Huérfana
«Prométeme que nunca abrirás esta puerta», recuerda al cruzarse con ella. Ahora que su abuela querida murió, saciará su curiosidad. Coloca su mano trémula en el pomo, lo gira y abre. Asustada, baja a tientas las escaleras y, debajo de un ventanuco, dos raquíticos encadenados le gritan: «¡Hija!».
Todas parecen iguales
Tuve la premonición bajando los últimos escalones hasta el sótano, y la certeza cuando abrí la puerta. Sentí que la rabia se apoderaba de mí. No podía ser. Otra vez no. Había vuelto a olvidar en que planta del centro comercial había aparcado el coche.