Normal
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Había que calentar media taza de agua durante dos minutos en el microondas. Después era necesario sumergir y sacar la bolsita de té en el líquido cinco veces para luego dejarla reposar un minuto más. A continuación se debían añadir dos cucharaditas de azúcar, remover, sacar la bolsita de té y escurrirla con la cucharilla. Finalmente, era fundamental para que todo fuese perfecto, agregar unos mililitros de leche de soja.
Debía hacerse así porque Gustavo no era capaz de tomar el té de otra manera. Y al mismo tiempo, tampoco era capaz de hacer algo importante sin tomarse antes un té. Y en aquel preciso momento, Gustavo tenía que hacer algo muy importante.
Así pues, aquel hombre maniático y, por qué no decirlo, aficionado a los vicios, llevó a cabo todo el proceso anteriormente descrito y se tomó con calma su taza de té mientras fumaba un cigarrillo, disfrutando esa mezcla de sabores que le recordaba a su novia de la adolescencia.
Dejó el vaso en el fregadero, apagó la colilla y volvió al salón, donde el alienígena le seguía esperando sentado en el sofá. Era una cosa muy agradable a la vista y parecía estar muy contento y ser amable y amistoso. Pero como su especie había evolucionado en otro planeta bajo condiciones muy distintas a las de La Tierra, las impresiones que nos diese su aspecto exterior poca importancia podían tener. De hecho, no tenían ninguna, pues en realidad aquel ser pretendía destruir nuestro mundo y además no estaba contento en absoluto. ¡Gustavo le había hecho esperar más de quince minutos!
El alienígena observó con su falsa cara alegre cómo Gustavo se sentaba en una silla frente a él, se pasaba la mano por el pelo revuelto y grasiento y suspiraba angustiosamente. Tras una pequeña pausa mirando al infinito, el terrícola comenzó a hablar con su densa y masculina voz.
–Vamos a ver... Entonces, la cosa es que en función de lo que yo te diga, destruirás o no mi planeta.
–Exacto. Comprendiste. Precisión.–respondió la cosa, emitiendo también una risita que no era tal, sino insultos en su propio idioma.
–Y tengo que darte un buen motivo para no hacerlo.
–Correcto. Eso ya lo sabías. Prisa. Aburrimiento.
–Bien... ¿Qué te parece... el amor? ¡El amor! Oh, es un sentimiento muy... bonito que tenemos aquí y que bueno, es interesante conservarlo.
–Tontería. No válido. Os hemos estudiado. Actualmente cincuenta por ciento disfrutan amor, cincuenta por ciento sufren amor. Quizás treinta-setenta.
Gustavo se quedó pensativo. El amor siempre parecía haber sido lo más grande de la Tierra. Tantos poetas y cantantes melódicos no podían estar equivocados. Continuó probando.
–¿Y qué me dices de... oh, la literatura? Fíjate que maravillosos libros tenemos.
Gustavo cogió dos libros al azar de su biblioteca y se los pasó al alienígena. Este los leyó echándoles un vistazo sin abrirlos siquiera, pues ellos podían hacerlo así.
–Amadís de Gaula, anónimo. Basura. Mi hijo 12.308, recién nacido, escribe más bonito. Matadero 5, Kurt Vonnegut. Algo mejor, pero insuficiente.
Gustavo empezaba a desesperarse.
–¡La música! Mira, escucha esto.
Se dirigió a la minicadena y dio al play. El Canon en re mayor de Pachelbel comenzó a sonar por los altavoces.
–¡Basta! ¡Dolor! ¡Asco!– empezó a gritar el alien.
Gustavo apagó rápidamente la minicadena.
–¿No te gusta?
–¡No! Parece ruido que escuchan los criminales en mi planeta. Tu mundo es estúpido, cruel y mal gusto. Merece morir.
–¡Espera! Ya sé lo que puede salvar la Tierra. Ahora vuelvo.
Gustavo se ausentó del salón un par de minutos y volvió con un cuadradito de cartón entre el pulgar y el índice de la mano derecha. Se lo tendió al alienígena y le dijo con una sonrisa triunfal:
–Prueba esto.
Efectivamente, aquello no era otra cosa que un tripi, que por cierto, tenía un dibujo con la cara del ex–presidente del gobierno de España, Don José María Aznar. Y es que Gustavo sólo podía recordar momentos felices relacionados con las drogas. Ellas nunca le fallaban cuando las necesitaba y siempre le habían proporcionado placeres más elevados que el amor, la música o la literatura.
El alienígena observó el cuadradito unos segundos y decidió -dado que consideraba a los humanos estúpidos e inofensivos- llevárselo a la boca, que era un orificio que tenía detrás de la cabeza y no lo que parecía ser su verdadera boca, que no era sino un órgano vestigial, un deshecho de la evolución. Pensó que era algún tipo de postre muy sabroso, y en un primer momento se enfadó mucho al notar tan insípido sabor.
–¡Insípido! No valido. Vuestra gastronomía tampoco os salvará. Ya me cansé. Preparar la bomba. La... preparar... postre... amor... fiesta... colorines... alegría...
El alienígena se levantó y empezó a dar vueltas y saltitos y a acariciar el pelo de Gustavo mientras decía “Bonito, amigo bonito”. Después gritó: “Puedo volar” y se lanzó por la ventana.
Lo cierto es que podría haber volado, o al menos, dar saltos enormes, pues la gravedad de nuestro planeta es ínfima comparada con la del suyo. Pero la ventana estaba cerrada debido a que hacía frío, y el pobre alien, al atravesar el cristal, se rajó de arriba abajo, cayendo después sobre el asfalto para convertirse en un charco viscoso y burbujeante.
Sí, las drogas generan muchos problemas a la sociedad: mafias, enfermedades, accidentes, matanzas, estrellas del pop... Pero lo que casi nadie sabe, es que hubo un día en que las drogas libraron al mundo de las intenciones homicidas de un alienígena que parecía amistoso pero que no lo era. Las drogas salvaron a la humanidad, por mucho que nos duela aceptarlo.
Hola, no sé si es que soy un poco torpe, pero lo que aparece al principio de mi relato de Normal 0 21 no forma parte del relato y no sé quitarlo. No sé si será código que se ha quedado de mi procesador de textos. Si algún administrador puede quitarlo se lo agradecería. Un saludo.