CUALQUIER NOCHE DE ESTAS (T)

Carlos

Cualquier noche de estas te dejo ahí apalancada a la intemperie, a merced de las criaturas, hierbas varias y troncos; porque todos ellos están ahí muy cerca, oliéndote las entrañas; desentrañándote tus secretos mejor guardados quizá en algún diario o libro de memorias si es que alguna vez has podido escribir y luego leerte con un fin purgativo. Pienso que podrías empezar a andar muy lentamente con los ojos vendados, sin otra misión aparente que el deambular desorientada como una liebre ibérica perseguida por su presa más temida. Tu sangre sería entonces derramada por una buena causa, porque tu vida no ha sido nada más que infamia tras infamia. Te comparo con una liebre porque te veo esconderte entre los arbustos, que en esta temporada están muy crecidos por las lluvias de este último invierno. El viento mece las ramas y tú podrás pensar que es un mal presagio que te manda el hacedor, pero yo te digo que no busques dioses donde no los hay. Cree en la maldad que hay en mí, que ha sido alimentada, día tras día, por tus quehaceres diarios, dejándome muy solo en el lecho y por lo tanto, me transformaste en algo que yo no era, en principio, pero que estalló aquel día en que me clavaste la rama del árbol que se asemejaba a un árbol centenario. Aquella noche anduviste desnuda por el bosque cercano y no tuviste reparo en que las suaves hojas te rozaran tu cuerpo esbelto y en lozanía. Fuiste muy injusta cuando danzabas oyendo una música imaginaria, porque yo no la oía, bien porque tapabas mis oídos, bien porque decías que yo iba en otra onda. Saltabas y saltabas cual animalillo en busca de su comidita. Todas las noches nos deberíamos haber encontrado a mitad del camino, entre los álamos, ¿recuerdas? seguro que no, que ya lo has aparcado violentamente en el baúl aquel de madera de roble, en cuyas entrañas había aceite de un manillar antiguo de la bicicleta de mi abuelo. Pero déjame seguir contándote lo que te voy a hacer, querida. Como decía, tus ojos serán vendados y empezarás a correr vestida con mucho miedo, desorientada, y aquel árbol que tanto te gustaba te violará tus sedosos vestidos ceñidos, arrancándotelos de tu cuerpo. Oirás un grito lejano y seré yo que iré a por ti, poco a poco, pero con los pasos muy seguros, oyéndolos en mi interior como mis latidos ansiosos por estrangularte y acabar con todo esto de una vez. Llevaré en mis manos tu pañuelo preferido, aquel en que salen dos perritos mimándose, acurrucados en su amor eterno. Iré cogiendo una a una las ramas caídas de los árboles, que me intentarán decir algo para frenarme, pero es que ellos no me entienden, nunca hablarán mi lenguaje, ni entenderán mi sexo hambriento, ¿no ves que ellos no tienen corazón, no sienten como yo, cómo no les va la sangre de un lado para otro, hacia sus extremidades?

Susana

Cualquier noche de estas te arropo y te recojo del bosque ese, que más que un bosque parece un descampado con cuatro árboles que te quitan las ideas centrales de tu mísera vida. Te pasas las noches ahí fuera sin una misión aparente, mirando la maldita luna y apoyado en tu árbol preferido que no te dice nunca nada aunque tú lo desearas vehementemente. ¿Por qué no te vienes aquí a la cama caliente, en donde yo espero? ¿Acaso estás más enamorado de la luna, de las hojas de ese maldito árbol, que de mi cuerpo? Sé que estás deseándome pero cuando vienes no sé qué rezos profieres por tu boca verdosa, porque te tragas los hierbajos con caracoles y luego los vomitas con forma de palabras que se las lleva el viento. Tú a mí no me conoces, pero yo tengo un límite. Y si no quieres que te arrope, te doy una patada en tus partes pudendas y tu semen será esparcido y nacerán hijos con cara de encina, cuerpo de hombre y hablando por tus antenas, cual marciano híbrido de hombre-bosque. Y ahora sigo con mi diario expectante, que desea recibir más palabras mías, porque son honrosas y verdaderas y le colman el espíritu de ánimo y de grandeza. Sucede que oigo el crujir de las ramas y el aullido de los lobos. No sé si debo andar o pararme en este sitio rodeado de verdor oscuro; pudiera ser que me extraviara y me desorientara y tuviera que ascender por un árbol como si fuera una pantera desubicada de la selva y traída a la fuerza a un bosque de tierras ibéricas. Podría entonces mirar a la luna y tocar las cortantes hojas por el demonio interior de cada árbol. Podría entonces, cualquier noche de estas, gritar mi canción de cuna preferida.

Árbol

Cualquier noche de estas me cansaré de estos cosquilleos extraños que siento de un tiempo a esta parte. Lanzaré mis ramas contra vosotros, humanos desdichados, que solamente pensáis en vuestro placer directo sin contar con mi cuerpo rasgado, de la cabeza a los pies. Siento un picor insoportable, que va acrecentándose a medida que os marcháis a vuestro hogar acogedor, y no puedo hacer gran cosa de la que ya hago. Estoy a merced del viento, un viejo amigo con el que no puedo contar siempre, pero al que puedo invocar si se tercia la ocasión. Tened cuidado con la luz de la luna, tened cuidado con los árboles por la noche, uh uhhhhhh-uh-uh-uhhhhhhhhhhhhhhhhh ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Y una noche de estas sucedió lo que tenía que suceder, sí, inexorablemente. Una pareja de treintañeros aparecieron muertos de la manera en que voy a contar ―sucintamente― y que, transformé así para el periódico local: Un joven de treintaitrés años, que responde a las siglas de C.C.C., y una joven de treintaidós, que responde a las de S.S.S., aparecieron ambos muertos, en la mañana del 1 de julio del año 2010 brutalmente apaleados y con signos de haber sido violados en lo que parece ser un nuevo caso de violencia de género, con la particularidad de que el escenario del crimen fue a cielo abierto bajo una encina del pueblo de Siscarín de lo Pontio, en tierras gallegas.

Un apunte: el árbol estaba completamente calcinado.