"TOMÁS RODRÍGUEZ Y LAS MÁSCARAS AFRICANAS" (T)

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laureyne
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"TOMÁS RODRÍGUEZ Y LAS MÁSCARAS AFRICANAS" (T)

Era una noche de invierno cuando el ladrón Tomás Rodríguez entró en la gran mansión. Sabía que nada debía temer pues, si los rumores eran ciertos, el dueño del lugar hacía algunos meses que estaba ausente. ¿Dónde? Eso nadie lo sabía, pero se creía que había salido de vacaciones. De cualquier modo a Tomás Rodríguez le importaba esto muy poco.

Encendió tranquilamente la luz como si estuviera en su casa y recorrió con la mirada el lujoso recibidor. Era increíble la cantidad de máscaras africanas que había allí y que, por efecto óptico, parecían mirarle y seguir cada uno de sus movimientos.

Sonrió satisfecho. Podría ganar un dineral con lo que se llevase de aquella casona, a juzgar por la entrada tan repleta de carotas de madera, de oro y de plata.

- Seréis mías. -Les aseguró en un susurro.

Se dirigió a la puerta que conducía al pasillo y se dispuso a abrirla. Cuando bajaba el pomo oyó un ruido tras de sí. Al volver la mirada vio cómo una de las máscaras, la única horrible y sucia, se balanceaba y caía al suelo pesadamente.

- El viento. -Se dijo cuando se recuperó del susto- El aire invernal debe entrar por alguna parte.

Convencido tras reponerse del sobresalto, se acercó a la máscara y la colgó en su lugar. Ya de nuevo en la puerta del pasillo, Tomás Rodríguez oyó otra vez aquel repulsivo sonido de madera contra piedra y, al volverse, se encontró la balanceante máscara que caía otra vez al suelo.

- No lo entiendo. -Se dijo recogiéndola y mirando a su alrededor- No hay ni una brisa siquiera.

Colocó la máscara en su sitio después de asegurarse que el gancho que la sujetaba estaba en perfectas condiciones. No comprendía cómo podía pasar aquello. Era insólito. Se suponía que hacía meses que el dueño no estaba en la casa y, por tanto, esa máscara había estado colgada en su gancho... ¿o no? Desde luego, debía haber algún razonamiento lógico que explicase este fenómeno.

La fea carota cayó de nuevo, esta vez antes de que Tomás Rodríguez diera un solo paso. ¿Cuál era el motivo? Debía tener uno y muy simple...

Tal vez lo tuviera, pero Tomás Rodríguez se olvidó por completo al ver, a su derecha, una gran máscara plateada que... lloraba sangre.

Si el hecho de que una máscara de madera procedente de África bailara alguna extraña danza hasta acabar caída en el suelo tenía una explicación científica, Tomás Rodríguez dudaba mucho que la tuviera el hecho de que una de plata llorase sangre.

Aquello pudo con sus nervios. Se le aflojó algo en la parte baja del vientre y sintió cómo la orina mojaba sus pantalones. Lanzó la cara de madera y se precipitó hacia la puerta gritando como poseído al quedarse su americana enganchada en el gancho de la máscara que acababa de tirar al aire.

Se deshizo de la americana y tomó el pomo de la puerta. Desesperado lo hizo bajar... ¡pero la puerta estaba cerrada con llave! Sintió cómo se aflojaba algo más en su interior y cómo la diarrea se adueñaba de sus intestinos mientras el terror invadía su alma.

Golpeó y pateó la puerta, pero lo único que logró fue lastimarse. Agotado, oliendo a sudor, orina y excremento, Tomás Rodríguez se dejó caer y lo que vieron sus ojos lo traumatizó tanto que empezó a vomitar un líquido verde viscoso con gruesos gusanos blancos.

- ¡No! -Gritó en un arrebato de locura mientras se retorcía- ¡No es posible!

Pero sí lo era. Las máscaras, excluyendo la de madera que él había lanzado, se acercaban flotando en el aire y sonriéndole malévolamente. La primera en dar la dentellada fue la plateada que, minutos antes, lloraba sangre... Le rasgó el vientre con sus afilados dientes y empezó a sacarle las tripas con delicia. Después, con grandes ruidos metálicos y de maera, las demás máscaras se unieron al banquete arrancándole carne de sus brazos, piernas, tronco y rostro.

Los gritos de Tomás Rodríguez se perdían en aquella noche de invierno mientras la horrible y sucia máscara de madera era ahora la que lloraba sangre, viéndose arrojada por el hombre al que había tratado de prevenir en silencio.

Un año después huía de la mansión un viejo vagabundo que había querido refugiarse allí. La colección de máscaras bien colocadas en las paredes le fascinó, pero cuando una de ellas, sucia y fea, cayó por arte de magia a sus espaldas, no dudó en escapar del lugar por temor a los malos espíritus tropezando, en su camino, con un esqueleto carcomido que, en el suelo, formaba un extraño ángulo.

 

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jane eyre
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