Los de arriba mandan
—Dicen que el cielo es azul.
Kios se llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz y cerró los ojos.
—¿En serio? Porque quizás a esos capullos se les ha olvidado un pequeño detalle; El mar, o como quiera que los de diseño lingüístico hayan convenido en que se termine llamando el líquido que ocupa las puñeteras tres cuartas partes de la superficie total va a ser también azul. ¿Soy yo, que estoy perdiendo mi toque, o nos va a quedar una inmensa, cutre y repetitiva porquería?
El silencio se apoderó de la sala de reuniones. Gios, tras aclararse un par de veces la garganta, se atrevió a romperlo.
—Mira, Kios, amigo; a mí tampoco me hace gracia. Pero es lo que ellos han dicho, y son ellos los que ponen la pasta. Ya sabes cómo son estas cosas.
—Sí, joder. Claro que lo sé. Y mi culo también lo sabe. Malditos descerebrados que creen que saben una mierda por estar al mando... Por mí se pueden ir a...
—Kios. por favor.
Gios señaló a su lado con la cabeza. A su lado, Tios, el enchufado, levantó el dedo índice.
—Voy a omitir esa flagrante falta de respeto hacia nuestros superiores —dijo Tios, sin detenerse pese a los gruñidos de un Kios a punto de estallar de rabia —porque en parte coincido en la apreciación de que el azul ya está un poco en sobreuso en este proyecto. Quizás... y, por supuesto, si a todos nos parece bien, podría convencerles para que lo hicieran de otro modo.
—¿De qué otro modo? —preguntó Gios.
—Eso, sorpréndenos —añadió Kios, con sorna.
—Pues... podrían hacer que fuera negro.
Kios se levantó, tirando la silla, presto a abandonar la habitación. Gios intentó agarrarlo del brazo, pero éste se revolvió.
—Déjame. Es la gota que colma el vaso.
—Kios, por lo que más quieras, ¡Sé un profesional!
—¿Un profesional? —rio con carcajadas forzadas—. ¡Pues por eso mismo! Lo más profesional que podríamos hacer es alejarnos cuanto antes de esta chapuza. Negro, dice. Joder, ¡Todo el puñetero universo es negro! ¡De una esquina del puto infinito a la otra! Y todo porque al gótico este de los...
—Gios, modérate —susurró Gios, con los dientes apretados.
—Y todo porque al increíblemente capacitado jefe del departamento e hijo primogénito del presidente de la empresa —prosiguió Gios, con la piel tirante alrededor de su sonrisa falsa—, a juzgar por su vestimenta, su tinte de pelo, sus piercings y todas sus jodidas sugerencias en lo que va de día, está pasando por una interesante época gótico-barroco-depresiva y se ha enamorado del color negro. Pues mira, amigo Tios, me has convencido. Ahora el azul me parece una opción cojonuda para el cielo.
—Pues yo ahora lo quiero negro —replicó Tios, cruzándose de brazos.
Gios echó de menos el gélido silencio de antes. Tardó varios minutos en conseguir hacerse oír por encima de los gritos.
—Compañeros, compañeros... por favor. Mantened la calma. Hay una solución para esto: podemos hacer que el cielo sea azul la mitad del tiempo, y negro la otra. Creo que habrá que ajustar un poco el presupuesto, pero hay posibilidades.
—Me parece bien —dijo un sonriente Tios.
Kios se mordió el puño, y finalmente habló, con voz muy serena:
—Se nos ha ido de las manos. Completamente. Creo que hemos llegado a un punto en el que debemos ver las cosas con perspectiva, desde la distancia.
En ese momento el becario, un muchacho con gafas de pasta, una camisa a cuadros sudada y un problema grave de acné, entró portando una bandeja.
—¿Alguien había pedido un café?
Kios le hizo señas con la mano.
—Becario, muchacho, ven. ¿Cómo se llamaba?
—Dios —contestó Gios.
—Eso, Dios. Muchacho, ¿tienes ganas de hacer algo grande por la empresa?
El muchacho miró alrededor, asustado. Nunca había tenido a tantos peces gordos mirándole en silencio.
—C-C-Claro, señor.
—Pues bien. Quedas nombrado desarrollador jefe del proyecto Mundo.
—¿Yo, señor?
—¿Él? —dijo Tios, completamente indignado.
—Él. —Kios sonrió—. Que tengas suerte, muchacho. Haz un buen trabajo. Chicos, vámonos fuera; mis pulmones están pidiendo algo de humo, y hay temas de los que tenemos que hablar.
Dios empezó a hojear los papeles de la mesa con manos temblorosas.
—Pero... ¡Señor! ¡Señor! No sé si estoy capacitado...
—Relájate, muchacho. Lo estás.
Kios le dio una palmadita en la cara.
—¿Y... cu-cu-cu-cuándo hay que entregar? Es decir, ¿Cuánto tiempo tengo para terminar el proyecto?.
—Siete días —contestó Kios mientras se alejaba, encendiéndose un puro.
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