrecia no le apetecía escuchar sermones, tan solo acostarse y beber mucha agua. Sin embargo, en cuestión de segundos se encontró rodeada por la peluquera y sus acólitas del salón, que proclamaron la fealdad de Lucrecia y las imperfecciones que había que disimular en su cuerpo como si quisiesen ser escuchadas desde todos los balcones de la calle.
Nadie se asomó mientras la peluquera restregaba con los dedos el cabello de Lucrecia como si estuviese palpando uno de esos mocos que venden en las tiendas de artículos de broma.
Lucrecia subió corriendo las escaleras de casa y se encerró en el aseo. Mantuvo una de sus discusiones frente al espejo, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas o de reventar, impresión que se agudizó ahora por la rojez de su rostro debida a la insolación. La última pelea a gritos con su reflejo acabó con un intento de suicidio. Los vecinos pudieron haberla oído. Pero nadie le prestó atención.
Y de repente, soltó la cuchilla de afeitar y descubrió que tenía fiebre, y que la peluquera tenía razón. Lucrecia no podía soportar que nadie se fijase en ella, así que la respuesta a su problema estaba en el salón de belleza.
Era tarde, aunque enseguida le hicieron un hueco. Ansiaban experimentar con ese nuevo desafío que era el aspecto de Lucrecia. Lo que desconocían era que solo buscaba salir en televisión y que todo el mundo la reconociese al pasar, así que mató a la peluquera clavándole las tijeras en los ojos. Mientras esta se convulsionaba en el suelo y manchaba de sangre el forro de los asientos, estrelló el cráneo de la manicura contra una de las columnas, y después estranguló a la recepcionista con el cable del secador. Luego, le vertió en la boca toda clase de tintes que encontró por ahí encima.
No pudo acabar con el estilista, que alcanzó la puerta dando gritos, ni con la colorista, que llamó a la Policía, escondida bajo los lavatorios.
Tampoco logró salir en la tele.
Al menos, sus compañeros del psiquiátrico la miran de otra forma...
Bueno siento decirte que no me gustó. Ese giro en el que decide matarlas me resulta forzado, y más que sorprenderme me descoloca.
Por cierto hay un dedazo o el word te jugó una mala pasada.
"Los psicólogos recitaban a menudo que debía hacer algo para cambiar su situación. Pero... ¿qué?"
Nos leemos.
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