Mucho más hermosa (T)
Para evitar cruzar la mirada con los ojos muertos de la mujer, el subinspector se dedicó a examinar con recelo la grabadora que había sobre la mesita de noche de la habitación. Alejandro, el joven policía que había seguido el caso desde el comienzo, le devolvió a la realidad.
—¿Deberíamos esperar para oír la cinta? —preguntó.
—No creo que haga falta. Cuando lleguen los de la científica les decimos que no hemos tocado nada. Siempre tardan siglos en aparecer.
Y diciendo esto, pulsó el botón de aquel aparato tan similar a los otros que habían ido recopilando.
Primero, se oyeron unos segundos de silencio seguidos de ruidos similares a los roces de un papel. Después, a esos sonidos se sobrepuso una voz masculina.
La chica se había dormido ya. Notaba la respiración acompasada de ella a mi espalda, y el brazo con el que había rodeado mi cuerpo colgaba flácido, como muerto, sobre mi pecho.
Me levanté poco a poco, apartando con delicadeza las extremidades de la mujer, que parecían haberse enroscado a mi alrededor como la hiedra se enroscaría a un muro de piedra. Quería evitar que se oyese el chirriante ruido de los muelles oxidados del catre del cochambroso cuarto.
Este motel de carretera no puede presumir precisamente de poseer unas buenas habitaciones, cualquiera que haya venido alguna vez lo habrá podido comprobar. Las humedades parecen entretenerse dibujando formas extrañas por las paredes y por el techo, y hay rincones en los que multitud de sustancias desconocidas han cubierto la moqueta de forma despiadada. Tal vez alguien haya estado practicando juegos sucios la semana anterior, aunque sinceramente, creo que las manchas podrían ser incluso más antiguas.
Me acerqué al baño, y una vez allí encendí la luz. Sobre una repisa blanca había dejado la noche anterior mi bolsa de aseo. La había puesto ahí antes de hacer el amor con la chica. Recuerdo que mientras ella se desvestía, yo la miraba de reojo desde el marco de la puerta. Era una mujer muy, muy guapa. Una de las más atractivas con las que he tenido el privilegio de acostarme. No me lo podrán negar. Al verla quitándose la ropa me sentí extrañamente excitado y dispuesto. Algo que no me suele ocurrir con frecuencia en esas circunstancias.
Bueno, retomando la historia, he de decir que abrí mi bolsa de aseo. Allí seguía la caja de condones, aunque mucho más vacía que la tarde anterior, y bajo ella, encontré varios pares de guantes de látex. Para lo que venía a continuación sólo me harían falta dos, pero más tarde debería limpiar un poco la habitación, así que agarré una pareja de ellos y dejé el resto bien accesible.
Se acoplaron a mis dedos como si fuesen la mejor de las amantes, y me permití un momento de secreto disfrute al notar el tacto tan familiar de ese material envolviendo mis manos.
A continuación me dirigí justo al otro extremo del cuarto de baño, dispuesto a coger la estufa eléctrica portátil que la dueña del motel nos había ofrecido en la recepción la tarde anterior.
“Los inviernos son fríos, y más en estas habitaciones”, había dicho. Y estaba en lo cierto.
Desenchufé la estufa que, aparte de desprender muchísimo calor, no paraba de emitir un ruido sordo, intermitente e insufrible. Así que con mucho cuidado, la cogí por el soporte metálico inferior, y me encaminé hacia la habitación en la que descansaba la chica, sin prisa, para evitar ruidos molestos, pero sin pausa, pues el calor de la estufa distaba de ser agradable.
Llegué a los pies de la cama de matrimonio. La mujer dormía desnuda bajo las mantas que cubrían las curvas de su cuerpo con delicadeza, a pesar de la basta tela con la que habían sido fabricadas. En aquel momento, no conseguía recordar su nombre… Dudaba entre Marta o Paula… Lo cierto es que tampoco me importaba demasiado cómo se llamase. Además, ya me enteraré más tarde por las noticias…
En el suelo, justo delante de mí, estaba mi maleta de viaje. Realmente es una bolsa de cuero bastante vieja y desgastada. No sé si habrán tenido la oportunidad de verla, pero a mí se me antoja perfecta. Tiene el tamaño adecuado para llevar cuchillos de diversos tamaños, y además, en compartimentos separados, de forma que si están envueltos y bien asidos, no producen ningún sonido sospechoso al caminar.
Al abrir la cremallera, me enfrenté al primer dilema de aquella noche: ¿Qué cuchillo debía usar? ¿Con sierra, o sin sierra? ¿De qué tamaño?
No soy capaz de recordar cuántas mujeres e incluso hombres han probado esos cuchillos. Pero una cosa es segura: la carne que han rasgado esta noche es mucho más joven y hermosa de lo que estaban acostumbrados. ¿Ven? Me produce escalofríos tan sólo recordarlo.
Al final opté por el cuchillo más pequeño. Era casi un punzón. Decidí empezar poco a poco… Esa es una de las cosas que más me gustan. Pero primero debía hacer lo que siempre hacía. Debía firmar mi trabajo para que nadie me lo pudiese robar.
Para ello, como ya sabrán, generalmente uso un mechero, pero esta noche tenía una estufa ardiente perfecta para marcar los muslos de la joven. Dejaría una quemadura más limpia y regular que la del mechero, y además, una carne tan hermosa se merecía una herida como esa: una herida perfecta.
Me senté en el borde de la cama y posé mis dedos sobre la cadera de Paula. Retiré con cuidado las mantas que la cubrían, y me incliné para besar por última vez su piel tersa y suave. Sabía de sobra que cuando acabase no quedaría ni rastro de aquella piel. Pero así, ella sería para mí mucho más hermosa.
—Apáguela, jefe, por favor. Ya hemos oído bastante.
Y con un rápido movimiento de su mano, el subinspector apagó la grabadora, haciéndose el silencio en aquella oscura habitación. Ninguno de los dos habló durante al menos un minuto.
—¿Y si salimos fuera a esperar a los de la científica? —dijo por fin Alejandro con un hilo de voz. No quería que su jefe pensara que era un gallina, pero tampoco podía soportar estar már tiempo allí, con el cuerpo deforme y sangrante de la mujer a sus espaldas.
—Me parece la mejor idea que has tenido esta noche, chico —respondió él, y con paso firme se encaminó hacia la puerta seguido del joven policía.
Tras ellos quedaba la masa de músculos, tendones y coágulos que era ahora Paula. Lo único reconocible eran sus ojos verdes y muertos, que veían marchar a los dos hombres con impotencia y en los que se había quedado grabada una súplica muda que jamás habría de ser escuchada.
Bienvenido/a, Erein
Participas en la categoría de Terror.
Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).
En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.
Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.