Jon Bailey miró a su alrededor confuso y aturdido. En la penumbra sólo distinguía colosos de metal y cemento, la clase de edificaciones más propias de una mente fantasiosa que de una ciudad sencilla como la suya. Hacía poco que había vuelto a la vida, todo le parecía extraño, irreal a la evasiva luz de la Luna.
Era noche cerrada y algunas personas caminaban por las calles con ligereza, como si tuvieran prisa por llegar a su destino. Él no tenía a dónde ir, vagaba cual fantasma de otro mundo, peleando por mantener la calma y organizar sus ideas. Habían pasado ochenta años, el futuro no era lo que había imaginado, no había demasiada luz y no se veían coches sobrevolando los edificios ni grandes aglomeraciones. Claro que a aquella hora la mayoría dormirían en sus casas, eso pensó.
Trató de recordar las palabras del cirujano, lo poco que había entendido de su cháchara apresurada y artificialmente amigable. Le había dado la impresión de ser un hombre de mediana edad acostumbrado a su trabajo, como si fuera algo sencillo y rutinario. Si alguna vez había sentido vocación, ya la había olvidado. De todos modos debía estarle agradecido, le había devuelto a la vida.
- Señor Bailey, ¿puede oírme?- fueron estas palabras y la claridad de un foco lo primero que percibió al despertar - Veo que reacciona, la operación ha sido un éxito. Le daré unos minutos- dijo palmeándole el rostro- la fenalmida no ha completado su efecto.
Había permanecido en la camilla el tiempo suficiente para abrir los ojos y contemplar la sala cuando el doctor estuvo de vuelta.
- No intente hablar, eso lo haré yo, sé las preguntas que rondan en su mente. Se llama usted Jon Bailey y lleva criogenizado ochenta y tres años debido a una enfermedad incurable en su época. Confió en nuestra empresa y ahora le devolvemos esa confianza, está usted completamente sano.
- ¿Dónde estoy?
- Está usted en Peaster, donde la sede de Éxtasis reposa desde hace muchos años. Gracias a la ayuda de pioneros como usted, se desarrolló la técnica del sueño inducido hasta llegar a los avanzados estados de suspensión que disfrutan hoy en día todas las sociedades del mundo. Como habrá adivinado, estamos en el año 2183 a 23 de febrero.
- ¿Qué hay de mi familia?
- Lamento tener que decirle esto, pero su mujer y su hijo murieron en un trágico accidente hace casi cincuenta años. No tenemos información sobre otros parientes, aunque quizá quede alguien en otra parte del planeta.
Jon lloró al recordar esto, como había llorado al conocer la noticia el día anterior. Apenas habían pasado unas horas, la conversación con el cirujano parecía muy lejana en el tiempo. Era como un mal sueño, pero muy real.
- Entiendo que se sienta dolido y abrumado por las circunstancias. Los efectos de la criogenización son impredecibles, cada persona reacciona de una manera distinta. Es una técnica obsoleta, lo único disponible entonces.
- ¿Qué voy a hacer ahora? No me queda nada.
- Es un momento difícil, le aconsejo que consiga un trabajo. Tenga esta tarjeta, en este centro le conseguirán algo acorde a sus posibilidades. Creo entender que era usted mecánico.
- Sí, ese es mi oficio.
- Bueno, encontrará algo apropiado, ya lo verá. No quiero ser brusco, pero mañana tendrá que abandonar el hospital. Lleva mucho tiempo recuperándose y hay pacientes a la espera. Buena suerte, Jon Bailey.
Eso había sido todo, después había pasado el tiempo caminando renqueante por el pasillo, solo menos cuando una enfermera le traía la comida. La dejaba en la habitación y se despedía con dos palabras.
Se volvió a centrar en el presente, examinó más detenidamente uno de los edificios. Era macizo, sin ventanas ni luz alguna a la vista, más parecían pirámides modernas que pisos en los que vivir. Si no fuera por la puerta de entrada lo habría juzgado inexpugnable. Era tan poco agradable como un mausoleo, le pareció siniestro e impersonal.
A falta le una idea mejor, decidió buscar la dirección de la tarjeta. Preguntó a un joven viandante, quien tuvo suficiente paciencia para pararse y escucharle.
- Lo mejor será que cojas un autotaxi, hay una parada en la plaza Central. Sigue recto unos trescientos metros y tuerce a la derecha, sigue por allí hasta que llegues a la plaza.
- Gracias- articuló a decir.
- De nada hombre, pareces un poco perdido. ¿Un mal despertar?
- Algo así.
- Ya… bueno tengo que irme. Adiós.
Siguió las indicaciones y desembocó en una enorme explanada circular. Un lugar mucho más familiar, había coches que salían y tiendas; carteles luminosos y personas que hablaban entre ellas, saludándose o despidiéndose efusivamente.
Los autotaxis no eran muy diferentes de los que había conocido en su tiempo, algo más estilizados, eléctricos y con cuatro ruedas. La mayor novedad vino cuando le tocó el turno y subió a bordo. No había volante y en el asiento del piloto había una especie de muñeco metálico, giró la cabeza para mirarle y sonrió sin expresión. Sin embargo, su voz sonó sorprendentemente humana.
- ¿A dónde quiere ir, señor?
- ¿Eres un robot?
- No, señor. Soy un simple ordenador de a bordo, mi forma humana tiene el único fin de resultar agradable a la vista.
- Está bien. Lléveme al centro de Asignación Voraldine, por favor.
- Por supuesto, disfrute del viaje.
No tuvo tiempo de ponerse cómodo, en menos de una hora había llegado a su destino. En el trayecto no había distinguido gran cosa, pues las ventanas estaban tintadas. Al llegar se dio cuenta de que no tenía dinero, lo que confesó.
- ¿No tiene tarjeta profesional?
- No tengo nada.
- Supongo que por eso vino aquí. Está bien, puede subir. Dentro le darán una identificación, le esperaré.
El centro Voraldine era un edificio de cristal, nada espectacular pero confortable de una forma corporativa. Le sorprendió que estuviera abierto a esas horas de la noche. Atravesó las puertas automáticas y pronto se sentó frente a una mujer interesante. De aquellas suficientemente jóvenes para resultar atractivas y maduras para tener confianza en sí mismas.
- Me llamo Jon Bailey, me han dicho que aquí podría encontrar un trabajo.
- Así es, parece un poco mayor. ¿Nunca se ha hecho un test de aptitud?
- La verdad es que no, desde pequeño quise dedicarme a la mecánica. Ya sabe: arreglar aparatos, juntar piezas… trabajé en un taller durante años.
- Qué extraño, creí que todo el mundo hacía la prueba. Nunca es tarde, le haremos un sondeo cerebral y unos test. En unas horas sabremos donde encaja.
- ¿La prueba es sencilla? Espero poder pasarla.
- Lo hará, trabajamos con multitud de sectores, encontrará su sitio. Por supuesto, comenzará desde abajo: tendrá derecho a una cámara de Éxtasis y acceso a unos entretenimientos básicos como la natación, la máquina virtual, ese tipo de cosas. Trabajará cuatro días anuales en jornadas de diez horas.
- ¿Querrá decir semanales?
- Es lo mismo, despertará una semana al año. Dependiendo del puesto tendrá cierta flexibilidad para elegir.
- ¿Quiere decir que pasaré casi todo el tiempo inconsciente?
- ¡Por supuesto! No será usted un insurgente, me vería obligada a llamar a las autoridades.
- Déjeme que me explique, acabo de despertar tras ochenta y tres años criogenizado. No conozco sus costumbres.
- ¡Oh! Es usted uno de esos anacronismos- titubeó por un instante,- Le diré lo que haremos, le daré una identificación temporal para que pueda ir al Centro de Datos a ponerse al día, pero debe prometerme que volverá mañana.
- Sí, eso haré. Gracias por ser tan comprensiva.
- Hasta mañana.
Volvió al taxi tan confundido o más que antes. Las cosas se volvían cada vez más desconcertantes. Introdujo su tarjeta en la ranura del taxi y viajó en busca de información. ¿Cómo podían haber cambiado tanto las cosas en menos de cien años? ¿Es que todo el mundo se había vuelto loco? Tenía que haber un lugar en el que se encontrara cómodo.
Llegó al impresionante Centro de datos, tuvo que pararse un minuto para contemplar su forma ovalada, era como un gran huevo de pascua. De un color verdeazulado muy agradable, mostraba numerosos ventanales de los que salía luz artificial.
En un amplio mostrador a la entrada un señor de avanzada edad despachaba a los clientes con una sonrisa y una mirada desde sus gruesas gafas. No había visto muchos ancianos en el poco tiempo que llevaba despierto y ninguno como este. Su chaqueta gris con hombreras parecía propia de las películas de dos siglos atrás, debajo asomaba una camisas color crema bien abrochada y una curiosa pajarita amarilla.
- Buenos días, señor. ¿A qué hora tenía su reserva? - Me temo que no tengo reserva. Espero que puede encontrarme un sitio, es muy importante.
- ¿Está usted improvisando?, la mayoría de la gente tiene su semana meticulosamente ordenada. No hay más remedio, las listas de espera son largas hasta para tomarse un helado- se encogió de hombros expresivamente.
- Escuche, acabo de despertar tras un lapso de ochenta años y necesito información. Espero que sea comprensivo.
- ¡Vaya! Entonces vivió usted en los buenos viejos tiempos. ¡Formidable! Me encantaría charlar con usted en otra ocasión.
- ¿Entonces me dejará entrar?
- ¿Tiene tarjeta profesional?
- Me han dado una provisional, aquí está.
- Está bien, tendré que darle uno de los viejos trastos del piso doce. Al menos está conectado a la red principal. No hay nada más.
- Sera suficiente, se lo agradezco de veras.
Cogió el ascensor y buscó su asiento. Los ordenadores podían estar obsoletos, pero para él eran una tecnología nueva, muy sofisticada. Tardó un buen rato en hacerse con los controles, lo consiguió debido a su habilidad natural para esas cosas.
Primero buscó información sobre sus amigos con pocas esperanzas. Para su sorpresa, su buen amigo David seguía vivo. En su ficha ponía que tenía una edad real de 57 años, nacido en el 2056 en la ciudad de Peaster, como él. A continuación venía la localización de su cámara y su próximo despertar: faltaban cinco meses.
Tras esta gran noticia, se dedicó a buscar la historia reciente del planeta y de su ciudad. Encontró numerosas fuentes y todas parecían coincidir en los puntos más importantes. Lo que aprendió se resume en los siguientes extractos:
“En el 2123 se aprobaron las leyes básicas conocidas como Decreto del Sistema Moderno. El empeoramiento de las condiciones climáticas en el hemisferio sur y en parte de Europa, debido a la contaminación y a la guerra biológica, produjo una emigración masiva a las zonas habitables. Los gobiernos no pudieron contener la marea de gente desesperada y tuvo que rendirse a sus necesidades por temor a las represalias…
… La situación era insostenible hasta que el mencionado decreto ordenó la jornada de trabajo de cuatro días anuales, permitiendo a cada persona despertar durante un máximo de diez días al año, permaneciendo el resto del tiempo en Éxtasis… La sociedad se organizó, las empresas se unieron ofreciendo a sus trabajadores ciertas comodidades y una cámara en la que pasar el resto del año…”
Todo el mundo había adoptado ese sistema. El no sería capaz de soportarlo, recordaba las horribles pesadillas que le habían torturado durante tanto tiempo en la criogenización y le entraban escalofríos. Rebuscó entre las noticias hasta que encontró una posible salida.
Al parecer un grupo de insurrectos que se hacían llamar Naturalistas vivían al margen de la ley. Se organizaban en pequeñas colonias nómadas y no dudaban en robar lo necesario para vivir. Estaban en contra de los estimulantes y dormían por las noches, cazaban y se reproducían a la manera tradicional.
Inmediatamente, Jon Bailey decidió buscarlos, unirse a ellos. Si eso significaba ser un criminal, adelante. Cualquier cosa era mejor que aquella parodia que llamaban vida. En unas pocas horas tomó la decisión que cambió su vida para siempre.
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