QUIEN ES
¿Iba a ser este el culmen de su vida?, ¿podía ser así el final?
Estaba atado sobre una cruz griega de madera de cedro, clavada en el centro de la estancia de piedra.
Todos y cada uno de ellos habían dejado su impronta en él. Se habían acercado a la cruz, mirándole a los ojos. Le habían besado en los labios. Le habían abierto una herida con el cuchillo afilado que llevaba la enseña personal de cada uno, y habían succionado finalmente, con avidez, la sangre que manaba de la herida.
Solo faltaba Él, el último. Y el Primero de todos.
Se preguntó una vez más cómo podía haber sido tan incauto. Pero lo hizo de forma desapasionada, distanciándose, como si no fuera con él.
Una debilidad creciente iba ganando su cuerpo. La vida se le escapaba por las heridas. La penumbra reinante, el frío, el olor aturdidor de los cirios y las hierbas quemadas en pebeteros de bronce... todo hacía que la escena fuera más y más irreal, como si todo aquello le sucediera a otro, o estuviera ocurriendo en otro mundo.
Le habían dado la bienvenida, amables, complacidos por su llegada, le dijeron que era bueno contar con nuevos miembros, que necesitaban sangre fresca... ¡Y él había creído que se trataba de una metáfora!
El Primero se acercó a él con la daga de puño dorado en alto. Le besó, como se besa a un hermano, y sin mediar vacilación alguna descargó un tajo brutal sobre su pecho. Chilló como un salvaje, los ojos se le desorbitaron, el corazón bombeó vida hacia fuera. Otro tajo cruzando el anterior. Su alarido resonó en la cripta, largo, eterno... y ya solo hubo oscuridad.
QUIEN FUE
La culpa había sido solo suya, por ser él como era, por sus anhelos, por sus ansias, por sus vacíos. La culpa era del tema que le tenía desde siempre fascinado, el que eligió también para su tesis: las Sociedades Secretas. El que había marcado su camino en el mundo.
Cada cual tiene sus obsesiones, las suyas, por raras, no iban a ser menos válidas.
Luego, los años habían conducido a la especialización, haciéndole lo que era ahora: uno de los mayores expertos del mundo, una autoridad en la materia.
Y el conocimiento a la socialización, a la participación en foros y seminarios, al hallazgo de personas fascinadas como él por los mismos misterios, por los grupos o sociedades que de un modo u otro habían querido cambiar el mundo.
Para su inmensa satisfacción había dado con un colectivo peculiar, gentes que se decían a sí mismos los Invisibles, gentes bien introducidas en el mundo, o eso decían.
Le había llevado casi dos años ganarse su confianza y su respeto y ser invitado a formar parte de ellos de un modo más activo.
Entonces la propuesta: un seminario de fin de semana en un lugar remoto y recóndito cercano a la costa. Su aceptación inmediata, la emoción de empezar una verdadera aventura.
Había tardado en encontrar el lugar. Y eso pese a las específicas coordenadas de GPS que le habían facilitado. Pero llegado a un punto ya no servían los aparatos ni los mapas.
En medio del bosque profundo y prometedor halló una casa en ruinas, una casa corriente, desmoronada. Entró y buscó por el suelo, temiendo en todo momento que los restos precarios del techo se desplomaran sobre su cabeza. Halló la trampilla, creyó que por un golpe de suerte.
Escalones hacia la oscuridad. El aliento entrecortado, la boca seca. El corazón martilleando en su pecho.
Y abajo ellos esperándole, la familia con la que soñaba, listos para recibirle y darle una cálida acogida.
Luego el extraño rito.
Y todas las preguntas que había ido acumulando con los años, toda su hambre de saber, aquella ansia infinita que habían prometido saciar, que quedaban sin respuesta.
QUIEN SERÍA
Recobró el conocimiento tumbado sobre una cama. Tenía la mayor parte del cuerpo cubierto de vendas, pero aparentemente se encontraba sano y salvo.
Se recorrió con las manos, despacio, haciendo inventario de las heridas.
Recordaba todo lo sucedido, sabía dónde estaba y cuál era su nombre y sin embargo... no lograba acabar de reconocerse del todo. Era una sensación extraña, el mismo y distinto a la vez, como si le hubieran cambiado algo esencial mientras dormía, dejándole el exterior intacto. Casi intacto, rectificó, porque las cicatrices dibujaban signos nuevos en su piel, letras rojas que significaban algo. Como nueva era su mente y ¿acaso su alma?
Estaba en una alcoba de piedra, circular, decorada profusamente. Una estancia sin puertas ni ventanas, como una tumba. Por un momento se preguntó si le habrían enterrado vivo. No le importó. Eso sí logró preocuparle un poco. ¿Qué le pasaba?, ¿cómo no le aterraba semejante posibilidad?
Una reverberación en el aire. A través de los muros de piedra cruzaron tres figuras. Se dijo que no era una definición muy exacta, pero no podía imaginar otra mejor.
El Primero y otros dos Invisibles, un hombre y una mujer. No conocía sus nombres, allí nadie los tenía, solo títulos simbólicos.
Le miraron en silencio, fijamente. Y aunque no pronunciaron palabra alguna él los escuchó en su pensamiento como si le hubieran hablado al oído.
- Has derramado tu sangre para poder recibir la sangre nueva –le dijo la mujer, el rostro oculto bajo la sombra que proyectaba su capucha-. Ahora eres completamente uno de los nuestros, como era tu deseo.
- Desde hoy –añadió el segundo encapuchado- eres otro hombre, pues has recibido nuevos y extraordinarios poderes. Al transfundirte la nueva sangre hemos modificado tu cuerpo. Ya no eres plenamente humano, ahora eres mejor.
Tenía muchas preguntas. Había tantas cosas que siempre había querido saber... ¿Por qué no lograba recordar ninguna? Nada parecía urgente, la eternidad puede tener paciencia.
Junto a él se materializó otro ser. Iba también cubierto. Se retiró la caperuza con solemnidad y le mostró por primera vez su rostro. Era el Rector de su universidad, al que conocía por fotos, probablemente uno de los más prestigiosos intelectuales del mundo. Uno de los que dictaba el pensamiento y las creencias de la sociedad. Sin embargo, un hombre misterioso, del que no se sabía nada fuera de su actividad académica. Alguien invisible para el mundo a pesar de su poder.
- Ponte en pie, hijo mío –le dijo con amabilidad.
Él se levantó con cierta cautela, totalmente innecesaria, como comprobó enseguida. Estiró sus miembros y tuvo un arrebato de vértigo.
Se sentía como si estuviera drogado hasta las cejas, una energía desconocida y arrolladora corría por sus venas, ardiente, inflamando su corazón y su cabeza.
Le pareció ser invencible, poderoso, un dios. Los sentidos hiperdesarrollados, los músculos expandidos y tensos, el corazón ingobernable...
- Te hemos elegido cuidadosamente, te reservamos grandes planes. Ven con nosotros y conocerás el Reino.
Solo un suave siseo y se encontró de nuevo en el corazón de la cripta, donde se había desangrado, donde había perdido su vida anterior igual que una piel que se abandona. Allí estaban todos, pero ahora mostrando su auténtico rostro. Los rostros de los hombres y mujeres que dominaban el mundo. Banqueros, políticos, científicos y eruditos. Hombres de muchas iglesias y muchos credos. Todos ellos dueños y señores del destino de la humanidad.
Ese iba a ser, efectivamente, le dijo una voz en su mente, el momento crucial de su vida. O mas bien el instante preciso en el que esta empezaba. Una vida en la cima del mundo.
Puede que fuera así, comprendió, como se sentían los dioses...
- Señor, le están esperando –interrumpió sus pensamientos la voz ansiosa de su secretario, volviendo a entrar en el despacho y dando muestras, a su pesar, de una cierta impaciencia contenida-. La rueda de prensa ha sido convocada para hace diez minutos.
- Si, sí, por supuesto, ahora mismo voy –contestó haciendo un esfuerzo por volver al presente y a la realidad.
Se incorporó lentamente y mientras cruzaba el despacho, relegó aquellos recuerdos en los que acababa naufragando una y otra vez, de día y de noche, a un rincón protegido y a salvo de su mente, de imposible acceso, y salió a enfrentarse con decisión a todos aquellos flashes, a aquellas voces, aquellas preguntas con las que los periodistas voraces bombardearían sin pausa al Presidente de la nación.
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