Todo a mi alrededor era sombra y silencio; sólo se oía el repiqueteo de las teclas al ser pulsadas con avidez. El relato de terror cobraba vida primero debajo de mis dedos, que plasmaban el torrente de ideas que me brotaba de la cabeza, y luego delante de mis ojos, dos órbitas enrojecidas manteniéndose en alerta ante la luz parpadeante del monitor. La espalda me dolía por el encorvamiento, el cuello anquilosaba mis ansias creativas y había empezado a divisar manchas neblinosas en la superficie blanca del procesador de texto, pero nada me impediría concluir mi creación.
Apoyé mis hombros sobre el respaldo, fatigado pero absorto en el universo paralelo que germinaba al otro lado de la pantalla. Afuera, en el mundo real, la noche penetraba en la habitación a través de una ventana exenta de cortinas y se fundía con la oscuridad que se encontraba a su paso, haciéndola más densa, más negra. Me sentía abrazado por el aura de uno de los grandes escritores malditos del pasado, tan geniales y sórdidos como para engendrar de la nada una historia capaz de originar en sus lectores un sentimiento genuino de horror.
Empero, la inspiración se había desvanecido en un acto de deslealtad. Envolví mi rostro con las manos, intentaba presentar resistencia al sueño que comenzaba a carcomerme, daba vueltas en la silla trazando suaves círculos en espera de una musa que se me presentase. El siguiente pasaje de mi cuento debía ser la escena cumbre, tenía que dar verdadero miedo, que el espectador notase la angustia trepanando en sus aprensiones, así que probé a convertirme yo en el protagonista de la narración. Mirando hacia la puerta me imaginé que una criatura sepulcral me observaba desde el marco. Sería una especie de muerto andante de mirada melancólica, un alma errante que vagaría de lugar en lugar en busca de redención.
Fue precisamente aquello lo que apareció en la entrada de mi cuarto.
El ente permaneció allí, velado por una túnica de tiniebla que lo envolvía de los pies a la cabeza. Apenas se perfilaba el contorno de su cuerpo, del que sobresalía un rostro de rasgos cadavéricos contemplándome con calma. Sus órbitas en blanco parecían escudriñar mi interior desde la distancia, buscando acrecentar un pánico que poco a poco me iba devorando sin remisión.
Se aproximó lentamente y tambaleándose, como si a su movimiento le faltaran varios cuadros de animación, y cuando lo tuve a mi lado el corazón me dio un vuelco, justo un segundo antes de que dos manos macilentas me rodearan la garganta casi sin darme cuenta. Abrí la boca en un gran boqueo mientras los ojos me brillaban de pavor.
Después de unos manoteos desesperados, de pronto me sentí ajeno a lo que me estaba sucediendo, la sangre vuelta escarcha dentro de mis venas. Las garras se ceñían con lentitud, apurando cada centímetro de compresión con sus dedos nudosos, derramándome la vida en un suspiro prolongado, pero de algún modo había alcanzado a comprender que deseaba que aquello pasara, que la ficción hubiese sobrepasado los límites de lo real y yo fuera la víctima de una aberración concebida por mi mente.
La escena se estremeció. Agité el cuello para zafarme de unas manos que ya no me ahogaban, parpadeando repetidas veces mientras recobraba el aliento. A mi alrededor sólo había una habitación oscura, sin ningún ente acechándome entre las sombras. Una pantalla de ordenador con un relato de terror a medio escribir reclamaba mi presencia en silencio.
Volvía a estar a solas en mi mundo.
El ente (T)
30/09/2010 - 11:24
#1
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