PRIMERA RONDA DE LOS DARDOS AL SOL

Hale, ya os he acusado a todos de recibo.

Mi mamá, lindo osito con cuernos, me lo dijo, pero eso pertenece al pasado. Jijiji. 

Desinsectación

—¿Cuántos focos nos quedan?— bostezó el piloto, recorriendo el tablero con una pinza quitinosa.
—Ni se sabe— bostezó el otro.
Entre bostezo y bostezo, una nube descendió sobre la ciudad como una monstruosa flor química.

Viudo

—No puedo entrar en casa, tengo una invasión de hormigas devoradoras.
—¡Coño! Ponles algo que las mate.
—Ya les he puesto "algo". ¿Por cierto, te interesa este anillo de casado?

Fictio minima

No existe remedio eficaz para las bibliotecas infectadas por esta agresiva especie. Sus mandíbulas diminutas emponzoñan y fragmentan libros de cuentos, novelas y poemarios. Algunos ejemplares especialmente tenaces han conseguido convertir en microrrelatos incluso los manuales de jurisprudencia. 

LA INVASIÓN

Fueron muy hábiles en su invasión: primero nos convencieron de que eran muy útiles. Después, crearon programas para mil y una aplicaciones. Cuando estuvimos enganchados a ellos nos invadieron y vencieron con facilidad. ¡Malditos móviles! 

Soluciones ancestrales

—Suele pasar, —dijo el Maestro Insectoide— que surjan variables negativas en la cantidad y calidad de los humanos absorbibles. No es problema, una crisis los despabilará y empezarán a reproducirse como si les fuera la vida en ello. 

Guerra sin cuartel

Aliados: hordas de cucarachas y un ejército de hormigas.
Enemigo: un servidor.
Objetivo: invadir mi casa.
Munición: bombas químicas y pisotones.
Resultado: una auténtica masacre. 

Quedó uno.

El ariete abrió la entrada, miles de soldados lo inundaron todo, desperdigándose febriles. Tras la retirada del aparato, aparentemente nada había cambiado, la quietud parecía reinar. Pronto descubrirían que no era así; nueve meses después nací yo.

Invasores e invadidos

Llegamos de madrugada, mamá insistía en que no hiciésemos ruido. Cuando encontramos la casa perfecta, abracé a mi hermana pequeña. Nosotros entramos y ellos fueron saliendo. Nunca olvidaré cómo lloraba la niña que dormía en mi cama.

La plaga

A pesar de sus tenues pisadas, acabé descubriéndoles. Al principio tímidos, comencé a dejarles comida al acostarme y ahora pasan la noche conmigo. Yo me hago el dormido, pero siento, a la más pequeña, arroparme antes de mancharse.