Viajero de Espejos (T)

VIAJERO DE ESPEJOS
 
Un exorcismo busco ahora. Ha surgido, silencioso, el rígido helor del miedo, ocupando mi centro. Callo mientras aquí reposa el antiguo absurdo. La piel de la razón se desprende gelatinosa. No queda nada.
           
Hace tres viejos años comenzó el “desplazamiento”. Antes, nuestro mundo estaba cargado de gentes, y las zonas vitales estaban agotadas, con ínfimos sitios habitables. Los vientres en sucesión continua, dieron hijos y la humanidad cubrió las tierras. Todo mapa era suburbio en la Ciudad Única. Arriba, abajo, en todo horizonte, la mole de casas y cosas urbanas aplastaba continentes. Hongos y virus nunca fueron tan fecundos. La población global rogaba por más lugar. ¿Colonizar otros astros, construir sobre asteroides, mudarse a ciudades orbitantes? Imposible. Una nube de materia exótica rodeaba el planeta, colapsando toda nave apenas subía al espacio. ¿Ir bajo el suelo o dentro del océano? Impensable. Temblores submarinos destruyeron cada hábitat acuático, y terribles ondas de choque comprimieron naciones intraterrenas completas. La Tierra nos retuvo en la superficie, atrapándonos con torres y torres, puentes y torres, superpìstas y más torres. Ahí vivíamos, hacinados, cada quien en su celda colmenar.
           
Hace tres viejos años, Abraminör’Bén, el tecnomago, afirmó encontrar la solución: “Ocuparemos el mundo vecino, el que existe al otro lado de los espejos”.
 
Abraminör’Bén era el más poderoso, justo y anciano de su Orden. La Cofradía de Tecnomagos poseía sabiduría arcana con cinco milenios de profundidad.
           
La mitad de todos nosotros recibimos una orden oficial, indicando tomáramos cualquier espejo al alcance, mirándolo fijamente. Apretujado en mi pequeño habitáculo, encontré mis ojos reflejados y al momento el espejo quedó abierto. Un hechizo logarítmico fractal trocó el azogue en puerta a un distinto reino. El plano paralelo me succionó con el ritmo sucesivo de un mantram universal. Me “desplacé”. Abraminör’Bén desentrelazó las venas de la luz, los ejes de simetría, sujetando espejismos inagotables. Al otro lado encontramos un orbe ideal para vivir. Todo era igual, sin diestras invertidas. Crucé, transformándome en mi propio reflejo. La medianía de aquella, la totalidad original de mis semejantes, estábamos aquí, con el doble de recursos a nuestra disposición. Los espejos retornaban nuestra imagen y eran duros, como siempre. Pero esta extensa comarca de mágica creación, ya estaba ocupada. Era el imperio de silencios oscuros.
           
Aquí los espejos se aparearon, concibiendo algo donde la humanidad no tenía cabida. ¿Eran acaso espectros consagrados a la luna, atrapados como nosotros? Presentía de los hombres-sombra, sus siluetas por las calles que no terminaban nunca. Era difícil ver el mundo entre palabras incomprensibles. No podía ignorar este salón infinito. Ellos, los seres-cosa, brumosos, planos como hoja, me persiguen, quieren hacerme suyo. Me oculto, ya no hay nadie. Soy el último —supongo— entre todos los pasillos.
           
Y mis manos. Antes grandes, fijas en las muñecas, parecen dotadas de una voluntad independiente, de una autonomía que temo maléfica. Pongo todo mi empeño en domarlas, controlarlas todo el tiempo. Pero este desesperado esfuerzo de concentración es inútil. Me sobrevino hoy un fugaz sueño de la conciencia y descubro que ya no son mías.
           
Ellos juegan conmigo a los fantasmas, como si el mundo en verdad existiera.