Mis ojos se abren poco a poco, pero sólo encuentro oscuridad, tan densa, que pienso que podría tocarla. Mis músculos están agarrotados y tengo las piernas dormidas, por lo que no puedo moverme durante un buen rato. De todas formas, con esta oscuridad, ¿adónde podría ir?
A pesar de que no sé dónde me encuentro, tengo la certeza de que estoy en peligro. Noto el cerebro embotado, y por muchos esfuerzos que hago, no consigo recordar qué hago allí, ni siquiera quién soy. El terror juguetea en mi estómago, provocándome un dolor agudo.
Estiro los brazos y tanteo, tratando de encontrar un punto de apoyo. Detrás de mí — o eso creo, porque jamás había pensado lo difícil que es orientarse en una completa oscuridad— hay una pared, la palpo una y otra vez, deslizo las manos por ella de arriba abajo, de izquierda a derecha, intentando averiguar de algún modo qué hago allí y qué es aquel horrible lugar.
Avanzo abrazado a la pared, para no caerme, pues todavía me siento un poco mareado y de repente mis manos notan algo blando y cálido. Con nerviosismo comienzo a toquetearlo y acabo descubriendo que es una persona, posiblemente un hombre. Por un momento me alivia pensar que no me encuentro allí solo, pero esta sensación es sustituida por preocupación cuando me doy cuenta de que esa persona no emite ningún sonido. Zarandeo al bulto en cuestión, pero éste cae de lado con un golpe sordo.
Mi imaginación comienza a desbordarse, aunque no es algo difícil en esta situación. Me descubro pensando cosas horribles, experimentos clandestinos, gente mutilada por criaturas atroces. No sé de dónde provienen esas imágenes, pero ahí están, en mi cabeza, navegando furiosas, imponiéndose a cualquier otro pensamiento conciliador.
Me arrodillo y toco el suelo hasta encontrar de nuevo el cuerpo del hombre. Tengo la vaga sensación de que su silueta, su cabello, sus rasgos, me resultan familiares pero al mismo tiempo desconocidos. El suelo está frío y húmedo, cubierto por un líquido pegajoso que no logro identificar. La cara de aquel hombre también está cubierta por ese líquido, y comienzo a temer lo peor. Ahora entiendo porqué no consigo poner un rostro a esa persona: sus rasgos faciales son deformes, con bultos y huecos aquí y allá, donde tendría que haber un ojo sólo encuentro una cuenca vacía y al palpar su cráneo mis dedos se hunden en una masa blanda.
Un grito me sube, pero acaba ahogándose en la garganta. No tengo ni idea del porqué, pero mi cerebro me aconseja no gritar, no moverme, así que le hago caso, y me aparto del cadáver llorando silenciosamente.
No puedo evitar entrelazar las manos en las rodillas, apoyar la cabeza entre las piernas y balancearme adelante y atrás, como cuando era un niño. Eso vuelve a traer recuerdos a mi cabeza, y me veo jugando con mi amigo Manuel, en el jardín de mi antigua casa. No tendremos más de diez años y ambos sostenemos una figura de un monstruo en las manos, y estamos jugando con ella. Esa criatura me resulta familiar, pero no acierto a saber porqué y entonces Manuel murmura algo como Biaki o Biachi…
Salgo de mi ensoñación y levanto la cabeza. Me ha parecido escuchar algún ruido, así que contengo la respiración durante unos segundos. Nada. Tan sólo estamos mi imaginación, aquel cadáver todavía caliente y yo.
Navego por los pasillos de mi conciencia intentando sacar algo nuevo de ella, alguna información que haya quedado encerrada y me haga descubrir qué hago allí, porqué yo. Y de repente, unos puntitos blancos aparecen delante de mis ojos y vuelvo a dejar de estar en ese lugar oscuro, ahora estoy en una habitación agradablemente iluminada, con una copa en la mano. Veo mi atractivo rostro, sí, ése soy yo. Sentado a mi lado se encuentra un hombre, y sé que es mi amigo Manuel. Estamos en el dormitorio compartido de la escuela universitaria y un libro reposa medio abierto en la mesa. Mi amigo cierra el libro y acierto a ver escrito en la portada un nombre… Lovecraft.
Asciendo de nuevo a la superficie, con la respiración entrecortada y el corazón latiéndome a una velocidad pasmosa. ¿De qué me suena ese nombre, Lovecraft? Sé que tiene relación con la criatura de juguete que aparecía en mi otra ensoñación pero todavía no dispongo de las piezas suficientes para encajarlas todas.
De la nada comienza a flotar en el aire una melodía festiva, me hace pensar en algodón dulce y manzanas acarameladas, pero el olor que la acompaña no es nada atrayente. Una voz mecánica y chirriante surge del mismo invisible altavoz que soltaba la melodía:
— Bienvenidos, gracias por elegir nuestra empresa y someterse a nuestro experimento. Disfruten de su estancia.
El cinismo de aquella grabación me provoca pavor, pero de repente, apareciendo en tropel y golpeándose unas a otras, llegan las imágenes. Mis recuerdos. Mis motivos. La falta de juicio por desear un gran poder.
Recuerdo quién soy, recuerdo a Manuel, y recuerdo que estuvimos de acuerdo en involucrarnos en aquel estudio. ¡Estudio, no experimento, malditos cabrones! Recuerdo nuestro fanatismo por las ciencias ocultas y por el mundo de Lovecraft.
Un cerrojo se abre y se hace la luz. Grito a causa de la escabrosa escena que tengo ante mis ojos: aquel cadáver es el de Manuel, y se han comido su rostro y parte de su cuerpo. El suelo está cubierto de sangre oscura. Y más allá, está él. Por una parte, siento el entusiasmo de aquel que ve por primera vez algo que ha buscado durante toda su vida, por otra, el pánico paraliza mi cuerpo.
Allí se encuentra, dando torpes saltos hacia mí, impulsándose con sus pies y sus alas, una criatura que jamás debería ser invocada.
Tan sólo puedo pronunciar su nombre cuando se alza imponente, ante mí, abriendo sus enormes fauces:
— Byakhee…
Y opino que no debería haber abierto nunca los ojos, así que los cierro y vuelvo a la oscuridad.
Ay, no sé porqué salen ahí esas cosas extrañas de none, false, 21 y tal.. =(
Divagaciones de una filóloga zombie
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